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XXVII En que se da fin a la tan oportuna como decisiva cita de "La Civiltá Cattolica" .
"Hemos defendido (prosigue) contra los
liberales nuestra manera especial de escribir, demostrando que no
puede estar más conforme a aquella caridad que tan de continuo
nos están encomendando. Y porque hablábamos hasta aquí con
liberales, a nadie habrá causado maravilla el tono irónico que
hemos venido empleando con ellos, no pareciéndonos, por cierto,
exceso de crueldad oponer a los dichos Y hechos del Liberalismo
ese poquitillo de figuras retóricas. Mas ya que tocamos hoy este
asunto, no será quizá ocioso que, cambiando por supuesto de
estilo, y repitiendo ahora lo que ya en otra ocasión hemos
escrito a igual propósito, demos fin a este artículo con
algunas palabras dirigidas en serio y con todo respeto, a los que
no siendo en modo alguno liberales, antes siendo firmes
adversarios de tal doctrina, puedan no obstante creer que jamás
es licito, escríbase contra quien se quiera, salirse de ciertas
formas de respeto y caridad, a que tal vez han .juzgado no se
conformaban bastante nuestros escritos"
"A cual censure queriendo contestar nosotros, ya por el
respeto que a esos tales debemos, ya por el interés que tenemos
en nuestra propia defensa, no creemos poder hacerlo más
cumplidamente que resumiendo aquí, con brevedad, la apología
que de sí mismo hace muy extensamente el P. Mamachi, de la S. O.
de Predicadores, en la Introducción al libro III de su
doctísima obra: Del libre derecho de la iglesia de adquirir y
poseer bienes temporales. "Algunos, dice, si bien confiesan
quedar convencidos de nuestras razones, declárannos, sin
embargo, amigablemente que hubieran deseado, en las respuestas
que damos a nuestros adversarios, mayor moderación. No hemos
combatido por nosotros, sino por la causa de Nuestro Señor y de
la Iglesia. y por más que se nos haya atacado con manifiestas
mentiras y con atroces imposturas, no hemos querido salir jamás
en defensa de nuestra persona. Si empleamos, pues, alguna
expresión que pueda parecer a alguien áspera o punzante, no se
nos hará la injusticia de pensar que provenga eso de mal
corazón nuestro o rencor que tengamos contra los escritores que
combatimos, supuesto que no hemos recibido de ellos injurias, ni
siquiera les tratamos o conocemos. El celo que debemos todos
tener por la causa de Dios es quien nos ha puesto en el caso de
gritar y de levantar como voz de trompeta nuestra voz.
"-Pero ¿y el decoro del hombre honrado? ¿Y las leyes de la
caridad? ¿Y las máximas y ejemplos de los Santos? ¿Y los
preceptos de los Apóstoles? ¿Y el espíritu de Jesucristo?
"Poquito a poco, Es verdad que los hombres extraviados y
errados han de ser tratados con caridad, mas eso ha de ser cuando
hay fundada esperanza de llevarlos con tal procedimiento a la
verdad; si no hay tal esperanza, y sobre todo si está probado
por la experiencia que callando nosotros y no descubriendo al
público el temple y humor del que esparce errores, redunda eso
en gravísimo daño de los pueblos, es crueldad no levantar muy
libremente el grito contra tal propagandista, y dejar de echarle
en rostro las invectivas que tiene muy merecidas.
"De las leyes de la caridad cristiana tenían, a fe, muy
claro conocimiento los Santos Padres. Por esto el angélico
doctor Santo Tomas de Aquino, al principio de su célebre
opúsculo Contra los implanadores de la Religión, presenta a
Guillermo y a sus secuaces (que por cierto no estaban aún
condenados por la Iglesia) como enemigos de Dios, ministros del
diablo, miembros del Anticristo, enemigos de la salud del género
humano, difamadores, sembradores de blasfemias, réprobos,
perversos, ignorantes, iguales a Faraón, peores que Jovíniano y
Vigilancio." ¿Hemos acaso nosotros llegado a tanto?
"Contemporáneo de Santo Tomás fue San Buenaventura, el
cual juzga deber increpar con la mayor dureza a Geraldo,
llamándole "protervo, calumniador, loco, impío, que
añadía necedad a necedad, estafador, envenenador, ignorante,
embustero, malvado, insensato, perdido." ¿Alguna vez hemos
llamado nosotros así a nuestros adversarios?
"Muy justamente (prosigue el P. Mamachi) es llamado melifluo
San Bernardo. No nos detendremos en copiar aquí cuanto escribió
durísimamente contra Abelardo. Nos contentaremos con citar lo
que escribe contra Arnaldo de Brescia, pues habiendo éste izado
bandera contra el clero y habiéndole querido privar de sus
bienes fue uno de los precursores de los políticos de nuestros
tiempos. Trátale pues, el Santo Doctor de "desordenado,
vagabundo, impostor, vaso de ignominia, escorpión vomitado de
Brescia, visto con horror en Roma y con abominación en Alemania,
desdeñado del Sumo Pontífice, afamado por el diablo, obrador de
iniquidad, devorador del pueblo, boca llena de maldición,
sembrador de discordias, fabricador de cismas, fiero lobo".
"San Gregorio Magno, reprendiendo a Juan, obispo de
Constantinopla, le echa en cara su "profano y nefando
orgullo, su soberbia de Lucifer, sus necias palabras, su vanidad,
su corto talento, ``No de otro modo hablaron los Santos
Fulgencio, Próspero, Jerónimo, Siricio Papa, Juan Crisóstomo,
Ambrosio, Gregorio Naciarcen, Basilio, Hilario, Atanasio,
Alejandro obispo de Alejandría, los santos mátires Cornelio y
Cipriano, Atenágora, Ireneo, Policarpo, Iguacio mártir,
Clemente, todos los Padres en fin, que en los mejores tiempos de
la Iglesia se distinguieron por su heroica caridad.
"Omitiré describir los cáusticos aplicados por algunos de
éstos a los sofistas de su tiempo, aunque menos delirante que
los de los nuestros, y agitados de menos ardientes pasiones
políticas.
"Citare sólo algunos pasajes de San Agustín, quien
observó "que los herejes son tan insolentes como poco
sufridos en la reprensión; que muchos, por sufrir la
corrección, apostrofan de buscarruidos y de disputadores a
aquellos que les reprenden>; añadiendo "que algunos
extraviados han de ser tratados con cierta caritativa aspereza,
Veamos ahora cómo seguía él estos sus propios documentos. A
varios llama "seductores, malvados, ciegos, tontos,
hinchados de soberbia, calumniadores"; a otros,
"embusteros de cuyas bocas no salen más que monstruosas
mentiras, perversos, maldicientes, delirantes"; a otros,
"neciamente locuaces, furiosos, frenéticos, entendimientos
de tinieblas, rostros desvengonzados, lenguas procaces, Y a
Juliano le decía: "O a sabiendas calumnias, fingiendo tales
cosas, o no sabes lo que dices, por creer a embusteros"; y
en otro lugar le llama "tramposo, mentiroso, de no sano
juicio, calumniador, necio.",
"Digan ahora nuestros acusadores, ¿hemos dicho nosotros
algo de eso, o siquiera mucho menos?"
"Mas basta ya de ese extracto, en el cual no hemos puesto
palabra nuestra, aunque algunas hemos omitido de dicho P.
Mamachi, entre otras las citas de los lugares de los Santos
Padres, por deseo de abreviar. Por igual razón no hemos
extractado la parte de la defensa, en que dicho Padre saca del
Evangelio iguales ejemplos de caritativa aspereza.
"De tales ejemplos, pues, bien pueden deducir nuestros
amables censuras, que en cualquier motivo en que afiancen su
crítica, sea en un principio moral, sea en reglas de
conveniencia social y literaria, si no queremos decir que su
opinión resulta plenamente refutada por el ejemplo de tantos
Santos, que fueron a la vez excelentes literatos, queda por lo
menos muy desautorizada y muy de incierto valor.
"Y si a la autoridad de los ejemplos quiere verse reunida la
de las razones, muy breve y claramente las expuso el cardenal
Pallavicini, en el capítulo II del libro de su Historia del
Concilio de Trento. En la cual dicho autor, antes de empezar a
probar como fue Sarpi Malvado, de maldad notoria, falsificador,
reo de enormes felonías, despreciador de toda religión, impío
y apóstata", dice entre otras cosas, que "así como es
caridad no perdonar la vida a un malhechor, para salvar a muchos
inocentes, así es caridad no perdonar la fama de un impío, para
salvar la honra de muchos buenos." Permite toda ley que,
para defender a un cliente de un falso testigo, se aduzca en
juicio y se pruebe lo que a éste puede infamarle, y que en otra
ocasión el decirlo seria castigado con gravísima pena. Por esto
yo, defendiendo en este tribunal del mundo, no a un particular
cliente, sino a toda la Iglesia católica, seria vil prevaricador
si no opusiese al testigo falso aquellas notes y tachas que
desvirtúan y anulan su testimonio.
"Si, pues, todos creerían prevaricador al abogado que,
pudiendo demostrar que su acusador es un calumniador, no lo
hiciese por razones de caridad, ¿por qué no se ha de comprender
de igual manera que, por lo menos, no puede acusarse de haber
violado la caridad al que hace lo mismo con los perseguidores de
toda clase de inocencia? Sería esto desconocer la instrucción
que da San Francisco de Sales en su Filotea al final del
capítulo XX de la parte II. "De eso, dice, exceptuad a los
enemigos declarados de Dios y de su Iglesia, los cuales deben ser
difamados tanto como se pueda (por supuesto, sin faltar a la
verdad), siendo gran obra de caridad gritar: "¡Al
lobo!" cuando está entre el rebaño o en cualquier lugar en
que se le divise."
Hasta aquí La Civilta Cattolica (vol. I ser. V, página 27),
cuyo artículo tiene la fuerza de su elevado y respetabilísimo
origen, la fuerza de las razones incontrovertibles que aduce; la
fuerza, por fin, de los gloriosos testimonios que emplaza. Nos
parece que con mucho menos baste para convencer a quien no sea
liberal o miserablemente resabiado de Liberalismo.