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XVIII De las señales o síntomas más comunes con que se puede conocer si un libro, periódico o persona andan atacado o solamente resabiados del liberalismo .
En esta variedad, o mejor, confusión de
matices y medias tintas que ofrece la abigarrada familia del
Liberalismo, ¿hay señales o notas características con que
distinguir fácilmente al liberal del que no lo es? He aquí otra
cuestión también muy práctica para el católico de hoy, y que
de un modo u otro frecuentemente el teólogo moralista ha de
resolver.
Dividiremos para esto los liberales (sean personas, sean
escritos) en tres clases.
-Liberales fieros.
-Liberales mansos.
-Liberales impropiamente dichos o solamente resabiados de
Liberalismo.
Ensayemos una descripción semi-fisiológica de cada uno de estos
tipos. Es estudio que no carece de interés.
El liberal fiero se conoce, desde luego, porque no trata de negar
ni de encubrir su maldad Es enemigo formal del Papa y de los
Curas y de la gente toda de Iglesia; bástale sea sagrada
cualquier cosa para excitar su desapoderado rencor. Busca entre
los periódicos los más encandilados; vota entre los candidatos
los más abiertamente impíos; de su funesto sistema acepta hasta
las últimas consecuencias. Hace gala de vivir sin práctica
alguna de religión, y a duras penas la tolera en su mujer e
hijos. Suele pertenecer a sectas secretas, y muere por lo regular
sin consuelo alguno de la Iglesia.
El liberal manso suele ser tan malo como el anterior, pero cuida
bastante de no parecerlo. Las buenas formas y las conveniencias
sociales lo son todo para él; salvado este punto no le importa
gran cosa lo demás. Incendiar un convento no le parece bien;
apoderarse del solar del convento incendiado, es cosa para él ya
más regular y tolerable. Que un periodicucho cualquiera de esos
de burdel venda sus blasfemias en prosa, verso o grabado a dos
cuartos ejemplar, es un exceso que él prohibiría y hasta
lamenta no lo prohiba un Gobierno conservador; pero que se diga
todo lo mismo en frases cultas, en un libro de buena impresión o
en un drama de sonoros versos, sobre todo si el autor es
académico o cosa así, ya no ofrece inconveniente. Oír hablar
de clubs le da escalofríos y calentura, porque allí, dice él,
se seduce a las masas y se subvierten los fundamentos del orden
social. Pero ateneos libres se pueden muy bien consentir porque
la discusión científica de todos los problemas sociales
¿quién los va a condenar? Escuela sin Catecismo es un insulto
al católico país que la paga. Mas universidad católica, es
decir, con sujeción entera al Catecismo, o sea al criterio de la
fe, debe dejarse para los tiempos de la Inquisición El liberal
manso no aborrece al Papa, sólo no encuentra bien ciertas
pretensiones de la Curia romana y ciertos extremos del
ultramontanismo que no dicen bien con las ideas de hoy. Ama a los
Curas, sobre todo a los ilustrados, es decir, a los que piensan a
la moderna como el; en cuanto a los fanáticos y reaccionarios,
los evita o los compadece. Va a la iglesia, y tal vez hasta a los
Sacramentos; pero su máxima es, que en la iglesia se debe vivir
como cristiano, mas fuera de ella conviene vivir con el siglo en
que se ha nacido, y no obstinarse en remar contra la corriente.
Navega así entre dos aguas, y suelen morir con el sacerdote al
lado, pero lleno de libros prohibidos la librería.
El católico simplemente resabiado de Liberalismo se conoce en
que, siendo hombre de bien y de prácticas sinceramente
religiosas, huelen no obstante a Liberalismo en cuanto habla o
escribe o trae entre manos. Podría decir a su modo, como Mad.
Sevigné: "No soy la rosa, pero estuve cerca de ella, y
tomé algo de su olor". El buen resabiado discurre y habla y
obra como liberal de veras, sin que él mismo, pobrecito, lo eche
de ver. Su fuerte es la caridad: este hombre es la caridad misma.
¡Cómo aborrece él las exageraciones de la prensa ultramontana!
Llamarle malo a un hombre que difunde malas ideas, parécele a
ese singular teólogo pecado contra el Espíritu Santo. Para el
no hay más que extraviados. No se deba resistir ni combatir; lo
que se debe procurar siempre es atraer. "Ahogar el mal con
la abundancia del bien", esta es su fórmula favorita, que
leyó un día en Balmes por casualidad, -y fue lo único que del
gran filósofo catalán se le quedó en la memoria. Del Evangelio
aduce únicamente los textos que saben a miel y almíbar. Las
invectivas espantosas contra el fariseísmo diríase que las
tiene él por genialidades e intemperancias del divino Salvador.
A bien que sabe usarlas él mismo muy reciamente contra los
irritables ultramontanos, que con sus exageraciones comprometen
cada día la causa de una Religión que toda es paz v amor.
Contra éstos anda acerbo y duro el buen resabiado, contra éstos
es amargo su celo y agria su polémica y agresiva su caridad. Por
él exclamó el P. Felix en un discurso célebre, a propósito de
las acusaciones de que era objeto en persona del gran Veuillot:
"Señores, amemos y respetemos hasta a nuestros
amigos". Pero no; el buen resabiado no lo hace así: guarda
todos sus tesoros de tolerancia y de caridad liberal para los
enemigos jurados de su fe. ¡Es claro, como que el infeliz los ha
de atraer! En cambio, no tiene más que el sarcasmo y la
intolerancia cruel para sus más heroicos defensores. En suma. al
buen resabiado, aquello de la oposición per diametrum del Padre
San Ignacio en sus Ejercicios espirituales, nunca le pudo entrar.
No conoce más táctica que la de atacar por los flancos, que en
religión suele ser la más cómoda, pero no la más decisiva.
Bien quisiera él vencer, pero a trueque de no herir al enemigo
ni causarle mortificación o enfado. El nombre de guerra le
alborota los nervios mas le acomoda la pacífica discusión.
Está por los Círculos liberales en que se perorea y delibera,
no por las Asociaciones ultramontanas en que se dogmatiza e
increpa. En una palabra, si por sus frutos se conoce al liberal
fiero y al manso, por sus acciones principalmente es como al
resabiado de liberalismo se le ha de conocer.
Por estos rasgos mal perfilados, que no llegan a diseños o
bocetos, cuando menos a verdaderos y acabados retratos, será
fácil conocer muy luego a cualquiera de los tipos de la familia
en sus diversas gradaciones. Resumiendo en pocas palabras el
rasgo más característico de su respectiva fisonomía, diremos
que el liberal fiero ruge su Liberalismo; el liberal manso lo
perora; el pobre resabiado lo suspira y gimotea.
Todos son peores, como decía de su padre y madre aquel pillete
del cuento; pero al primero le paraliza muchas veces su propio
furor; al tercero su condición híbrida, de suyo infecunda y
estéril. El segundo es el tipo satánico por excelencia, y el
que en nuestros tiempos produce el verdadero estrago liberal.