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XXXIV De una señal clarísima por la que se conocerá fácilmente cuáles cosas proceden de espíritu sanamente católico y cuáles de espíritu resabiado o radicalmente liberal.
Vamos a otra cosa, a propósito de la
última palabra que acabamos de escribir. La obscuridad es el
gran auxiliar de la maldad. Qui malo agit edit lucem, ha dicho el
Señor. De ahí el empeño constante de la herejía en envolverse
entre nebulosidades. No hay gran dificultad en descubrir al
enemigo que se presenta con la visera levantada, ni la hay en
reconocer por liberales a los que empiezan de buenas a primeras a
declarar que lo son. Mas esta franqueza no conviene
ordinariamente a la secta. Así, pues, hay que adivinar al
enemigo tras el disfraz, y éste es muchas veces hábil y
cauteloso en gran manera. Añádase, además. que muy a menudo no
es lince el ojo que lo ha de reconocer; se hace preciso, pues, un
criterio fácil, llano, popular, para distinguir a cada momento
lo que es obra católica de lo que es infernal añagaza del
Liberalismo.
Sucede frecuentemente que se anuncia un proyecto, se da el grito
de una empresa, se funda una institución, y el fiel católico no
acierta a distinguir por de pronto a qué tendencia obedece aquel
movimiento, y si, de consiguiente, conviene asociarse a él o
más bien oponérsele con todas las fuerzas, máxime cuando el
infierno harta maña se da en tomar muchas veces alguno o algunos
de los colores más atractivos de nuestra bandera, y en emplear
hasta, en ocasiones, nuestro usual idioma. En tales casos,
¡cuántos hacen el juego a Satanás, creyendo emplearse
buenamente en una obra católica! Pero se dirá "Tiene cada
cual la voz de la Iglesia, que le puede dar en esto perfecta
seguridad " Está bien. Mas la autoridad de la Iglesia no
puede consultarse a cada momento ni para cada caso particular. La
Iglesia suele dejar sabiamente establecidos los principios y
reglas generales de conducta; la aplicación a los mil y un casos
concretos de cada día la deja ella al criterio prudencial de
cada fiel. Y los casos de esta naturaleza se presentan cada día,
y hay que resolverlos instantáneamente, sobre la marcha. El
periódico que sale, la asociación que se establece, la pública
fiesta a que se convida, la suscripción para la que se pide,
todo esto puede ser de Dios y puede ser del diablo y lo peor es
que puede ser del diablo presentándose, como hemos dicho, con
toda la mística gravedad y compostura de las cosas de Dios.
¿Cómo guiarse, pues, en tales laberintos?
He aquí un par de reglitas de carácter muy práctico que nos
parece pueden servir a todo cristiano para que en tan vidriosa
materia ponga bien asentado el pie.
1.° Observar cuidadosamente qué clase de personas promueven el
asunto. Es la primera regla de prudencia y de sentido común. Se
funda en aquella máxima del Salvador: No puede un mal árbol dar
buenos frutos. Es evidente que personas liberales han de dar de
sí por lo común escritos, obras, empresas y trabajos liberales
o informados de espíritu liberal, o por lo menos lamentablemente
resabiados de él
Véase, pues, cuáles son los antecedentes de aquella o aquellas
personas que organizan o promueven la obra de que se trata. Si
son tales que no os merezcan completa confianza sus doctrinas,
mirad con prevención todas sus empresas. No las reprobéis
inmediatamente, pues hay un axioma de teología que dice que no
todas las obras de los infieles son pecados, y lo mismo puede
decirse de las de los liberales. Pero no las deis inmediatamente
por buenas. Recelad de ellas, miradlas, miradlas con prevención,
sujetadlas a más detenido examen. aguardad sus resultados.
2.º Examinar qué clase de personas lo alaban. Es todavía regla
más segura que la anterior. Hay en el mundo actual dos
corrientes públicas y perfectamente deslindadas. La corriente
católica y la corriente masónica o liberal. La primera la
forman, o mejor, la reflejan los periódicos católicos. La
segunda la reflejan y materialmente la forman cada día los
periódicos revolucionarios. La primera busca su inspiración en
Roma. A la segunda la inspira la Masonería. ¿Se anuncia un
libro? ¿Se publican las bases de un proyecto? Mirad si lo
aprueba y recomienda y toma por su cuenta la corriente liberal.
En este caso tal obra o proyecto están juzgados: son cosa suya.
Porque es evidente que el Liberalismo, o el diablo que le
inspira, reconocen inmediatamente cuál cosa les puede dañar y
cuál favorecer, y no han de ser tan necios que ayuden a lo que
les es contrario o se opongan a lo que les favorece. Tienen los
partidos y sectas un instinto o intuición particular (oliactus
mentis, que dijo un filósofo), el cual les revela a priori lo
que han de mirar como suyo y lo que como enemigo. Desconfiad,
pues, de todo lo que alaban y ponderan los liberales. Es claro
que le han visto a la cosa o su origen o sus medios o su fin
favorables al Liberalismo. No suele equivocarse en esto el claro
instinto de la secta. Más fácil es que se equivoque un
periódico católico, alabando y recomendando por buena una cosa
que en sí tal vez no lo sea mucho, que no un periódico liberal
alabando por suya una obra de las varias sobre que se entable
discusión. Más fiamos, a la verdad, del olfato de nuestros
enemigos que del de nuestros propios hermanos. Al bueno, ciertos
escrúpulos de caridad y de natural costumbre de pensar bien le
ciegan a veces hasta el punto de que vea por lo menos sanas
intenciones donde, por desgracia, no las hay. No así los malos.
Estos disparan desde luego, bala rasa contra lo que no se aviene
con su modo de pensar, y tocan incansables el bombo de todos los
reclamos en favor de lo que por un lado u otro ayuda a su
maléfica propaganda. Desconfiad, pues, de cuanto os alaben por
bueno vuestros enemigos.
Hemos recogido de un periódico los siguientes verismos que, si
literariamente podrían ser mejores, no pueden ser, en cambio,
más verdaderos.
Dicen así, hablando del Liberalismo:
¿Dice que sí? Pues mentira. ¿Dice que no? Pues verdad. Lo que
él llama iniquidad, Tú como virtud lo miras: Al que persiga con
ira, Tenle tú por hombre honrado; Mas evita con cuidado a
cualquiera que el alabe; Si esto haces, cuanto cabe ya le tienes
estudiado.
Se nos figura que con estas dos reglas de sentido común que más
bien podríamos llamar de buen sentido cristiano, hay bastante,
si no para dar fallo decisivo a toda cuestión, al menos para no
tropezar fácilmente en las escabrosidades de este tan
accidentado terreno en que andamos y luchamos los católicos de
hoy. No se le olvide sobre todo al católico de nuestro siglo,
que la tierra que pisa está minada por todas partes por las
sectas secretas, que son las que dan voz y tono a la polémica
anticatólica, y a las que inconscientemente se sirve muchísimas
veces aun por los mismos que más detestan su trabajo infernal.
La lucha de hoy es principalmente subterránea y contra un
enemigo invisible, que rara vez se presenta con su verdadera
divisa. Hay, pues, que olerle, más que verle: hay que adivinarlo
con el instinto, más que señalarle con el dedo. Buen olfato,
pues, y sentido práctico son necesarios más que sutiles
cavilaciones y laboriosas teorías. El anteojo que les
recomendamos a nuestros amigos no nos ha engañado a nosotros
jamás.