|
XLIII Una observación muy práctica y muy digna de tenerse en cuenta sobre el carácter aparentemente distinto que ofrece el Liberalismo en distintos países y en diferentes periodos históricos de un mismo país .
El Liberalismo es, como hemos dicho,
herejía práctica tanto como herejía doctrinal, y aquel
principal carácter suyo explica muchísimos de los fenómenos
que ofrece este maldito error, en su actual desarrollo en la
sociedad moderna. De los cuales el primero es la aparente
variedad con que se presenta en cada una de las naciones
infestadas de él, lo que (a muchos de buena fe y a otros con
dañado intento) autoriza al parecer para esparcir la falsa idea
de que no hay uno solo, sino muchos Liberalismos. Toma en efecto
el Liberalismo, merced a aquel su carácter práctico, una cierta
forma distinta en cada región, y con ser uno su concepto
intrínseco y esencial (que es la emancipación social de la ley
cristiana, o sea el naturalismo político), son variadísimos los
aspectos con que se ofrece al estudio del observador.
Compréndese la razón de esto perfectamente. Una proposición
herética es la misma, y lo mismo suena y lo mismo significa en
Madrid que en Londres, en Roma que en París o en San
Petersburgo. Mas, una doctrina que más bien ha procurado siempre
traducirse en hechos y en instituciones que en tesis francamente
formuladas, por fuerza ha de tomar mucho del clima regional, del
temperamento fisiológico, de los antecedentes históricos, de
los intereses de actualidad, del estado de las ideas y de otras
mil concomitancias y circunstancias. Por fuerza ha de tomar,
repetimos, de todo eso, distintos visos y exteriores caracteres
que le hagan aparecer múltiple, cuando en realidad es una y
simplicísima. Así, por ejemplo, a quien no hubiese estudiado
más que al Liberalismo francés, petulante, descarado, ebrio de
volterianos rencores contra todo lo que de lejos tuviese saber
cristiano, había de hacérsele difícil a principios de este
siglo comprender al Liberalismo español, mojigato, semimístico,
arrullado y casi bautizado en su malhadada cuna de Cádiz con la
invocación de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu
Santo. Era muy fácil, pues, al observador superficial ocurrirle
al momento la idea de que el Liberalismo manso español nada
tenía que ver con el desatentado Y francamente satánico que
profesaban por aquella misma época nuestros vecinos. Y sin
embargo, ojos perspicaces veían ya entonces lo que ahora ha
enseñado hasta a los más topos la experiencia de medio siglo.
Que el Liberalismo de cirio en mano y cruz en rostro, el
Liberalismo que en la primera época constitucional tuvo por
padres y por padrinos a sesudos magistrados, a graves sacerdotes
y aun a elevadas dignidades eclesiásticas; el Liberalismo que
mandaba leer los artículos de su Constitución en el púlpito de
nuestras parroquias Y celebraba con repiques de campanas y
solemnes Te Deum las infernales victorias del Masonismo sobre la
Fe de la antigua España, era igualmente perverso y satánico, en
su concepto esencial, que el que colocaba sobre los altares de
París a la diosa Razón, y ordenaba por decreto oficial la
abolición del culto católico en toda la Francia. Era
sencillamente que el Liberalismo se presentaba en Francia, como
descaradamente podía presentarse allí, dado el estado social de
la nación francesa; al propio tiempo que se introducía
mañosamente y prosperaba en España, como únicamente aquí
podía crecer y prosperar, dado nuestro estado social, es decir,
disfrazado con máscara de católico, y disculpado, o mejor
protegido, y casi traído de la mano y casi autorizado con sello
oficial por muchos de los mismos católicos.
Este contraste no puede ya presentarse tan extremado hoy día,
tales y tan continuados han sido los desengaños a cuya
clarísima luz se ha estudiado la cuestión, y tal es la que
principalmente han derramado sobre ella las repetidas
declaraciones de la Iglesia; sin embargo, no es raro oír a
muchos algo todavía de eso, creyendo o aparentando creer que se
puede ser liberal en alguna manera acá, y que no se puede ser
liberal, por ejemplo, en Francia o en Italia, donde el problema
se presenta planteado en distintos términos Achaque propio de
quienes miran más a los accidentes del asunto que a su verdadero
fondo sustancial.
Todo esto convenía deslindar, y así hemos procurado hacerlo en
estos artículos, porque el diablo se parapeta y abroquela tras
esos distingos y confusiones, que es un primor. Esto, además,
nos obliga a señalar aquí algunos puntos de vista, desde los
cuales se verá muy claro lo que en ocasiones se ofrece muy
turbio y dudoso a no pocos sobre el particular.
1.° El Liberalismo es uno, como es una la raza humana: a pesar
de lo cual se diversifica en las diferentes naciones y climas,
como la raza humana ofrece tipos diversificados en cada región
geográfica. Y así como de Adán proceden el negro y el blanco y
el amarillo, y de una misma estirpe y raíz son el fogoso
francés, y el flemático alemán, y el positivista inglés, y el
español y el italiano soñadores e idealistas; así son de un
mismo tronco y de igual madera el liberal que en unos puntos ruge
y blasfema como un demonio, y el que reza en otros y se golpea el
pecho como un anacoreta; el que escribe en El Amigo del Pueblo
las diatribas venenosas de Marat, como el que con formas urbanas
y de salón seculariza la sociedad, o defiende y abona a sus
secularizadores como La Epoca o El Imparcial.
2.º El Liberalismo, además de la forma especial que presenta en
cada nación, dada la idiosincrasia (esta palabra vale un Perú)
de la misma, presenta formas especiales según su grado mayor o
menor de desarrollo en cada país. Es una como tisis maligna que
tiene diferentes períodos, que se señala en cada uno de ellos
con síntomas propios y especiales. Tal nación, como Francia, se
halla en el último grado de estas tisis, roídas ya hasta sus
más interiores vísceras por la putrefacción: tal otra, como
España, tiene sana aún una buena parte, una grandísima parte
de su organismo. Conviene, pues, no juzgar enteramente sano a un
individuo sólo porque esté relativamente menos enfermo que su
vecino; Ni dejar de llamar peste e infección a lo que realmente
lo es, aunque no aparezca todavía con los asquerosos hedores de
la descomposición y de la grangrena. Tisis es ésta como
aquélla, y gangrena será ésta al fin como aquélla llegó a
ser, si no se extirpa con oportunos cauterios. Ni se haga la
ilusión el pobre tísico de que está bueno, sólo porque no se
anda ya pudriendo en vida como otros más adelantados en su
enfermedad, ni crea a falsos doctores que le dicen no es de temer
su mal, y que todo son exageraciones y alarmas de pesimistas
intransigentes.
3.° Diferente grado de enfermedad exige diferente tratamiento y
medicación. Esto es evidente per se, y no necesita nos
entretengamos en demostrarlo. Sin embargo, en la Propaganda
católica da lugar su olvido a frecuentes tropiezos. Sucede muy a
menudo que reglas muy sabias y muy discretas, señaladas por
grandes escritores católicos en algún país contra el
Liberalismo, se invocan en otro como poderosos argumentos en
favor del propio Liberalismo, y contra la conducta que señalan
en el último los más autorizados propagandistas y defensores de
la buena causa. Hace poco vimos aducida, como condenatoria de la
línea de conducta de los más firmes católicos españoles, una
cita del famoso cardenal Manning, lustre de la Iglesia católica
en Inglaterra, y que en nada sueña menos que en ser liberal o
amigo de liberales ingleses o españoles. ¿Qué hay aquí? Hay
sencillamente lo que acabamos de señalar. Distingue tempora,
dice un apotegma jurídico, et concordabis jura. En vez de esto
dígase: Distingue loca, y aplícase al caso. Vamos a un ejemplo:
La prescripción facultativa dictada para un enfermo de tisis en
tercer grado, perjudicará tal vez si se aplica a un enfermo de
tisis en el primero; y la receta ordenada para éste producirá
tal vez la muerte instantánea de aquel. Así remedios muy
oportunamente prescritos contra el Liberalismo en una nación,
serán contraproducentes aplicados al estado de otra. Más claro
y sin alegorías: soluciones que en Inglaterra aceptarán y
pedirán y bendecirán aquellos católicos como inmensa ventaja,
deben ser combatidas a todo trance en España como desastrosa
calamidad; convenciones que ha hecho la Sede Apostólica con
ciertos Gobiernos. y que han sido para ella verdaderas victorias,
pueden ser aquí vergonzosas derrotas para la fe; palabras, de
consiguiente, con que en un punto ha combatido muy bien al
Liberalismo un gran periodista o un sabio Prelado, pueden ser en
otro armas espantosas con que el Liberalismo contrarreste los
esfuerzos de los más decididos campeones del Catolicismo. Y
ahora nos ocurre una observación, que tenemos todos aquí al
ojo. Los más decididos fautores del Catolicismo liberal en
nuestra patria, ¿no habéis visto como casi siempre, hasta hace
muy poco, han ido recogiendo principalmente sus testimonios Y
autoridades de la prensa y del Episcopado belga o francés?
4.º Los antecedentes históricos y el estado social presente de
cada nación son los que principalmente deben determinar el
carácter de la ,propaganda antiliberal en ella, como determinan
en ella el carácter especial del Liberalismo. Así la Propaganda
antiliberal en España debe ser ante todo y sobre todo española,
no francesa, ni belga, ni alemana, ni italiana, ni inglesa. En
nuestras tradiciones propias, en nuestros hábitos propios, en
nuestros escritores propios, en nuestro genio nacional propio, ha
de buscarse el punto de partida para la restauración propia, y
las armas para comprenderla o acelerarla. El buen médico lo
primero que procura es poner sus remedios en armonía con el
temperamento hereditario de su enfermo. Aquí, belicosos que
hemos sido siempre, es muy natural que sea alga belicosa siempre
nuestra actitud: aquí, amamantados en los recuerdos de una lucha
popular de siete siglos en defensa de la fe, no debe echársele
jamás en rostro al pueblo católico el enorme pecado de haberse
levantado en armas alguna vez para defender su Religión
vilipendiada; aquí en España (país de eterna cruzada, como ha
dicho con acierto de noble envidia el ilustre P. Fáber), la
espada del que defiende en buena lid a su Dios y la pluma del que
la predica con el libro, han sido siempre hermanas, nunca
enemigas: aquí, desde San Hermenegildo hasta la guerra de la
Independencia y más acá, la defensa armada de la fe católica
es un hecho poco menos que canonizado Y lo mismo decimos del
estilo algo recio empleado en las polémicas; lo mismo de la poca
consideración otorgada al adversario; lo mismo de la santa
intransigencia, que no admite del error ni siquiera las
afinidades más remotas Al modo español; como nuestros padres y
abuelos; como nuestros Santos y Mártires; de esta suerte
deseamos siga defendiendo el pueblo la santa Religión, no como
tal vez aconseja o exige el estado menos viril de otras
nacionalidades.