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XLII Dase de paso una explicación muy clara y sencilla de un lema por muchos mal comprendido, de la "Revista Popular".
¿Cómo dejáis, pues, dirá alguno, tan
mal parado el lema para muchos dogmáticos, y que tanto ha
resonado por ahí: "Nada, ni un pensamiento, para la
política. -Todo, hasta el último aliento, para la
Religión"
El tal lema, amigos míos, queda muy en su lugar y caracteriza
perfectamente, sin menoscabo de las doctrinas hasta aquí
expuestas, a la publicación de Propaganda popular que lo escribe
cada semana al frente de sus columnas.
Su explicación es obvia, y nace del mismo carácter de la
Propaganda popular, y del sentido meramente popular que en ella
tienen determinadas expresiones.
Vamos a verlo rápidamente.
Política y Religión, en su sentido más elevado y metafísico,
no son ideas opuestas ni aun separadas; al revés, la primera se
contiene en la segunda, como la parte se contiene en el todo, o
como la rama se contiene en el árbol, para valernos de más
vulgar comparación. La política, o sea el arte de gobernar a
los pueblos, no es más, en su parte moral (único de que aquí
se trata), que la aplicación de los grandes principios de la
Religión al ordenamiento de la sociedad por los debidos medios a
su debido fin.
En este concepto es Religión o parte de ella la política, como
lo es el arte de regir un monasterio o la ley que preside a la
vida conyugal, o el deber mutuo de los padres y de los hijos, y
por lo mismo sería absurdo decir: "Nada quiero con la
política, porque todo lo quiero para la Religión", ya que
precisamente la política es una parte muy importante de la
Religión, porque es o debe ser sencillamente una aplicación en
grande escala de los principios y de las reglas que dicta para
las cosas humanas la Religión, que en su inmensa esfera las
abarca todas.
Mas el pueblo no es metafísico; ni en los escritos de Propaganda
popular se da a las palabras la acepción rígida que se les da
en las escuelas.
Hablando en metafísico, no sería entendido el propagandista en
los círculos y corrillos donde busca su público especial.
Tiene, pues, necesidad de dar a ciertas palabras el sentido que
les da el pueblo llano, con quien se ha de entender.
¿Y qué entiende el pueblo de política? Entiende el pueblo por
político el Rey tal o cual o el Presidente de la República,
cuyo busto ven en las monedas y ven en el papal sellado; el
Ministerio de tal o cual matiz que cayó o que acaba de subir;
los diputados que andan a la greña formando la mayoría o la
minoría; el gobernador civil y el alcalde que le mangonean el
tinglado de las elecciones, Ias contribuciones que la hay que
pagar; los soldados y empleados que hay que mantener, etc. Eso
para el pueblo es la política, y toda la política, y no hay
para él esfera más alto y trascendental.
Decir, pues, al pueblo: "No vamos a hablarte de
política", es decirle que por el periódico que se le
ofrece no sabrá si hay república o monarquía; si trae el cetro
y la corona más o menos democratizados este o aquel príncipe de
vulgar estirpe o de dinastía Real; si le manda o le cobra o le
paga fulano o zutano en nombre del Ministerio avanzado o del
conservador; si le han nombrado a Pérez alcalde en lugar de
Fernández o si le han hecho estanquero al vecino de enfrente en
vez del de la esquina. Y con esto sabe el pueblo que el tal
periódico en la segunda, como la parte se contiene en el todo, o
como la rama no le hablara de política (que para el no hay otra
que ésta) y sí solamente de religión.
Dijo, pues, bien, y sigue diciendo bien a nuestro humilde juicio,
la publicación que estampó por primera vez y sigue estampando
como programa suyo aquella divisa Nada, ni un pensamiento' etc. Y
lo entendieron así todos los que comprendieron el espíritu de
la publicación desde el primer momento; y no necesitamos para
entenderlo de argucias y cavilosidades. Y la misma publicación
se encargó de declararlo, si mal no recordamos, en su primer
artículo, donde después de ratificarse en este lema para
exponerlo en igual sentido en que le hemos expuesto hoy, decía:
"Nada con las pasajeras divisiones que turban hay a los
hijos de nuestra patria. Mande Rey o mande Roque, entronícese,
si quiere, la república unitaria o la federal, en lo que no
moleste a nuestros derechos católicos o no mortifique nuestras
creencias, se lo prometemos a fuer de honrados, no le haremos la
oposición. Lo inmutable (nótese bien), lo eterno, lo superior a
las miserables intriguillas de partido, eso defendemos y a eso
tenemos consagrada toda nuestra existencia." Y luego, para
más clarearse y para dejar bien definido hasta para los más
tontos el verdadero sentido de su frase nada para la política,
continuaba así: "Líbrenos Dios, sin embargo, de intentar
la más leve censura contra los periódicos sanos, que
defendiendo la misma sagrada causa que nosotros, aspiran a la
realización de un ideal político tal vez más favorable a la
suerte del atribulado Catolicismo en nuestra patria y en Europa.
Sabe Dios cuánto les amamos, y cuánto les admiramos, y cuánto
les aplaudimos. Merecen bien de la Religión y de las sanas
costumbres; son los maestros de nuestra inexperta juventud; a su
sombra benéfica se ha formado una generación católica decidida
y brillantemente batalladora, que está compensando nuestras
aflicciones con abundantes con suelos . Son nuestros modelos, y
aunque de muy lejos, seguiremos su huella y el rastro de luz que
van dejando en nuestra historia contemporánea.
Así escribía la Revista Popular en 1.° de enero del año 1871.
Tranquilícense, pues, los escrupulosos. Ni lo nuestro de hay
contradice a aquello, ni aquello debe modificarse en modo alguno
para ponerse en armonía con esto. Al unísono vibran ambas
Propagandas. La que dice allí nada para la política, y la que
aconseja aquí la defensa práctica de la Religión contra el
Liberalismo en el terreno político y por media de un partido
político, no son más que dos voces hermanas; tan hermanas, que
podrían llamarse gemelas; tan gemelas, como nacidas de una solo
alma y de un solo corazón.