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XXII De la caridad en lo que se llama las formas de la polémica, y si tienen en eso razón los liberales contra los apologistas católicos.
Mas no es este último principalmente el
terreno en que coloca la cuestión. el Liberalismo, porque sabe
que en el de los principios sería irremediablemente vencido. Mas
a menudo acusa a los católicos su propaganda, y en este punto es
donde, como hemos dicho, suelen hacer especial hincapié ciertos
católicos buenos en el fondo, pero resabiados de la maldita
paste liberal. ¿Qué hay, pues, sobre el particular?
Hay lo siguiente: Que tenemos razón los católicos en esto como
en lo demás, y no la tienen, ni sombra de ella, los liberales
Fijémonos para esto en los siguientes puntos:
1.° Puede claramente el católico decir a su adversario liberal,
que lo es. Nadie pondrá en duda esta proposición. Si tal autor
o periodista o diputado empieza por jactarse de Liberalismo, y no
oculta poco ni mucho sus ideas o aficiones liberales ¿qué
injuria se le hace en llamarle liberal? Es principio de derecho:
Si palam res est, repetitio injuriam non est: "No hay
injuria en decir lo que está a la vista de todos". Mucho
menos en decir del prójimo lo que él mismo dice a todas horas
de sí . ¿Cuántos liberales, no obstante, particularmente del
grupo de los mansos o templados, tienen a gran injuria que los
llamen liberales o amigos del Liberalismo un adversario
católico?
2º Dado que el Liberalismo es cosa mala, no es faltar a la
caridad llamar malos a los defensores públicos y conscientes del
Liberalismo. Es en sustancia aplicar al caso presente la ley de
justicia que se ha aplicado en todos los siglos.
Los católicos de hoy no hacemos innovación en este punto, nos
atenemos a la práctica constante de la antigüedad. Los
propagadores y fautores de herejías han sido en todos tiempos
llamados herejes. como los autores de ellas. Y como la herejía
ha sido siempre considerada en la Iglesia como gravísimo mal, a
tales fautores y propagadores ha llamado siempre la Iglesia malos
y malvados. Regístrense las colecciones de los autores
eclesiásticos. Véase cómo trataron los Apóstoles a los
primeros heresiarcas, y cómo siguieron tratándolos los Santos
Padres, cómo los han seguido tratando los modernos
controversistas y la misma Iglesia en su lenguaje oficial. No
hay, pues, falta de caridad en llamar a lo malo, malo; a los
autores, fautores y seguidores de lo malo, malvados; y al
conjunto de todos sus actos, palabras y escritos, iniquidad,
maldad, perversidad. El lobo fue llamado siempre lobo a secas, y
nunca se creyó hacer mala obra al rebaño ni a su dueño con
llamarle y apostrofarle así.
3.º Si la propaganda del bien y la necesidad de atacar el mal
exigen el empleo de frases duras contra los errores y sus
reconocidos corifeos, éstas pueden emplearse sin faltar a la
caridad. Es éste un corolario o consecuencia del principio
anterior. Al mal debe hacérsele aborrecible y odioso; y no puede
hacérsele tal, sino denostándolo como malo y perverso y
despreciable. La oratorio cristiana de todos los siglos autoriza
el empleo de las figuras retóricas más vivas contra la
impiedad. En los escritos de los grandes atletas del Cristianismo
es continuo el uso de la ironía, de la imprecación, de la
execración, de los epítetos depresivos. La ley de todo esto
deben ser únicamente la oportunidad y la verdad.
Hay otra razón además. La propaganda y apologética popular (y
siempre es popular la religiosa) no puede guardar las formas
enguantadas y sobrias de la academia y de la escuela. No se
convence al pueblo sino hablándole al corazón y a la
imaginación, y éstos sólo se emocionan con la literatura
calurosa y encendida y apasionada. No es malo el apasionamiento
producido por la santa pasión de la verdad. Las llamadas
intemperancias del moderno periodismo ultramontano, aparte de ser
muy flojas comparadas con las del periodismo liberal (ejemplos
recientes tenemos por ahí cerca), están justificadas con sólo
abrir por cualquier página las obras de los grandes polemistas
católicos de los mejores tiempos.
El Bautista empezó por llamar a los fariseos "raza de
víboras". Cristo Dios no se abstuvo de apostrofarlos con
los epítetos de "hipócritas, sepulcros blanqueados,
generación malvada y adúltera", sin que creyese por ello
manchar la santidad de su mansísima predicación. San Pablo
decía de los cismáticos de Creta, "qua eran mentirosos,
malos bestias, barrigones, perezosos". Al seductor Elimas
Mago llámale el mismo Apóstol hombre lleno de todo fraude y
embuste hijo del diablo, enemigo de toda verdad y justicia".
Si abrimos las colecciones de los Padres, no topamos más que con
rasgos de esta naturaleza, que no dudaron emular a cada paso en
su eterna polémica con los herejes. Citaremos tan sólo uno que
otro de los principales. San Jerónimo, disputando con el hereje
Vigilancio, le echo en cara su antigua profesión de tabernero, y
le dice: "Otras cosas aprendiste (y no teología) desde tu
temprana edad; a otros estudios te has dedicado. No es por cierto
cosa que pueda ejecutar bien un mismo hombre, averiguar el valor
de las monedas y el de los textos de la Escritura; catar los
vinos y tener inteligencia de los Profetas y de los
Apóstoles". Y se ve que el Santo controversista les tenía
afición a esos modos de desautorizar al adversario, pues en otra
ocasión, atacando al mismo Vigilancio, que negaba la excelencia
de la virginidad y del ayuno, pregúntale con festiva donaire
"si lo predicaba así para no perder el consumo de su
taberna." ¡Oh' ¡cuántas cosas hubiera dicho un crítico
liberal, si eso hubiese escrito contra un hereje de hay uno de
nuestros controversistas!
¿Qué diremos de San Juan Crisóstomo en su famosa invectiva
contra Eutropio, que en personal y agresiva no tiene comparación
con las tan agrias de Cicerón contra Catilina o contra Verres?
El melifluo Bernardo no era ciertamente de miel al tratar con los
enemigos de su fe. A Arnaldo de Brescia (gran agitador liberal de
su siglo) le llama con todas las letras "seductor, vaso de
injurias, escorpión, lobo cruel." El buen Santo Tomás de
Aquino olvida la calma de sus fríos silogismos para dirigirse en
vehemente apóstrofe contra su adversario Guillermo de
Saint-Amour y sus discípulos, Y llamarlo a boca llena
"enemigos de Dios, ministros del diablo, miembros del
Anticristo, ignorantes, perversos, réprobos." Nunca dijo
tanto el insigne Luis Veuillot. El dulcísimo San Buenaventura
increpa a Geraldo con los epítetos de "imprudente'
calumniador, espíritu maléfico, impío, impúdico, ignorante,
embustero, malhechor, pérfido e insensato." Al llegar a la
época moderna se nos presenta el tipo encantador de San
Francisco de Sales, que por su exquisita delicadeza y mansedumbre
mereció ser llamado viva imagen del Salvador. ¿Creéis que les
guardó consideración alguna a los herejes de su tiempo y país?
¡Ca! Les perdonó sus injurias, les colmó de beneficios,
procuró hasta salvar la vida a quien había atentado contra la
suya. Llegó a decir a un su rival: "Si me arrancaseis un
ojo, no dejaría con el otro de miraros como hermanos". Pues
bien; con los enemigos de su fe no guardaba clase alguna de
temperamento o consideración. Preguntado por un católico si
podía decir mal de un hereje que esparcía sus venenosas
doctrinas, le contestó: "Si, podéis. con tal que no
digáis de él cosa contraria a la verdad, y sólo por el
conocimiento que tengáis de su mal modo de vivir; hablando de lo
dudoso como dudoso, y según el grado mayor o menor de duda que
sobre eso tengáis." Más claro lo dejó dicho en su
Filolea, libro tan precioso como popular. Dice así: "Los
enemigos declarados de Dios y de la Iglesia deben ser vituperados
lo más que se pueda. La caridad obliga a cada cual a gritar:
"¡Al lobo!" cuando éste se ha metido en el rebaño, y
aun en cualquier lugar en que se le encuentre."
¿Habrá necesidad de dar a nuestros enemigos un curso práctico
de retórica y de critica literaria? He aquí lo que hay sobre la
tan decantada cuestión de las formas agresivas de los escritores
ultramontanos, vulgo católicos verdaderos. La caridad nos
prohibe hacer a otros lo que razonablemente no hemos de querer
para nosotros Nótese el adverbio razonablemente, en el cual
está todo el quid de la cuestión. La diferencia esencial de
nuestro modo de ver y del de los liberales en este asunto,
estriba en que estos señores consideran a los apóstoles del
error como simples ciudadanos libres, que en uso de su perfecto
derecho, opinan de otro modo en Religión, y así se creen
obligados a respetar aquélla su opinión y a no contradecir- la
más que en los términos de una discusión libre; al paso que
nosotros no vemos en ellos sino enemigos declarados de la fe que
estamos obligados a defender, y en sus errores no miramos libres
opiniones, sino formales herejías y maldades, como enseña la
ley de Dios. Con razón, pues, dice un gran historiador católico
a los enemigos del Catolicismo: "Vosotros os hacéis infames
con nuestras acciones; pues bien, yo os acabaré de cubrir de
infamia con mis escritos." Y por igual tenor enseñaba a la
viril generación romana de los primeros tiempos de Roma la ley
de las Doce tablas: Adversus Lostem aeterna auctoritas esto. Que
se podría traducir: "a los enemigos, guerra sin cuartel.