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XXXIX ¿Y qué me decís de la horrible secta del "laicismo", que desde hace poco, al decir de algunas gentes, causa tan graves estragos en nuestro País?.
Esta es la ocasión de hablar del
Laicismo de esa espantosa secta, como se la ha llamado, que ha
tenido el singular privilegio de excitar la pública atención en
estos últimos tiempos, en que apenas ninguna otra cuestión
teológica ha merecido este honor. Gran monstruo habrá debido de
ser el de que aquí se trata, cuando con tan general rebato se
han crecido en el caso de embestir contra el hasta los menos
aficionados a polémica religiosa, hasta los menos inclinados a
velar por la honra de la Iglesia. El Laicismo ha sido una
herejía singular de estos últimos tiempos, que ha tenido contra
si la saña de todos los que aborrecen a Jesucristo. ¡Habrá
rareza como ésta! En cambio, haberse levantado un hombre, sea
seglar, sea eclesiástico, contra el Laicismo, ha sido al punto
título de gloria y motivo de ruidoso aplauso y palutoteo en el
grupo francmasón. He aquí un hecho que nadie puede desmentir,
porque ha pasado a la vista de todos. ¿No podría ser éste un
dato suficiente para dejar completamente resuelto desde el primer
momento tan pavoroso problema?
Mas qué es el Laicismo? Sus fieros contradictores se han tomado
mas bien la pena de anatematizarlo desde sus respectivas
cátedras, más o menos autorizadas, que de definirlo. Nosotros,
que andamos años ha en tratos públicos y privados con él,
ensayaremos sacarlos de este apuro y darles, para que tengan
alguna base en sus invectivas, una definición.
De Laicismo se han calificado tres cosas:
1.ª La pretendida exageración de la iniciativa seglar en la
edificación de personas y de doctrinas.
2.ª La pretendida exageración de la iniciativa seglar en la
dirección y organización de obras católicas.
3ª La pretendida falta de sumisión de ciertos seglares a la
autoridad episcopal.
He aquí los tres puntos del enconado proceso que contra los
laicistas se ha entablado de dos o tres años acá. Excusado es
decir que esos tres puntos que damos aquí claramente deslindados
por primera vez, nunca los ha deslindado en sus fogosas peroratas
el ampuloso fiscal que ha llevado principalmente la voz contra
nosotros. Eso de concretar cargos y precisar conceptos no debe de
entrar en las leyes de su polémica, por todo extremo original.
Mucho vociferar a grito herido: " ¡Cisma! ¡cisma! ¡secta!
¡secta! ¡ rebeldía! ¡Rebeldía! y, mucho ponderar los fueros
y prerrogativas de la autoridad episcopal, mucho probar con
autoridades y cánones verdades que nadie niega sobre esta
autoridad; pero nada de acercarse (ni de lejos) al verdadero
punto del debate; nada de probar gravísimas acusaciones,
olvidando que, acusación que no se aprueba, deja de ser
acusación y pasa a ser desvergonzada calumnia. ¡Oh, qué lujo
de erudición, qué profundidad de teología, qué sutileza de
derecho canónico, qué énfasis de retórica escolar se ha
malgastado en probar que eran los peores enemigos de la causa
católica sus más firmes defensores; que eran los autores y
fautores del Laicismo, precisamente los de continuo apostrofados
de Clericalismo; que tendían a emanciparse del santo magisterio
episcopal los que han sido en todos tiempos los más adictos y
dóciles al cayado de sus Pastores, en lo que pertenece a su
jurisdicción!
Esta última frase (en lo que pertenece a su jurisdicción) la
tiene en lamentable y tal vez calculado olvido los fieros
impugnadores del mal llamado Laicismo, y con tanto traer y llevar
por arriba y por abajo la Encíclica Cum multa, diríase no han
acertado aun a ver en ella ese paréntesis, que da de lo más
sustancioso de ella la debida y natural explicación. En efecto;
todas las acusaciones de rebeldía dirigidas contra ciertas
asociaciones y periódicos, estarían muy en su lugar siempre que
se probase (como efectivamente nunca se ha probado ni se
probará) que tales asociaciones y periódicos, al resistirse con
varonil firmeza a formar parte de la malhadada unión
católico-liberal que se les quiso canónicamente imponer
resistieron a su natural jefe religioso en algo que era de su
jurisdicción. El colosal talento de los descubridores e
impugnadores del Laicismo podría bien ocuparse en eso, que seria
tarea digna de su laboriosidad, y que por cierto habían de
tardar en ver concluida. Mas ¿qué hacer? No les ha dado por
ahí a los antilaicistas, ni debe haber para ellos señalado en.
su manualito de Lógica aquel vicio llamado mutatio elenchi, que
es el que de continuo les hace cantar extra chorum." por no
emplear otro modismo, si más gráfico, menos limpio y oloroso,
que tiene entre los suyos el enérgico idioma catalán.
Es por de pronto un Laicismo, singular este que en España, y en
Cataluña sobre todo anda al frente de todas las obras católicas
vulgarmente llamadas ultramontanas; que a la voz del Papa levanta
romerías; que para secundar al Papa cubre adhesiones con
millares de firmas; que para socorrer al Papa manda de continuo a
Roma limosnas y más limosnas; que está siempre al lado de sus
Prelados en cuanto éstos ordenen para combatir a la impiedad;
que funda y paga y sostiene escuelas católicas contra las
llamadas laicas y protestantes; que forma, en una palabra, en la
academia, en el templo, en la prensa, el grupo más ardientemente
batallador en defensa de los derechos de la fe y de la Santa
Sede. Es un Laicismo raro y fenomenal éste del cual son amigos e
inspiradores los sacerdotes más ejemplares, y focos las casas
religiosas más observantes; que ha recibido en pocos años él
solo más bendiciones expresas de Su Santidad que cualquier otro
grupo en medio siglo de fecha; que lleva sobre sí el certificado
mas auténtico de ser cosa de Cristo en la animadversión y rabia
con que le miran y tratan todos los enemigos más declarados del
nombre cristiano. ¿No es verdad que es este un Laicismo que en
todo se parece al más puro Catolicismo?
Resumen: que no hay tal Laicismo ni cosa que lo parezca. Hay sí,
un puñado de católicos seglares que valen por un ejército, y
que incomodan de veras a la secta católico-liberal, que tiene
por eso muy legítima y justificada razón para odiarlos.
Y hay además:
1.° Que el católico seglar ha podido siempre, y puede y debe
con más justo motivo hoy día, dadas las presentes
circunstancias, tomar parte muy activa en la controversia
religiosa, exponiendo doctrinas, calificando libros y personas,
desenmascarando fachas de sospechosa catadura, tirando derecho a
los blancos que de antemano le señala la Iglesia Entre los
cuales el blanco preferente debe ser en nuestros días el error
contemporáneo del Liberalismo, y su hijuela y cómplice y
encubridor el catolicismo liberal, contra los cuales cien veces
ha dicho el Papa que era muy recomendable guerreasen sin cesar
todos los buenos católicos, aun los seglares.
2.º Que el fiel seglar ha podido en todos tiempos, y puede hoy
emprender, organizar, dirigir y llevar a cabo toda suerte de
obras católicas, con sujeción a los trámites que para eso
prescribe el Derecho canónico, y sin otra limitación que la que
éste señala. De lo cual nos dan ejemplo grandes Santos que,
siendo simples seglares, han creado en la Iglesia de Dios
magníficas instituciones de todo género, y hasta verdaderas
Ordenes religiosas, como fue San Francisco de Asís, que,
¡pásmense los antilaicistas!, nunca llegó a ser sacerdote' ni
era subdiácono, sino un pobre seglar, cuando puso los cimientos
de la suya. Con mucha mayor razón se puede, pues, fundar un
periódico, una academia, un círculo, o un casino propagandista,
sin más que atenerse a las reglas generales que para esto
establece, no el criterio de un hombre, sea el que fuere, sino la
sabia legislación canónica, de quien son súbditos todos y a
quien deben ser todos obedientes, desde el Príncipe más alto de
la Iglesia hasta el mas obscuro seglar.
3.º Que tratándose de cuestiones libres no hay rebeldía ni
desobediencia en que quiera resolverlas cada periódico o
asociación o individuo según su criterio particular. Siendo muy
de notar, aunque nada extraño, que en eso tengamos los
católicos que dar lecciones a los liberales de cuáles sean los
fueros de la verdadera libertad cristiana, y de cuán distinta es
la noble sumisión de la fe. del bajo y rastrero servilismo. Las
opiniones libres ni el confesor puede imponerlas a su confesado,
aunque las crea más provechosas o seguras, ni el Párroco a su
feligrés, ni el Prelado a sus diocesanos, y seria muy
conveniente que sobre eso diesen nuestros ilustrados
contradictores un repaso al Bouix, o por lo menos al F. Larraga.
Por lo mismo no hay crimen, ni hay pecado, ni hay siquiera falta
venial (y mucho menos herejía, cisma o cualquiera otra
majadería) en ciertas resistencias. Son resistencias que la
Iglesia autoriza y que por tanto nadie puede condenar. Eso sin
prejuzgar si tales resistencias son algunas veces no sólo
lícitas, si que recomendables; y no sólo recomendables, si que
obligatorias en conciencia. Como seria, si de buena o mala fe,
con rectas o no rectas intenciones, se pretendiese llevar a un
súbdito a que suscribiese fórmulas o adoptase actitudes, o
aceptase connivencias abiertamente favorables al error, y
deseadas y urdidas y aplaudidas por los enemigos de Jesucristo.
En tal caso el deber del buen católico es la resistencia a todo
trance, y antes morir que condescender.
He aquí lo que hay sobre la tan debatida cuestión del Laicismo,
que mirada a buena luz y con mediano conocimiento de la materia.
ni siquiera llega a ser cuestión. De ser cierta la teología que
sobre eso han sentado los padres graves del catolicismo liberal,
poco le quedaría que hacer al diablo para ser dueño del campo,
porque en rigor, todo se lo daríamos ya hecho con nuestras
propias manos. Para hacer imposible en la práctica todo
movimiento católico seglar, no hay mejor recurso que exigirle
tales condiciones por las que resulte moralmente impracticable.
En una palabra, lo hemos dicho ya: Jansenismo puro es éste, al
que por fortuna le ha caído ya el disfraz.