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XXX Qué debe pensarse de las relaciones que mantiene el Papa con los Gobiernos y personajes liberales.
Pues entonces (salta uno), ¿qué
concepto hemos de formar de las relaciones y amistades que trae
la Iglesia con Gobiernos y personas liberales, que es lo mismo
que decir con el Liberalismo?
Respuesta al canto.
Hemos de juzgar que son relaciones y amistades oficiales y nada
más. No supone afecto alguno especial a las personas con quienes
se tienen, y mucho menos aprobación de sus actos, y muchísimo
me nos adhesión o sanción a sus doctrinas. Punto es este que
conviene explanar algún tanto, ya que sobre él arman gran
aparato de teología liberal los sectarios del Liberalismo para
combatir la sana intransigencia católica.
Conviene ante todo observar que hay en la Iglesia de Dios dos
ministerios: uno que llamaremos apostólico, relativo a la
propagación de la fe y a la salvación de las almas; y otro que
podríamos muy bien llamar diplomático, relativo a sus
relaciones humanas con los poderes de la tierra.
El primero es el más noble; es, por decirlo así, el primario y
esencial. El segundo es inferior y subordinado al primero, a cuyo
auxilio únicamente se endereza. En el primero es intransigente e
intolerante la Iglesia; va recta a su fin, y prefiere romperse
antes que doblegarse: Frangi, non flecti. Véase sino la historia
de sus persecuciones. Tratase de derechos divinos y de deberes
divinos, y por tanto en ellos no cabe atenuación ni
transacción. En el segundo es condescendiente y benévola y
sufrida. Trata, gestiona, negocia, halaga para ablandar; calla
tal vez para mejor conseguir; se retira quizá para mejor avanzar
y para sacar luego mejor partido. Su divisa podría ser en este
orden de relaciones: Flecti, non frangi. Trátase de relaciones
humanas, y éstas admiten cierta flexibilidad y uso de especiales
resortes.
En este terreno es lícito y santo todo lo que no declara malo y
prohibido la ley común en las relaciones ordinarias entre los
hombres. Más claro: la Iglesia cree en esta esfera poder valerse
y se vale de todos los recursos que puede utilizar una diplomacia
honrada.
¿Quién se atreverá a echárselo en rostro? Así que envía
embajadas y las recibe aun de Gobiernos malos, aun de príncipes
infieles da a los mismos y de los mismos recibe presentes y
obsequios y honores diplomáticos; ofrece distinciones, títulos
y condecoraciones a sus personajes; honra con frases de
cortesanía y galantería a sus familias; concurre a sus fiestas
por medio de sus representantes.
Pero salen luego el tonto o el liberal y dicen como quien habla
sentencias: " Pues ¿por qué hemos de aborrecer al
Liberalismo y combatir a los Gobiernos liberales, cuando trata
con ellos el Papa, y los reconoce y colma de distinciones?"
¡Malvado o majadero! que una de estas cosas o todas juntas
puedes muy bien ser. Escucha una comparación y falla luego.
Eres padre de familia y tienes cuatro o seis hijas, a quienes
educas con todo el rigorismo de la honestidad, y viven frente o
pared en medio de tu casa unas vecinas infames, y tú estás
diciendo continuamente a tus hijas que aquellas mujeres no las
han de tratar ni siquiera saludar, ni aun mirar; que las han de
considerar como malas y perversas; que han de aborrecer su
conducta e ideas; que han de procurar distinguirse de ellas y en
nada asemejarse a ellas, ni en sus dichos, ni en sus obras, ni en
sus trajes. Y tus hijas, dóciles y buenas, es claro que han de
observar tu ley y atenerse a tus mandatos, que no son sino de
prudente y de muy avisado padre de familias. Mas he aquí que en
una ocasión se suscitan cuestiones en la vecindad sobre puntos
comunes a ella, sobre confrontación de límites o paso de aguas,
por ejemplo; y se hace preciso que tú, honrado padre, sin dejar
de ser tal, trates en junta con una de aquellas infames mujeres,
sin dejar de ser infames, o por lo menos con quien las
represente. Y tenéis para eso vuestros tratos y cabildeos, y os
habláis y os dais los cumplidos y fórmulas de cortesía usuales
en sociedad, y procuráis de todos modos entenderos y llegar a un
acuerdo y avenencia sobre el objeto en que habéis de convenir.
¿Hablarán bien tus hijas si dicen luego: "Pues que nuestro
padre trata con esas malas vecinas, no deben ser tan malas como
dice él; podemos tratar con ellas también nosotros; buenas
hemos de reputar sus costumbres; modestos sus trajes, loable y
honrado su modo de vivir? Dime, ¿no hablarían como necias tus
hijas si hablasen así? Pues apliquemos ahora la parábola o
comparación.
La Iglesia es la familia de los buenos (o que deben serlo y que
desea ella lo sean). Pero vive rodeada de Gobiernos del todo
perversos o más o menos pervertidos. Y dice a sus hijos:
"Aborreced las máximas de esos Gobiernos; combatidlos; su
doctrina es error, sus leyes iniquidad." Pero al mismo
tiempo, por cuestiones de interés propio o de ambos a la vez, se
ve ella en el caso de tratar con los jefes o representantes de
tales Gobiernos malos, y efectivamente trata con ellos, recibe
sus cumplidos y usa con ellos de las fórmulas de urbanidad
diplomática usuales en todos los países; pacta con ellos sobre
asuntos de interés común, procurando sacar el mejor partido
posible de su situación entre tales vecinos. ¿Es malo esto? Sin
duda que no. Pero ¿no es ridículo que salga luego un católico
y lo tome por sanción de doctrinas que la Iglesia no cesa de
condenar, y por aprobación de actos que la Iglesia no cesa de
combatir?
¡Pues qué! ¿Sanciona la Iglesia el Corán tratando de potencia
a potencia con los sectarios del Corán? ¿Aprueba la poligamia,
recibiendo regalos y embajadas del gran Turco? Pues del mismo
modo no aprueba el Liberalismo cuando condecora a sus reyes o
ministros, cuando les envía sus bendiciones, que son simples
fórmulas de cortesía cristiana que el Papa otorga hasta a los
protestantes. Es sofístico pretender que la Iglesia autorice con
tales actos lo que por otros actos no deja de condenar. Su
ministerio diplomático no anula su ministerio apostólico; en su
ministerio apostólico debe, sí, buscarse la explicación de las
aparentes contradicciones de su ministerio diplomático
Y así obra el Papa con los jefes de naciones, así el Obispo con
los de provincias, así el párroco con los de localidad. Y Se
sabe el alcance y significación que tienen estas relaciones
oficiales y diplomáticas. Sólo lo ignoran (o fingen ignorarlo)
los malaventurados sectarios o resabiados del error liberal.