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XIX De las principales reglas de prudencia cristiana que debe observar el buen católico en su trato con liberales.
Y no obstante, ¡oh lector! con liberales
fieros y mansos, o con católicos miserablemente resabiados de
Liberalismo, hay que vivir en el siglo presente como con arrianos
se vivió en el cuarto, y con pelagianos en el quinto, y con
jansenistas en el decimoséptimo. Y no es posible dejar de
alternar con ellos, porque se los encuentra uno por todas partes,
en el negocio, en las diversiones, en las visitas hasta en la
iglesia tal vez, hasta en la propia familia. ¿Cómo se habrá,
pues, de portar el buen católico en sus relaciones con tales
apestados? ¿Cómo podrá prevenir y evitar, o disminuir por lo
menos, ese constante riesgo de infección?
Dificilísimo es señalar reglas precisas para cada caso. Sin
embargo, máximas generales de conducta se pueden muy bien
indicar, dejando a la prudencia de cada uno lo concreto e
individual de su aplicación.
Parécenos que ante todo conviene distinguir tres clases de
relaciones que se pueden suponer entre un católico y un liberal,
o sea entre un católico y el Liberalismo. Decimos así porque
las ideas en la práctica no se pueden considerar separadas de
las personas que las profesan y sustentan. El Liberalismo
ideológico es puro concepto intelectual: el Liberalismo real y
práctico son las instituciones, personas, libros y periódicos
liberales. Tres clases, pues de relaciones se pueden suponer
entre un católico y el Liberalismo
Relaciones necesarias.
Relaciones útiles.
Relaciones de pura afición o placer.
Relaciones necesarias. Son las que inevitablemente trae a cada
cual su estado o posición particular. Así son las que deben
mediar entre hijos y padre, marido y mujer, hermanos y hermanas,
súbditos y superiores, amos y criados, discípulos y profesores,
etc. Claro es que si un buen hijo tiene la desdicha de que su
padre sea liberal. no por eso le ha de abandonar; ni la mujer al
marido; ni el hermano o pariente a otro de la familia, más que
en los casos en que el Liberalismo en los tales llegase a exigir
de su súbdito respectivo actos esencialmente contrarios a la
Religión, y que indujesen a formal apostasía de ella. No cuando
solamente impidiesen la libertad de cumplir los preceptos de la
Iglesia; pues sabido es que la Iglesia no entiende obligar a los
tales sub gravi incommode. En todos estos casos debe el católico
soportar con paciencia su dura situación; rodearse de todas las
precauciones para evitar el contagio del mal ejemplo, como se
aconseja en todos los libros al tratar de las ocasiones próximas
necesarias; tener muy levantado el corazón a Dios, y rogar cada
día por su propia salvación y por la de las infelices víctimas
del error: rehuir todo lo posible la conversación o disputa
sobre tales materias o no entrar en ellas sino muy pertrechado de
armas ofensivas y defensivas. Buscar éstas en la lectura de
libros y periódicos sanos a juicio de un prudente director;
contrapesar la inevitable influencia de tales personas
inficionadas con el trato frecuente de otras de autoridad y luces
que estén en clara posesión de la sana doctrina, obedecer al
superior en todo lo que no se oponga a la fe y moral católica
pero renovar cada día el firme propósito de negar la obediencia
a quien quiera que sea, en lo que directa o indirectamente sea
opuesto a la integridad del Catolicismo. Y no desmaye el que en
esa situación se encontrare. Dios, que ve sus luchas, no le
faltará con El auxilio conveniente. Hemos reparado que los
buenos católicos de países liberales y de familias liberales
suelen distinguirse, cuando son verdaderamente buenos, por cierto
especial vigor y temple de espíritu. Es este el constante
proceder de la gracia de Dios, que allí alienta con más firmeza
donde más apurada y apretada ve la necesidad.
Relaciones útiles. Otras relaciones hay que no son absolutamente
indispensables, pero que lo son moralmente, por cuanto sin ellas
no es apenas posible la vida social, que toda estriba en un
cambio de servicios. Tales son las relaciones de comercio, las de
empresarios y trabajadores, las del artesano con sus
parroquianos, etc. En éstas no hay la estrecha sujeción que en
las del grupo anterior; puede hacerse, pues, alarde de mayor
independencia. La regla fundamenta es no ponerse en contacto con
tales gentes más que por el lado en que sea preciso engranar con
ellas para el movimiento de la máquina social. Si es
comerciante, no trabar con ellas otras relaciones que las de
comercio; si es criado, ningunas otras más que las de servicio;
Si es artesano, no otras que los de toma y daca relativas a su
profesión guardando esta prudencia, se puede vivir sin menoscabo
de la fe, aun en medio de un pueblo de judíos. Sin olvidar las
demás prevenciones generales recomendadas en el grupo anterior,
y teniendo en cuenta que aquí no media razón alguna de
vasallaje, y que de la independencia católica conviene hacer
alarde en frecuentes ocasiones para imponer respeto con ella a
los que creen poder anonadarnos con su desvergüenza liberal. Mas
si llegase el caso de una imposición descarada, débese
repelerla con toda franqueza y erguirse ante el descaro del
sectario con todo el noble y santo descaro del discípulo de la
fe.
Relaciones de mera afición. Estas son las que contraemos y
sostenemos libremente con sólo quererlo. Con liberales debemos
abstenernos libremente con sólo quererlo. Con liberales debemos
abstenernos de ellas como de verdaderos peligros para nuestra
salvación Aquí tiene lugar de lleno la sentencia del Salvador:
El que ama el peligro perecerá en él. ¿Cuesta? Rómpase el
lazo peligroso, aunque mucho cueste. Tengamos presente para eso
las siguientes consideraciones, que sin duda nos convencerán o
por lo menos nos confundirán si no nos convencen. Si aquella
persona estuviese atacada de mal físico contagioso, ¿la
frecuentaría? Sin duda que no. Si tu trato con ella
comprometiese tu reputación mundana, ¿lo mantendrías? Pues,
cierto que no. Si profesase ideas injuriosas con respecto a tu
familia, ¿la fueras a visitar? Clarito que no. Pues bien:
miremos en este asunto de honra divina y de espiritual salud lo
que nos dicta la humana prudencia con respecto a los propios
intereses y honra humana. Sobre esto le habíamos oído decir a
persona de gran jerarquía hoy en la Iglesia de Dios:
"¡Nada con liberales; no frecuentéis sus casas; no
cultivéis sus amistades!" A bien que antes lo había dicho
ya de sus congéneres el Apóstol: Ne commiscemini: "No os
relacionéis con ellos", (1 Corinth. V, 9). Cum hujusmodi
nec cibum sumere: "Con ellos ni sentarse a la mesa."
(Ibid. V, 11).
¡Horror, pues a la herejía, que es el mal sobre todo mal! En
país apestado lo primero que se procure es aislar. ¡Quién nos
diese hoy poder establecer cordón sanitario absoluta entre
católicos y sectarios del Liberalismo!.