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La actual crisis
Es verdad que al sistema
comanditario del comercio español pueden oponérseles
consideraciones de orden familiar, que le han creado muchos
enemigos en los países de América. El español cree justo que
la tienda pase al dependiente que más se ha interesado en su
prosperidad, con lo cual es posible que se perjudiquen los hijos
del principal. En muchos casos no hay tal perjuicio, porque esos
hijos suelen preferir las carreras liberales al comercio y son
pocos los padres que se deciden a hacer sufrir a sus hijos los
trabajos y penalidades que implica la profesión de tendero en
sus grados inferiores. De otra parte, hay que considerar que los
dependientes no se hubieran sacrificado tantos años por la
tienda, pudiendo acaso ganar mejores sueldos en otra ocupación,
sino con la mira de que no se les defraude en su esperanza de
llegar algún día a habilitados y socios industriales. En todo
caso, el orgullo de los comerciantes españoles de América
consiste en facilitar el avance de sus antiguos dependientes y
entre las colectividades españolas alcanza mayor fama el que ha
dado medio de establecerse por su cuenta al mayor número de
dependientes. Hay casos de hombres que, por haber pasado del
comercio al detalle al comercio al por mayor y haber vivido
tiempos prósperos, han podido establecer a veinte y aun a
treinta dependientes antiguos, y estos próceres gozan en
nuestras colectividades de una aureola que envidiarían nuestros
grandes de España.
En cierto modo es explicable que los Gobiernos criollos procuren
evitar este desarrollo del comercio español con toda clase de
medidas, como el cierre dominical de los comercios, la
imposición de horas de descanso para la dependencia y aún la
obligación a los patronos de emplear a dependientes del país,
por lo menos en cierta proporción. Hay países de América donde
la pobreza ha resuelto el problema, porque los principales se ven
obligados a emplear a sus hijos en la tienda casi desde su
infancia, con lo que los comercios pasan, naturalmente, a manos
suyas. El problema no surge sino donde la prosperidad es
suficiente para evitar a los hijos los trabajos más duros, y no
sería justo privar de su recompensa al dependiente que apechuga
con ellos. Los antiguos gremios solían resolverlo con los años
de aprendizaje, en que el hijo del maestro salía a correr
tierras, y a aprender el oficio bajo la disciplina de otros
maestros; años de correrías y de amores, los
"Wanderjahre", que cantan todavía los poetas de
Alemania. Es posible que toda la América española se empobrezca
a tal punto, que desaparezca la cuestión. Pero con ello no
perderá su validez el principio en que se inspiran nuestros
comerciantes. Las almas bajas rinden su mayor esfuerzo por un
estímulo inmediato, pero las almas superiores prefieren
sacrificar el presente al porvenir. Todas las instituciones
deberían organizarse de tal modo, que las dignidades supremas
correspondieran a los sacrificios más perseverantes, para que
todos los hombres puedan esperar que, si se esfuerzan por
lograrlo, les aguarde, como premio de sus trabajos, una vejez
honrosa y respetada. Y no es pequeña maravilla esta de que, en
pleno siglo XX, el principio central de la Hispanidad: la fe en
el hombre, la confianza en que pueda salvarse, si se esfuerza con
energía y perseverancia en ello, actúe con el mismo éxito
entre la prosaica economía del comercio americano, que entre los
graves teólogos del Concilio de Trento.
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"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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