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XXI De la sana intransigencia católica en oposición a la falsa caridad liberal.
¡Intransigente! ¡Intransigencia! Oigo
exclamar aquí a una porción de mis lectores más o menos
resabiados, tras la lectura del capitulo anterior. ¡Qué modo de
resolver la cuestión tan poco cristiano! ¿Son o no prójimos,
como cualquier otro, los liberales? ¿A dónde vamos a parar con
estas ideas? ¿Cómo tan descaradamente se recomienda contra
ellos el desprecio de la caridad?
"¡Ya apareció aquello!", exclamaremos nosotros a
nuestra vez. Ya se nos echo en nosotros Io de la "falta de
caridad". Vamos, pues, a contestar también a este reparo,
que es para algunos el verdadero caballo de batalla de la
cuestión. Si no lo es, sirve a lo menos a nuestros enemigos de
verdadero parapeto. Es, como muy a propósito ha dicho un autor,
hacer bonitamente servir a la caridad de barricada contra la
verdad.
Sepamos ante todo qué significa la palabra caridad.
La teología católica nos da de ella la definición por boca de
un órgano el más autorizado para la propaganda popular, que es
el sabio y filosófico Catecismo. Dice así: Caridad es una
virtud sobrenatural que nos inclina a amar a Dios sobre todas las
cosas, y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. De
esta definición, después de la parte que a Dios se refiere,
resulta que debemos amar al prójimo como a nosotros mismos, y
esto no de cualquier manera, sino en orden y con sujeción a la
ley de Dios y por amor de Dios.
Ahora bien: ¿Qué es amar? Amare est velle bonum, dice la
filosofía: "Amar es querer bien a quien se ama",. ¿Y
a quién dice la caridad que se ha de amar o querer bien? Al
prójimo, esto es, no a tal o cual hombre solamente, sino a todos
los hombres. ¿Y cuál es este bien que se le ha de querer para
que resulte verdadero amor? Primeramente el bien supremo de
todos, que es el bien sobrenatural: luego después, los demás
bienes de orden natural, no incompatibles con aquél. Todo lo
cual viene a resumirse en aquella frase "por amor de
Dios,", y tras mil de análogo sentido.
Síguese, pues, de ahí, que se puede amar y querer bien al
prójimo (y mucho) disgustándole, y contrariándole, y
perjudicándole materialmente, y aun privándole de la vida en
alguna ocasión. Todo estriba en examinar si, en aquello que se
le disgusta o contraría o mortifica, se obra o no en bien suyo,
o de otro que tenga mas derecho que él a este bien, o
simplemente en mayor servicio de Dios.
1.° O en bien suyo. Si claramente aparece que disgustando y
ofendiendo al prójimo se obra en bien suyo, claro está que se
le ama aún en aquello en que por su bien se le disgusta y
contraría. Así al enfermo se le ama abrasándole con el
cauterio o cortándole la gangrena con el bisturí; al malo se le
ama corrigiéndole con la reprensión o el castigo, etc. Todo lo
cual es excelente caridad
2º O en bien de otro prójimo que tenga derecho mejor. Sucede
frecuentemente que hay que disgustar a uno, no en bien propio
suyo, sino para librar de un mal a otro a quien el primero se lo
procure causar. En este caso es ley de caridad defender al
agredido de la violencia injusta del agresor, y se puede hacer
mal a éste cuanto sea preciso o conveniente para la defensa de
aquél. Así sucede cuando en defensa del pasajero, a quien
acomete el ladrón, se mata a éste. Y entonces matar o dañar, o
de otra cualquier manera ofender al injusto agresor, es acto de
verdadera caridad.
3.° O en el debido servicio de Dios. El bien de todos los bienes
es la divina gloria, como el prójimo de todos los prójimos es
para el hombre su Dios. De consiguiente, el amor que se debe a
los hombres, como prójimos, debe entenderse siempre subordinado
al que debemos todos a nuestro común Señor. Por su amor y
servicio, pues, se debe (si es necesario) disgustar a los
hombres; se debe (si es necesario) herirlos y matarlos.
Adviértase la fuerza de los paréntesis (si es necesario), lo
cual dice claramente el caso único en que exige tales
sacrificios el servicio de Dios. Así en guerra justa, como se
hieren y se matan hombres por el servicio de la patria, se pueden
herir y matar hombres por el servicio de Dios; y como con arreglo
a la ley se pueden ajusticiar hombres por infracción del Código
humano, pues dense en sociedad católicamente organizada
ajusticiar hombres por infracción. del Código divino, en lo que
obliga éste en el mero externo. Lo cual justifica plenamente a
la maldecida Inquisición. Todo lo cual (cuando tales actos sean
necesarios y justos ) son actos de virtud, Y pueden ser imperados
por la caridad.
No lo entiende así el Liberalismo moderno, pero entiende mal en
no entenderlo así. Por esto tiene y da a los suyos una falsa
noción de la caridad, y aturrulla y apostrofa a todas horas a
los católicos firmes, con la decantada acusación de
intolerancia e intransigencia. Nuestra fórmula es muy clara y
concreta. Es la siguiente: La suma intransigencia católica es la
suma católica caridad. Lo es en orden al prójimo por su propio
bien, cuando por su propio bien le confunde y sonroja y ofende y
castiga. Lo es en orden al bien ajeno, cuando por librar a los
prójimos del contagio de un error desenmascara a sus autores y
fautores, les llama con sus verdaderos nombres de malos y
malvados, los hace aborrecibles y despreciables como deben ser,
los denuncia a la execración común, y si es posible, al celo de
la fuerza social encargada de reprimirlos y castigarlos. Lo es,
finalmente, en orden a Dios cuando por su gloria y por su
servicio se hace necesario prescindir de todas las
consideraciones, saltar todas las vallas, lastimar todos los
respetos, herir todos los intereses, exponer la propia vida y la
de los que sea preciso para tan alto fin.
Y todo esto es pura intransigencia en el verdadero amor, y por
esto es suma caridad, y los tipos de esta intransigencia son los
héroes mas sublimes de la caridad, como la entiende la verdadera
Religión. Y porque hay pocos intransigentes, hay en el día
pocos caritativos de veras. La caridad liberal que hay está de
moda es en la forma el halago y la condescendencia y el cariño;
pero es en el fondo el desprecio esencial de los verdaderos
bienes del hombre y de los supremos intereses de la verdad y de
Dios.