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XXIX ¿Qué conducta debe observar el buen católico con tales ministros de Dios contagiados de Liberalismo?.
Está bien, dirá alguno al llegar aquí.
Todo esto es facilísimo de comprender, y basta haber
medianamente hojeado la historia para tenerlo por averiguado. Mas
lo delicado y espinoso es exponer cuál debe ser la conducta que
con tales ministros de la Iglesia extraviados debe observar el
fiel seglar, santamente celoso de la pureza de su fe así como de
los legítimos fueros de la autoridad.
Es indispensable establecer aquí varias distinciones y
clasificaciones, y responder diferentemente a cada una de ellas.
1.º Puede darse el caso de un ministro de la Iglesia
públicamente condenado como liberal por ella. En este caso
bastará recordar que deja de ser católico (en cuanto a merecer
la consideración de tal) todo fiel, eclesiástico o seglar, a
quien la Iglesia separa de su seno, mientras por una verdadera
retractación y formal arrepentimiento no sea otra vez admitido a
la comunión de los fieles. Cuando así suceda con un ministro de
la Iglesia, es lobo el tal; no es pastor, ni siquiera oveja.
Evitarle conviene, y sobre todo rogar por el.
2.º Puede darse el caso de un ministro de la Iglesia caído en
la herejía, pero sin haber sido aún oficialmente declarado
culpable por la referida Iglesia. En este caso es preciso obrar
con mayor circunspección. Un ministro de la Iglesia caído en
error contra la fe, no puede ser oficialmente desautorizado más
que por quien tenga sobre el Jerárquica jurisdicción. Puede,
sin embargo, en el terreno de la polémica meramente científica,
ser combatido por sus errores y convicto de ellos, dejando
siempre la última palabra, o sea el fallo de la polémica, a la
autoridad, única infalible, del Maestro universal. Gran regla,
estamos por decir única regla en todo, es la práctica constante
de la Iglesia de Dios, según aquello de un Santo Padre Quod
semper quad ubique, quad ad omnibus. Pues bien. Así se ha
procedido siempre en la Iglesia de Dios. Los particulares han
visto en un eclesiástico doctrinas opuestas a las que se han
enseñado comúnmente únicas sanas. Han dado el grito sobre
ellas, se han lanzado a combatirlas en el libro, en el folleto,
de viva voz, y han pedido de esta suerte al magisterio infalible
de Roma el fallo decisivo. Son los ladridos del perro que
advierten al pastor. Apenas hubo herejía alguna en el
Catolicismo que no se empezase a confundir y desenmascarar de
esta manera.
3.º Puede darse el caso de que el infeliz extraviado sea un
ministro de la Iglesia, al cual debamos estar particularmente
subordinados. Es preciso entonces proceder todavía con más
mesura y mayor discreción. Hay que respetar siempre en él la
autoridad de Dios, hasta que la Iglesia lo declare desposeído de
allá, Si el error es dudoso, hay que llamar sobre él la
atención de sus superiores inmediatos para que le pidan sobre
ello clara explicación. Si el error es evidente, no por esto es
lícito constituirse en inmediata rebeldía, sino que es preciso
contentarse con la resistencia pasiva a aquella autoridad, en lo
que aparezca evidentemente en contradicción con las doctrinas
reconocidas por sanas en la Iglesia. Guardarle se debe empero
todo respeto exterior, obedecerle en lo que no aparezca dañada
ni dañosa su enseñanza, resistirle pacífica y respetuosamente
en lo que se aparte de la común sentencia católica.
4.º Puede darse el caso (y es el más general) de que el
extravío de un ministro de la Iglesia no verse sobre puntos
concretos de doctrina católica, sino sobre ciertas apreciaciones
de hechos o personas, ligadas más o menos con ella. En este caso
aconseja la prudencia cristiana mirar con prevención al tal
sacerdote resabiado, preferir a los suyos los consejos de quien
no tenga tales resabios recordar a propósito de esto la máxima
del Salvador: Un poco de levadura hace fermentar toda la
masa." De consiguiente, una prudente desconfianza es aquí
la regla de mayor seguridad. Y en esto, como en todo, pedir luz a
Dios, consejo a personas dignas e íntegras, procediendo siempre
con gran recelo tocante a quien no juegue muy limpio o no hable
muy claro sobre los errores de actualidad.
Y he aquí lo único que podemos decir sobre este punto, erizado
de infinitas dificultades, y que es imposible resolver en tesis
general. No olvidemos una observación que arroja torrentes de
luz. Más se conoce al hombre por sus aficiones personales que
por sus palabras y por sus libros. Sacerdotes amigo de liberales,
mendigo de sus favores y alabanzas, y ordinariamente favorecido
con ellas, trae consigo, por lo regular, muy sospechosa
recomendación de ortodoxia doctrinal.
Párense nuestros amigos en este fenómeno, y verán cuan segura
norma y cuán atinado criterio les da.