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Entre los yanquis y el soviet
Ya antes de la guerra, desde
que la inminencia del conflicto obligaba a los pueblos de Europa
a concentrar sus energías en prepararse para la prueba, toda
América quedaba más o menos comprendida en la zona de
influencia de los Estados Unidos. Los Bancos de Nueva York
empezaban a disputar a los de Londres y París la colocación de
capitales. La América española ofrecía al capitalismo
universal inagotables riquezas que explotar. Durante la guerra no
hubo más prestamistas asequibles para Hispanoamérica que los de
Nueva York, sólo que entonces podía pensarse que las cosas
cambiarían al hacerse la paz, pero cuando cesaron los combates y
los Estados Unidos se convirtieron en acreedores universales,
muchos hispanoamericanos creyeron que había que resignarse, como
en el poema de Rubén, a que fuesen los norteamericanos los que
llevasen a la América del Sur "los secretos de las labores
del Norte", para que sus hijos dejaran "de ser los
retores latinos y aprendan de los yanquis la constancia, el
vigor, el carácter".
La América española no había acumulado capitales propios. En
parte, a causa de la idolatría de París, "la capital del
Amor, el reino del Ensueño", que había devorado las
fortunas de los Nababes sudamericanos y donde 15.000 familias
argentinas, antes de la guerra, se gastaban sus rentas. También,
porque las riquezas naturales de la América tropical parecen
hacer superfluo el ahorro. Los sistemas educativos, de otra
parte, y sobre todo el bachillerato enciclopédico, no forman
hombres de trabajo, sino almas apocadas que necesitarán el
amparo de alguna oficina del Estado para asegurarse el pan de
cada día. Así han crecido los presupuestos nacionales, a costa
de la paralización del desarrollo capitalista, y en algunos
países han creído los políticos que convenía al progreso de
sus pueblos la importación de capitales extranjeros, y en otros
se ha estimulado este convencimiento con las comisiones que
recibían de los capitalistas. Lo que se ha llamado "la
diplomacia del dólar" ha tenido que prevalecer en estos
años. Ni la libra, ni el franco, podían disputarle la
hegemonía en Sudamérica.
Sólo que al mismo tiempo que "la diplomacia del
dólar" ha surgido en Sudamérica la influencia de Moscú.
Ya en 1918 aparecen en varios países las Federaciones
Universitarias de Estudiantes, de tipo análogo a la nuestra,
enarbolando primeramente un programa de reforma docente, con la
intervención de los estudiantes en el gobierno de los claustros,
pero animadas en un espíritu político de carácter
revolucionario. Al mismo tiempo se transforma el carácter del
movimiento socialista obrero, porque la idea comunista deja de
ser una utopía, sólo realizable en el transcurso de los siglos,
para trocarse en plan de acción inmediata, "en nuestro
tiempo", como dicen los camaradas de Inglaterra. Méjico,
revolucionado desde la caída de D. Porfirio Díaz, en 1911, se
convierte en uno de los centros de la nueva agitación. El otro
se establece en Montevideo, al amparo del jacobinismo del señor
Battle y Ordóñez. Se inicia la propaganda entre las razas de
color. El éxito es grande. El comunismo, al fin y al cabo, no es
sino la última consecuencia del espíritu revolucionario que
desde hace dos siglos está difundiéndose por los países
hispánicos. Ya estaba implícito en el naturalismo de Rousseau y
en la admiración a los pueblos salvajes. Cuando se celebra en
febrero de 1927 la Conferencia de Bruselas, que puso en contacto,
bajo la organización de Moscú, a los negros de los Estados
Unidos, los indios de Méjico y Perú y las Federaciones
Universitarias de la América española, con los revolucionarios
hindús, chinos, árabes y malayos y se constituyó la "Liga
contra el imperialismo y para la defensa de los pueblos
oprimidos", ya estaba actuando el espíritu bolchevique en
casi todos los países hispanoamericanos, avivando el
resentimiento de las razas de color y de los braceros
inmigrantes.
De entonces acá, la agitación no cesa. Ha habido levantamientos
comunistas de indios en la altiplanicie de Bolivia y en las
montañas de Colombia, verdaderas batallas en la República del
Salvador y en Trujillo (Perú) e intervención de los comunistas
en las revoluciones y motines de Méjico, Cuba, Centroamérica,
Ecuador, Paraguay, Chile, Uruguay, Brasil y la Argentina. La
América española ha vivido estos años entre los Estados Unidos
y el Soviet. Las intervenciones norteamericanas en Haití, Santo
Domingo y Nicaragua, hacían temer a los hispanoamericanos que
detrás de los capitales estadounidenses vinieran las escuadras y
la infantería de marina, y éste era el tema que aprovechaban
para sus propagandas los agitadores de las Federaciones
Universitarias y de las sociedades obreras. Donde quiera que los
norteamericanos han acaparado monopolios o industrias para cobro
de sus préstamos, han surgido las huelgas y las revoluciones
contra los Gobiernos que han entregado al extranjero las fuentes
de la riqueza nacional. Así han podido advertir los
norteamericanos la dificultad de realizar los sueños de
imperialismo económico a distancia, que tan hacederos parecían.
El capitalismo extranjero es necesariamente débil, porque no
acierta a crear intereses afines que por solidaridad lo
sostengan. Su colusión con los políticos venales tampoco lo
refuerza, porque en los países hispánicos nunca son populares
los políticos de negocios. Lo que hizo viable en Rusia la
revolución bolchevique fue el hecho de que el capital era
extranjero en su mayor parte. Cuando ello ocurre es ya más
fácil alzarse en contra suya y presentarlo como un factor
monstruoso, enemigo del proletariado y de la patria. Y no siempre
es posible, como en el caso de Santo Domingo, Haití o Nicaragua,
sostener los intereses imperiales con un par de compañías de
infantería de marina. En el caso de países más pujantes sería
necesario defender "la diplomacia del dólar" con
grandes ejércitos, cuyo entretenimiento costaría bastante más
dinero que el valor de los intereses que se han de proteger.
De otra parte, muchas de esas inversiones de dinero no han sido
juiciosas. Durante la guerra se colocaron en Cuba inmensos
capitales deseosos de explotar la industria azucarera. La baja
del azúcar ha causado la ruina de empresas norteamericanas por
valor de varios centenares de millones de dólares. La crisis
actual ha hecho caer en la bancarrota a numerosos países
hispanoamericanos, porque se les había prestado grandes sumas en
tiempos de carestía, cuyo reembolso ha hecho imposible la baja
de los precios. Y no hay manera de recobrar por vía compulsiva
lo prestado. No es que los Estados Unidos hayan aceptado nunca la
doctrina del Dr. Drago, sino que serían necesarios demasiados
soldados para guarnecer el Continente. Después de pasar estos
años entre la amenaza de los Estados Unidos y la de los Soviets,
movimientos igualmente enemigos del espíritu de la Hispanidad,
pero contrapuestos entre sí, los pueblos de la América
española van a encontrarse ahora ante las mayores perplejidades
de su historia, porque si ellos, de una parte, están arruinados,
a causa de la baja de los precios de sus productos y del aumento
de sus obligaciones públicas y privadas, sus acreedores se
hallan tan en bancarrota como ellos, y más pobres, porque los
Estados Unidos no cobran sus créditos, ni venden sus productos,
y han de mantener de una manera u otra a sus doce o catorce
millones de obreros sin trabajo, además de arbitrar los inmensos
recursos que necesitan para cubrir los deficits de su Gobierno
federal, de sus Estados federados y de los Ayuntamientos de sus
grandes ciudades, por lo que ya se anuncia que el nuevo
Presidente, Mr. Roosevelt, tendrá que hacer de síndico en la
inminente quiebra.
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"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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