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XXVI Continúa la hermosa y contundente cita de "La Civiltá Cattolica".
Prosigue así el famoso artículo de La
Civiltá Cattolica, y proseguimos nosotros la oportunísima cita
de él.
"Si nos piden (dice) los liberales la verdadera caridad,
única que les conviene y única que nosotros como redactores de
La Civiltá Catolica les podemos y debemos dar, tan lejos andamos
de querer negársela, que, al revés, creemos habérsela
prodigado muy mucho hasta ahora, si no según todas sus
necesidades, al menos según nuestra posibilidad. Es intolerable
abuso de palabras el que cometen por ahí los liberales, diciendo
que no usamos con ellos de caridad. La caridad, una en su
principio, es varia y multiforme en sus obras. Tanto usa muchas
veces de la caridad el padre que reciamente pega a su hijo, como
el que le cubre de besos. Y muy fácil es que sea muy a menudo
manar para con su hijo la caridad del padre que le besa que la
del que le sacude.
Nosotros pegamos a los liberales, no puede negarse, y les pegamos
muy a menudo; con meras palabras, por supuesto. Pero ¿se podrá
decir por esto que no les amamos?, ¿que no tenemos para con
ellos caridad? Esto podráse decir más bien de lo que contra las
prescripciones de la caridad interpretan mal las intenciones del
prójimo En cuanto a nosotros, lo más que podrán decir los
liberales es que la caridad con que les tratamos no es la que
ellos desean. Mas no por eso deja de ser caridad, sí, señor, y
es mucha caridad, y pues sor ellos quienes piden caridad y
nosotros quienes se la regalamos de balde, bien podrían recordar
aquí aquel viejo refrán que dice: "A caballo regalado no
le mires el pelo"
"Quisieran ellos la caridad de que les alabásemos,
admirásemos, apoyásemos, o de que por le. menos les dejásemos
obrar, a sus anchas. Nosotros, al revés, no queremos hacerles
sino la caridad de gritarles, reprenderles, excitarles por mil
modos a salir de su mal camino. Cuando sueltan una mentira, o
plantan una calumnia, o pillan los bienes ajenos, quisieran esos
liberales que nosotros les cubriésemos esos y otros pecadillos
veniales con el manto de la caridad. Nosotros, al contrario, les
apostrofamos de ladrones, embusteros y calumniadores, ejerciendo
con ellos la caridad más exquisita de todas, la de no adular ni
engañar a aquellos a quienes queramos bien. Cuando se les escape
algún disparate gramatical, de ortografía, de lenguaje, o
simplemente de lógica, quisieran ellos que hiciésemos sobre eso
la vista gorda, y lloran y gimotean cuando de eso les advertimos
en público, quejándose de que faltamos a la caridad. Nosotros,
al revés, hacemos con ellos la buena obra de obligarles como a
palpar con sus propias manos una cosa que deben saber, y es que
no son tan grandes maestros como se les figura, que no llegan
más que a medianejos estudiantes; y así procuramos en lo que
podemos, promover en Italia el cultivo de las bellas artes, y en
el corazón de esos liberales el ejercicio de la humildad
cristiana, de la cual se sabe tienen harta necesidad.
"Quisieran sobre todo esos señores liberales que se les
tomase siempre muy en serio, que se les estimase, reverenciase, y
obsequiase y tratase como personajes de importancia;
resignaríanse a que se les refutase, sí, pero sombrero en mano,
inclinando el cuerpo y baja la cabeza en reverente y humildosa
actitud. De donde vienen sus quejas cuando alguna vez se les pone
en solfa, como se suele decir, esto es, en caricatura, a ellos,
los padres de la patria, los héroes del siglo, los italianos de
verdad, la "propia Italia, Como suelen decir de sí mismos
en más compendiosa expresión.. ¿Quién tiene, empero, la
culpa, si es tan ridícula esa pretensión que al mismo
Eleráclito le hiciera soltar la carcajada?
"¡Pues qué! ¿Hemos de estar siempre ahogando todo
movimiento natural de risa?
"Dejarnos reír cuando ciertamente no se puede pasar por
menos, es también obra de misericordia, que los liberales
podrían otorgarnos con toda voluntad, ya que por su parte nada
les cuesta. Cualquiera comprenderá muy bien que así como hacer
reír honestamente a costa del vicio y de los viciosos es de suyo
cosa muy buena, según aquello de castigat ridendo mores, y
aquello otro de ridendo dicere vetum, quid vetat? así hacer
reír alguna que otra vez a nuestros lectores a costa de los
liberales, es verdadera obra de misericordia y caridad, para los
mismos lectores, que ciertamente, no han de estar siempre serios
y con la cuerda tirante mientras leen el periódico. Y al fin y
al cabo los mismos liberales, si bien lo consideran, ganan mucho
en que se rían los otros a costa de ellos, por cuanto de esta
suerte viene a conocer todo el mundo, que no son a voces todos
sus hechos tan horribles y espantables como pudiera parecer, ya
que la risa no suelen provocarla de ordinario más que las
deformidades inofensivas.
"¿No nos agradecerán alguna vez el carácter de
inocentonas con que procuramos presentar algunas de sus
picardías? Y ¿cómo no advierten que no hay medio más eficaz
para lograr se corrijan de ellas, que esta chacota y risa con que
se mueve a sabiendas todo aquel que las ve por nosotros puestas
en su debida luz? Y ¿cómo no ven que no tienen derecho alguno
para acusarnos, cuando así lo hacemos, de no obrar con ellos
como manda la caridad?
" Si hubiesen leído la vida de su gran Victor Alfieri,
escrita por él mismo, sabrían que, cuando chicuelo, su madre,
que lo quería muy bien educado, solía, cuando le atrapaba en
alguna travesura, mandarle ir a Misa con la gorra de dormir. Y
cuenta Alfieri que este castigo, que no hacía sino ponerle algo
en ridículo, de tal suerte se afligió una vez, que por más de
tres meses se portó del modo más intachable. "Después de
lo cual (dice él), al primer amago de rareza o travesura,
amenazábanme con la aborrecida gorra de dormir, y al punto
entraba yo temblando en la línea de mis deberes. Después,
habiendo caído un día en cierta faltilla, para excusar la cual
le dije a mi señora madre una solemne mentira, fui de nuevo
sentenciado a llevar en público la gorra de dormir. Llegó la
hora; puesta la tal gorra en la cabeza, llorando yo y aullando,
me tomó de la mano el ayo para salir y me empujaba por detrás
el criado". Pero por más que llorase y aullase y pidiese
inexorable; y ¿cuál fue el resultado? "Fue, continúa
Alfieri, que por me atreví a soltar ninguna otra mentira: y
¡quién bendita gorra de dormir debo yo el haber salido más
enemigos de aquella!" En cuya última frase el fariseo que
siempre suele tenerse por mejor.
"No insistan, pues, los liberales en quejársenos de que no
les tratamos con caridad. Digan más bien si quieren que la
caridad que nosotros les damos, esa no la reciben de buena gana.
Lo sabíamos ya. Mas eso no prueba sino que por su estragado
gusto necesitan ser tratados con la sable caridad que gastan los
cirujanos con sus enfermos, o los médicos del manicomio con sus
locos, o las buenas madres con sus hijos embusteros.
"Mas aunque fuese verdad que no tratamos con caridad a los
liberales, y que los tales nada de eso han de agradecernos, no
por eso tendrían ellos derecho alguno a quejarse de nosotros.
Sabido es que no a todo el mundo se puede hacer caridad. Nuestras
facultades son muy escasas: hacemos la caridad según la medida
de ellas, prefiriendo, como es nuestro deber, a aquellos que nos
manda preferir la misma ley de la caridad bien ordenada.
"Decimos nosotros (entiéndase bien) que hacemos a los
liberales toda la caridad que podemos, y creemos haberlo
demostrado. Mas en la suposición de que no la hagamos,
insistimos aún en que no por eso han de abrumarnos a quejas los
liberales. He aquí un símil que hace muy a nuestro caso. Está
un asesino con su puñal agarrado a un pobre inocente para
clavárselo al garguero. Acierta a pasar de pronto un quídam que
lleva en la mano un buen garrote, y le arrima al asesino un firme
garrotazo a la cabeza, lo aturde, lo ata, lo entrega a la
justicia, y Libra así, por su buena estrella, de la muerte a un
inocente, y de un malvado a la sociedad.
"Este tercero ¿ha faltado en nada a la caridad? Si hemos de
escuchar al asesino, a quien es regular le duela el porrazo,
claro que sí. Dirá tal vez, que contra lo que se llama norma
incuipatae tutelae, el golpe fue asaz recio, y que con serlo
menos podía bastar. Pero, a excepción del asesino, alabarán
todos al pasajero, y dirán que verificó un acto, no sólo de
valor, sí que de caridad, no en favor del asesino, ciertamente,
sino en favor de su víctima. Y que si por salvar a éste abrió
los cascos a aquel, sin tener tiempo de medir muy
escrupulosamente la fuerza del golpe, no fue ciertamente por
falta de caridad, sino porque la urgencia del lance era tal, que
no se podía usar de caridad para con el uno sin sacudirle
lindamente al otro, y eso sin pararse en sutilezas sobre el más
o el menos de la: inculpata tutela.
"Apliquemos la parábola. Se da a luz por ejemplo, un
folleto maldiciente, calumnioso y escandaloso contra la Iglesia,
contra el Papa, contra el clero, contra cualquier cosa buena.
Creen muchos que todo lo de aquel folleto es pura verdad,
supuesto que es su autor un célebre, distinguido honrado
escritor, cualquiera que sea. Si alguien para defender a los
calumniados y para librar del error a los lectores, le arrima
unas cuantos varapalos al desvergonzado autor, ¿habrá aquél
faltado a la caridad?
"No podrán ahora negar los liberales que se encuentran
ellos más a menudo en el caso de salteadores que en el de
víctimas. ¿Qué maravilla será, de consiguiente, que lleven
por ello algún trancazo? ¿Qué tendrá de extraño se quejen de
que no se les trate con caridad?
Ensayen empero no ser ellos tan bravucones y buscarruidos;
acostúmbrense a respetar los bienes y la honra de los demás; no
suelten tanta mentira; no derramen tanta calumnia; piénsenlo un
poco antes de dar su fallo sobre cualquier cosa; tengan en más
las leyes de la lógica y de la gramática; sean sobre todo
honrados. como poco ha se lo aconsejó el barón de Ricasoli, con
poca esperanza de buen éxito, a pesar de la autoridad y ejemplos
de tal consejero, y podrán entonces querellarse con razón si no
se les trata, como de la libertad, pretenden ser absolutos
monopolizadores.
"Mas ya que obran tan mal como escriben; ya que andan
siempre con el partial a la garganta de la verdad y de la
inocencia. asesinos de una y de otra con sus hechos y con sus
libros, lleven en paciencia si no podemos en nuestros periódicos
prodigarles otra caridad que aquella algo dura que creemos, aun
contra su parecer, es la más provechosa, así a ellos como a la
causa de los hombres de bien".