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La fe y la esperanza
El kantismo ha dejado de
dominar las Universidades. La filosofía de los valores, que
ahora prevalece, viene a ser una forma eufemística de la
teología, no sólo porque el sentimiento apreciativo de los
valores es la fe, según Lotze, sino porque Dios es el valor
genérico del que todos los valores particulares derivan su
esencia como tales valores, ya que todo valor debe inspirar amor
y cuando se busca la esencia de cada amor (phila) en otro amor,
ha de llegarse necesariamente a un amor primo (prooton philon), a
il primo amore, como Dante lo llamaba, con pasmosa literalidad.
Benjamín Kidd pudiera jactarse de que el siglo no ha sabido
contestar a su cartel de desafío. Los intereses del individuo y
los de la sociedad no son idénticos, no pueden conciliarse. No
hay forma de construir una sociedad de tal manera que a las
mujeres les convenga tener hijos y a los soldados morir por la
patria, y como las sociedades necesitan absolutamente de mujeres
que las den hijos y de soldados que, si es preciso, mueran por
ellas, hacer falta buscar una sanción ultra-racional,
ultra-utilitaria, para el necesario sacrificio de los individuos
a las sociedades. Esta es una de las funciones que la religión
desempeña y que sólo la religión puede desempeñar: proveer de
sanciones ultra-racionales al necesario sacrificio de los
individuos para la conservación de las sociedades. Y no sólo a
su conservación, sino a su valor y enaltecimiento, porque toda
acción generosa, toda obra algo perfecta requieren la
superación del egoísmo que nos estorba para hacerla.
De otra parte, los hombres son los hombres y cambian poco en el
curso de los siglos. Los de nuestro siglo XVI no eran muy
distintos de los españoles de ahora. ¿Cómo una España menos
poblada, menos rica, en algún sentido menos culta que la de
ahora, pudo producir tantos sabios de universal renombre, tantos
poetas, tantos santos, tantos generales, tantos héroes y tantos
misioneros? Los hombres eran como los de ahora, pero la sociedad
española estaba organizada en un sistema de persuasiones y
disuasiones, que estimulaban a los hombres a ponerse en contacto
con Dios, a dominar sus egoísmos y a dar de sí su rendimiento
máximo. Conspiraban al mismo intento la Iglesia y el Estado, la
Universidad y el teatro, las costumbres y las letras. Y el
resultado último es que los españoles se sentían más libres
para desarrollar sus facultades positivas a su extremo límite y
menos libres para entregarse a los pecados capitales; más
iguales por la común historia y protección de las leyes, y más
hermanos por la conciencia de la paternidad de Dios, de la
comunidad de la misma misión y de la representación de un mismo
drama para todos: la tremenda posibilidad cotidiana de salvarse o
perderse.
* * *
Ahora están desencantados los españoles que habían cifrado sus
ilusiones en los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad.
Se habían figurado que florecerían con esplendidez al caer las
instituciones históricas, que, a su juicio o a su prejuicio,
estorbaban su desenvolvimiento. Un desencanto de la misma
naturaleza se encuentra siempre que se estudia el curso de otras
revoluciones. El propio Camilo Desmoulins preguntaba en sus
escritos últimos a Jacques Bonhomme, personificación del pueblo
francés: " ¿Sabes a dónde vas, lo que estás haciendo,
para quién trabajas? ¿Estás seguro de que tus gobernantes se
proponen realmente completar la obra de la libertad? " Los
gobernantes de la hora se llamaban Saint Just y Robespierre...
La comparación puede ser engañosa. Es posible que aquí no nos
hallemos frente a una revolución, sino ante el hecho de un
Monarca que se alejó del poder y de una clases conservadoras que
les dejaron irse, porque no se dieron cuenta en un principio de
lo mucho que el viaje las afectaba. Esta no es del todo una
revolución, pero, ¿es que ha habido alguna vez una revolución
que no fuera, en esencia, la carencia o el cese de las
instituciones precedentes? El hecho es que el desencanto se
produce lo mismo que si se tratara de una revolución sangrienta.
"¡No es eso!", exclaman graves varones moviendo la
cabeza de un lado para otro. No es eso. Habían soñado con que
la nación se pusiera en pie, con que se hicieran presentes las
energías supuestas y dormidas. No es eso. No habían querido ver
lo que enseña la experiencia de todos los pueblos: que la
democracia es un sistema que no se consolida sino a fuerza de
repartir entre los electores destinos y favores, hasta que
produce la ruina del Estado, eso aparte de que no llega a
establecerse en parte alguna sino se les engaña previamente con
promesas, de imposible cumplimiento o con la calumnia
sistemática de los antiguos gobernantes. ¿Qué se hizo del
sueño de libertad para todas las doctrinas, para todas las
asociaciones? Un privilegio para los amigos, una concesión para
los enemigos, a condición de que sean buenos chicos. De la
igualdad se dice sin rebozo, desde lo alto, que no se puede dar
el mismo trato a los amigos que a los enemigos. La fraternidad se
ha convertido en rencor insaciable y perpetuo contra todas o casi
todas las clases gobernantes del régimen antiguo. Y no es eso,
se dicen los que habían esperado otra cosa. Unos culpan de ello
a la maldad de los gobernantes; otros, a la de los gobernados.
"¡Hablar a esta tropa de juricidad!" Pero los hombres
son los hombres. Ni tan buenos como antes se los figuraban,; ni
tan malos como ahora se dice. Los de nuestro siglo XVI no eran
mejores. Ni tampoco de una naturaleza más religiosa que los de
ahora. Las condiciones eran otras. Se les inducía a vivir y a
morir para la mayor gloria de Dios. Había en lo alto un poder
permanente de justicia que premiaba y castigaba. Sonaban más
aldabonazos en la conciencia de cada uno. Se hacía más a menudo
la " toma de contacto" con Dios. El problema no
consiste en mejorar a los hombres, sino en restablecer las
condiciones sociales que los inducían a mejorarse. Es decir, si
me perdonan la paráfrasis Alfonso Lopes Vieira, el dilecto poeta
portugués:"En reespañolizar España, haciéndola europea
y, a través de la selva obscura, en salvar también las almas
nuestras".*
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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