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XLI Si es exageración no reconecer como partido perfectamente católico más que a un partido que sea radicalmente antiliberal.
"Nos convence lo que acabáis de decir
(exclamará alguno de los nuestros, de los nuestros, sí, pero
aprensivo y miedoso en demasía por todo lo que suene a política
y a partido); mas ¿cuál ha de ser este partido a que se afilie
el buen católico para defender, como decís, concreta y
prácticamente su fe contra la opresión del Liberalismo? El
espíritu de partido puede aquí alucinaros y hacer que, aun a
pesar vuestro, os inflame mas el deseo de favorecer por medio de
la Religión una determinada causa política, que no el de
favorecer por medio de la política a la Religión".
Parécenos, amigo lector, que estampamos aquí la dificultad en
toda su fuerza y tal como se la oye proponer por multitud de
personas. Afortunadamente nos costará poquísimo desvanecerla,
por más que en ella se encuentren como atascados y atarugados
muchos de nuestros hermanos.
Afirmamos, pues, sin temor de que nadie pueda lógicamente
contradecirnos, que, para combatir al Liberalismo, lo más
procedente y lógico es trabajar en mancomunidad de miras y
esfuerzos con el partido más radicalmente antiliberal.
-¡Hombre! ¡Eso es verdad de Pero Grullo!
-Pero es verdad. Y ¿quién tiene la culpa si a ciertas gentes
hay que presentarles las más sólidas verdades de la filosofía
en forma de vulgares perogrulladas? No, no es espíritu de
partido, sino espíritu de verdad, afirmar que no puede
eficazmente oponerse al Liberalismo más que un partido
verdaderamente católico, y afirmar en seguida que no es partido
radicalmente católico más que un partido radicalmente
antiliberal.
Esto escuece naturalmente a ciertos paladares estragados por
salsas mestizas, pero es incontestable. El Catolicismo y el
Liberalismo son sistemas de doctrinas y de procedimientos
esencialmente opuestos, como creemos haber demostrado en estos
nuestros artículos; forzoso se hace, pues, reconocer, aunque
cueste y amargue, que no se es íntegramente católico sino en
cuanto se es íntegramente antiliberal. Estas ideas dan una
ecuación rigurosamente matemática. los hombres y los partidos
(salvo en ellos error de buena fe) en tanto son católicos por
sus doctrinas, en cuanto no profesan idea alguna anticatólica, y
es clarísimo que profesarán doctrina anticatólica siempre y
cuando conscientes profesen en todo o en parte alguna doctrina
liberal. Decir, pues: tal partido liberal o tal persona
conscientemente liberal no son católicos, es fórmula tan exacta
corno decir: tal casa blanca no es negra, o tal otra colorada no
es azul. Es simplemente enunciar de un sujeto lo que lógicamente
resulta de aplicar el principio de contradicción: Nequit idem
simul esse et non esse: "No puede algo ser y juntamente
dejar de ser". Venga, pues, acá el más pintado liberal y
diganos si hay en el mundo teorema de matemáticas que concluya
mejor que éste: No hay más partido perfectamente católico que
un partido que sea radicalmente antiliberal.
No es, pues, partido católico, repetimos, ni aceptable en buena
tesis para católicos, más que el que profese y sostenga y
practique ideas resueltamente antiliberales. Cualquier otro, por
respetable que sea, por conservador que se presente, por orden
material que proporcione al país, por beneficios y ventajas que
accidentalmente ofrezca a la misma Religión, no es partido
católico desde el momento en que se presenta basado en
principios liberales, u organizado con espíritu liberal, o
dirigido a fines liberales. Y decimos así, refiriéndonos a lo
que más arriba hemos indicado, esto es, que hay liberales que
del Liberalismo aceptan los principios tan sólo, sin querer las
aplicaciones; al paso que hay otros que aceptan las aplicaciones
sin querer admitir (por lo menos descaradamente) los principios.
Repetimos, pues, que un partido liberal no es católico, ya sea
liberal en cuanto a sus principios, ya no lo sea en cuanto a sus
aplicaciones, como lo blanco no es negro, como lo cuadrado no es
circular, como el valle no es montaña, como la obscuridad no es
luz.
El periodismo revolucionario, que ha traído al mundo para
confusión de él una filosofía y una literatura cuyas
especiales, ha inventado también Un modo de discurrir
especialmente suyo. Que es, no discurrir como antiguamente se
solía, sacando de principios consecuencias, sino discurrir como
se usa en las plazuelas y en los corros de comadres, moverse por
impresión, vociferar a diestro y a siniestro pomposas palabrotas
(sesquipedalia verba), y aturdir y marear al entendimiento propio
y al ajeno con desatado turbión de prosa volcánica, en vez de
alumbrarle y dirigirle con la clara y serena lumbre de bien
seguida argumentación. Es seguro, por lo mismo, que se
escandalizará de que neguemos el dictado de católicos a tantos
partidos representados en la vida publica por hombres que, vela
en mano, concurren a nuestras procesiones; y representados en la
prensa por tantos órganos que cantan endechas allá por Semana
Santa al Mártir del Gólgota (estilo progresista puro) o
villancicos en NocheBuena al Niño de Belén, y que se creen con
esto sólo tan representantes de una política católica, como
pudieran el gran Cisneros o nuestra ínclita primera Isabel. Y
sin embargo... escandalícense o no, les diremos que tan
católicos son ellos, como fueron estos luteranos o francmasones.
Cada cosa es lo que es, y nada más. Todas las apariencias buenas
no harán sea bueno lo que en su esencial naturaleza es malo. Y
hable en católico y hágalo todo en apariencia como católico el
liberal, liberal será y no católico Todo lo más será liberal
vergonzante, que de los católicos anda remedando idioma, traje,
forma y buen parecer.