|
XXXV Cuáles son los periódicos buenos y cuáles los malos, y qué se ha de juzgar de lo bueno que tenga un periódico malo, y, al revés, de lo malo en qué puede incurrir un periódico bueno.
Dado que la corriente, buena o mala, que
aplaude o condena una cosa, ha de servirle al católico sencillo
de común y familiar criterio de verdad, para vivir al menos
receloso y prevenido; y dada que los periódicos suelen ser el
medio en que más y mejor se transparenta esta corriente, y a los
que, por tanto, hay que acudir en más de una ocasión, puede
preguntarse aquí ¿Cuales han de ser para un católico de hoy
los periódicos que le inspiren verdadera confianza? O mejor:
¿Cuáles deben inspirarles poquísima, y cuales ninguna?
Primeramente, es claro (per se patet) que ninguna confianza deben
inspirarnos tocante a Liberalismo los periódicos que se honran
(o se deshonran) con llamarse a sí propios y portarse como
liberales. Como hemos de fiarnos de ellos, si son precisamente
los enemigos contra quienes hemos a todas horas de prevenirnos, y
a quienes hemos de andar constantemente hostilizando! Queda,
pues, fuera de toda discusión esta parte de la consulta. Lo que
se llama liberal hoy día, ciertamente lo es; y siéndolo, es
nuestro formal enemigo y de la Iglesia de Dios. No se tenga en
cuenta, pues, su recomendación o aplauso, más que para mirar
como sospechoso cuanto en Religión recomienda y aplauda.
Hay una clase, empero, de periódicos no tan descarada y
pronunciada, que gusta de vivir en la ambigüedad de indefinidos
colores y de indecisas tintas. Que se llama a todas horas
católica, y a ratos abomina y detesta el Liberalismo, cuanto a
la palabra por lo menos. Es comúnmente conocida por
católico-liberal. De esa hay que fiar menos aun, y no dejarse
sorprender por sus mojigaterías y pietismos. Es seguro que en
todo caso apurado predominará en ella la tendencia liberal sobre
la. católica, aunque entre ambas se proponga fraternalmente
vivir. Así se ha visto siempre y así debe lógicamente suceder.
La corriente liberal es más fácil de seguir, y en prosélitos
es más numerosa, y es al amor propio más simpática. La
católica es mas áspera en apariencia, tiene menos secuaces y
amigos, exige navegar siempre contra el natural corrompido
impulso de las ideas y pasiones. En un corazón ambiguo y
vacilante, como son los tales, es, pues, regular que ésta
sucumba y aquélla prevalezca. No hay que fiar, pues, en casos
difíciles de la prensa católico-liberal. Más aún. Tiene el
inconveniente de que su fallo no nos sirve tanto como el de la
otra para formularnos prueba contradictoria, por la sencilla
razón de que este su fallo no es absoluto y radical en nada, y
sí por lo regular acomodaticio.
La prensa buena es la prensa íntegramente buena, es decir, la
que defiende lo bueno en sus principios buenos y en sus
aplicaciones buenas. La más opuesta a lo reconocidamente malo,
opposita per diametrum, como dice San Ignacio en el libro de oro
de sus Ejercicios. La que está al lado opuesto de las fronteras
del error, la que mira siempre frente a frente al enemigo, no la
que a ratos vivaquea con él, o no se opone más que a
determinadas evoluciones suyas. La que es enemiga de lo malo en
todo, ya que lo malo es malo en todo, aun en aquello bueno que
por casualidad puede consigo traer alguna vez.
Y vamos a hacer una observación para explicar esta nuestra
última frase, que a muchos parecerá atrevida.
Suelen a veces periódicos malos tener algo bueno. ¿Qué ha de
pensarse de esto bueno que tienen alguna vez los periódicos
malos? Ha de pensarse que no les hace dejar de ser malos, si es
mala su intrínseca naturaleza o doctrina. Antes esto bueno
puede, y suele ser, añagaza satánica para que se les
recomiende, o por lo menos se les disimule, lo malo esencial que
traen en sí. No le quitan a un ser malo su natural maldad
ciertas cualidades accidentalmente buenas. No son buenos un
ladrón o asesino, por más que recen cualquier día un Ave
María o le den a un pobre una limosna. Malos son a pesar de
estas obras buenas, porque es malo el conjunto esencial de sus
actos. Es mala la tendencia ordinaria de ellos. Y si de lo bueno
que hacen se sirven para más autorizar su maldad, viene a
hacerse malo por su fin, hasta aquello mismo que en sí sería
ordinariamente bueno.
Al revés, sucede que periódicos buenos incurren alguna vez en
tal o cual error de doctrina, o en algún extravío de pasión, y
hacen efectivamente algo que no se les puede aprobar. ¿Han de
llamarse por esto malos? ¿Han de reprobarse como tales? No, por
análoga, aunque inversa razón. Lo malo en ellos es accidental;
lo bueno es lo sustancial y ordinario. Un pecado o algunos no
hacen malvado a un hombre, sobre todo si protesta no quererlos,
con el arrepentimiento o la enmienda. No es malo más que el que
a sabienda y habitualmente lo es, y protesta querer serlo.
Angeles no lo son los periodistas católicos, ni mucho menos,
sino hombres frágiles y miserables y pecadores. Querer, pues, se
les condene por tal o cual error o por tal o cual indiscreción o
destemplanza, es tener de lo bueno y de lo virtuoso un concepto
farisaico y jansenístico, reñido con todos los principios de
sana moral. Si se ha de juzgar de esta suerte, ¿qué
institución habría . buena y digna de estima en la Iglesia de
Dios?
Resumen: Hay periódicos buenos y hay periódicos malos. Con
estos deben sumarse los ambiguos o indefinidos. No le hacen bueno
al malo algunas cosas buenas que tenga, ni le hacen malo al bueno
algunos defectos y aun pecados en que incurra. Si sobre estos
principios juzga y falla lealmente el buen católico, rara vez se
equivocará.