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XXVIII Si hay o puede haber en la Iglesia ministros de Dios atacados del horrible contagio del Liberalismo.
En gran manera favorece al Liberalismo el
hecho, por desgracia harto común y frecuente, de que se
encuentren algunos eclesiásticos contagiados de este error. En
estos casos la singular teología de ciertas gentes convierte
desde luego en argumento de gran peso la opinión o los actos de
tal o cual persona eclesiástica. y de eso hemos tenido
deplorabilísimas experiencias en todos tiempos los católicos
españoles. Conviene, pues, salvando todos los respetos, tocar
ahora este punto y preguntar con sinceridad y buena fe: ¿Puede
haber también ministros de la Iglesia maleados del Liberalismo?
Sí amigo lector, si puede haber también por desdicha ministros
de la Iglesia liberales, y los hay de esta secta fieros, y los
hay mansos, y los hay únicamente resabiados. Exactamente como
sucede entre los seglares.
No está exento el ministro de Dios de pagar miserable tributo a
las humanas flaquezas, y de consiguiente lo ha pagado también
repetidas veces el error contra la fe.
¿Y qué tiene esto de particular, cuando no ha habido apenas
herejía alguna en la Iglesia de Dios que no haya sido elevada o
propagada por algún clérigo? Más aún: es históricamente
cierto, que no han dado qué hacer ni han medrado en siglo alguno
las herejías que no han empezado por tener clérigos a su
devoción.
El clérigo apóstata es el primer factor que busca el diablo
para esta su obra de rebelión. Necesita presentarla en algún
modo autorizada a los ojos de los incautos, y para eso nada le
sirve tanto como el refrendo de algún ministro de la Iglesia. Y
como, por desgracia, nunca faltan en ella clérigos corrompidos
en sus costumbres, camino el más común de la herejía; o ciegos
de soberbia, causa también muy usual de todo error; de ahí que
nunca le han faltado a éste apóstoles y fautores
eclesiásticos, cualquiera que haya sido la forma con que se ha
presentado en la sociedad cristiana.
Judas, que empezó en el propio apostolado a murmurar y a sembrar
recelos contra el Salvador, y acabó por venderle a sus enemigos,
es el primer tipo del sacerdote apóstata y sembrador de cizaña
entre sus hermanos; y Judas, adviértase, fue uno de los doce
primeros sacerdotes ordenados por el mismo Redentor.
La secta de los Nicolaítas tomó origen del diácono Nicolás,
uno de los siete primeros diáconos ordenados por los Apóstoles
para el servicio de la Iglesia, y compañero de San Esteban,
protomártir.
Paulo de Samosata, gran heresiarca del siglo III, era obispo de
Antioquía.
De los Novacianos, que tanto perturbaron con su cisma a la
Iglesia universal, fue padre y autor el presbítero de Roma,
Novaciano.
Melecio, obispo de la Tebaida, fue autor y jefe del misma de los
Melecianos.
Tertuliano, asimismo sacerdote y elocuente apologista, cae y
muere en la herejía de los Montanistas.
Entre los Priscilianistas españoles, que tanto escándalo
causaron en nuestra patria en el siglo IV, figuran los nombres de
Instancio y Salviano, dos obispos, a quienes desenmascaró y
combatió Higinio; fueron condenados en un concilio reunido en
Zaragoza.
El principal heresiarca que ha tenido tal vez la Iglesia fue
Arrio, autor del Arrianismo, que llegó a arrastrar en pos de sí
tantos reinos como el Luteranismo de hoy. Arrio fue un sacerdote
de Alejandría, despechado por no haber alcanzado la dignidad
episcopal. Y clero arriano lo hubo en esta secta, hasta el punto
de que gran parte del mundo no tuvo otros obispos ni sacerdotes
durante mucho tiempo.
Nestorio, otro de los famosísimos herejes de los primeros
siglos, fue monje, sacerdote, obispo de Constantinopla y gran
predicador. De él procedió el Nestorianismo.
Eutiques, autor del Eutiquismo, era presbítero y abad de un
monasterio de Constantinopla.
Vigilancio, el hereje tabernero tan donosamente satirizado por
San Jerónimo, había sido ordenado sacerdote en Barcelona.
Pelagio, autor del Pelagianismo, que fue objeto de casi todas las
polémicas de San Agustín, era monje, adoctrinado en sus errores
sobre la gracia por Teodoro, obispo de Mopsuesta.
El gran cisma de los Donatistas llegó a contar gran número de
clérigos y obispos.
De éstos dice un moderno historiador (Amat, Hist. de la Iglesia
de J. C.): "Todos imitaron luego la altivez de su jefe
Donato, y poseídos de una especie de fanatismo de amor propio,
no hubo evidencia, ni obsequio, ni amenaza que pudiese apartarlos
de su dictamen. Los obispos se creían infalibles e impecables;
los particulares en estas ideas se imaginaban seguros siguiendo a
sus obispos, aun contra la evidencia".
De los herejes Monotelistas fue padre y doctor Sergio, patriarca
de Costantinopla.
De los herejes Adopcianos, Felix, obispo de Urgel.
En la secta Iconoclasta cayeron Constantino, obispo de Natolia;
Tomás, obispo de Claudiópolis, y otros Prelados, a los cuales
combatió Sari (lerman, patriarca de Constantinopla.
Del gran cisma de Oriente no hay que decir quiénes fueron los
autores, pues sabido es lo fueron Focio, patriarca de
Constantinopla, y sus obispos sufragáneos.
Berengario, el perverso impugnador de la Sagrada Eucaristía, fue
arcediano de la catedral de Angers.
Vicleff, uno de los precursores de Lutero, era párroco de
Inglaterra; Juan Huss, su compañero de herejía, era también
párroco de Bohemia. Fueron ambos ajusticiados como jefes de los
Viclefitas y Husitas.
De Lutero sólo necesitamos recordar que fue monje agustino de
Witemberg.
Zuinglio era párroco de Zurich.
De Jansenio, autor del maldito Jansenismo, ¿quién no sabe que
era obispo de Iprés?
El cisma anglicano, promovido por la lujuria de Enrique VIII, fue
principalmente apoyado por su favorito el arzobispo Crammer.
En la revolución francesa, los más graves escándalos en la
iglesia de Dios los dieron los curas y obispos revolucionarios.
Horror y espanto causan las apóstasías que afligieron a los
buenos en aquellos tristísimos tiempos. La Asamblea francesa
presenció con este motivo escenas que puede leer el curioso en
Henrion o en cualquier otro historiador .
Lo mismo sucedió después en Italia. Conocidas son las
apostasías públicas de Gioberti y fray Pantaleone, de
Passaglia, del cardenal Andrea.
En España hubo clérigos en los clubs de la primera época
constitucional, clérigos en los incendios de los conventos,
clérigos impíos en las Cortes, clérigos en las barricadas,
clérigos en los primeros introductores del Protestantismo
después de 1869. Obispos jansenistas los hubo en abundancia en
el reinado de Carlos III. (Véase sobre esto el tomo III de los
Heterodoxos, por Menéndez Pelayo.)
Varios de éstos pidieron, y muchos aplaudieron en sendas
pastorales, la inicua expulsión de la Compañía de Jesús. Hoy
mismo en varias diócesis españolas son conocidos públicamente
algunos clérigos apostatas, y casados inmediatamente, como es
lógico y natural.
Conste, pues, que desde Judas hasta el ex-Padre Jacinto la raza
de los ministros de la Iglesia traidores a su Jefe y vendidos a
la herejía, se sucede sin interrupción. Que al lado y enfrente
de la tradición de la verdad, hay también en la sociedad
cristiana la tradición del error; en contraste con la sucesión
apostólica de los ministros buenos, tiene el infierno la
sucesión diabólica de los ministros pervertidos. Lo cual no
debe escandalizar a nadie. Recuérdese a propósito de esto la
sentencia del Apóstol, que no se olvidó de prevenirnos: Es
preciso que haya herejías, para que se manifieste quiénes son
entre vosotros los verdaderamente probados.