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XIII Notas y comentarios a la doctrina expuesta en el capítulo anterior
Hemos dicho que no son ex se liberales
las formas democráticas o populares, puras o mixtas, y creemos
haberlo suficientemente probado. Sin embargo, esto que
especulativamente hablando, o sea en abstracto, es verdad; no lo
es tanto en praxis, o sea en el orden de los hechos, al que
principalmente debe andar siempre atento el propagandista
católico.
En efecto; a pasar de que, consideradas en sí mismas, no son
liberales tales formas de gobierno; lo son en nuestro siglo, dada
que la Revolución moderna, que no es otra cosa que el
Liberalismo en acción, no nos las presenta más que basadas en
sus erróneas doctrinas. Así que muy cuerdamente el vulgo, que
entiende poco de distingos, califica de Liberalismo todo lo que
en nuestros días se le presenta como reforma democrática en el
gobierno de las naciones; porque, aun cuando por la natural
esencia de las ideas no lo sea, de hecho lo es. Y por tanto
discurrían con singular tino y acierto nuestros padres cuando
rechazaban como contraria a su fe la forma constitucional o
representativa, prefiriendo la monarquía pura que en los
últimos siglos era el gobierno de España. Porque cierto natural
instinto decía, aun a los menos avisados, que las nuevas formas
políticas, en sí inofensivas como tales formas, venían
impregnadas del principio herético liberal, por lo que hacían
muy bien en llamarlas liberales; de igual suerte que la
monarquía pura, que de sí podía ser muy impía y aun
herética, se les presentaba como forma esencialmente católica,
pues desde muchos siglos atrás venían recibiéndola los pueblos
informada con el espíritu del Catolicismo.
Erraban, pues, ideológicamente hablando, nuestros realistas, que
identificaban la Religión con el antiguo régimen político, y
reputaban impíos a los constitucionales; pero acertaban.
prácticamente hablando, porque en lo que se les quería
presentar como mera forma política indiferente, veían ellos,
con el claro instinto de la fe, envuelta la idea liberal. Esto
sin contar con que los corifeos y sectarios del bando liberal
hicieron todo lo posible, con blasfemias y atentados, para que no
desconociese El verdadero pueblo cuál era en: el fondo la
significación de su odiosa bandera.
Tampoco es rigurosamente exacto que las formas políticas sean
indiferentes a la Religión, aunque ésta las acepte todas. El
sano filósofo las estudia y analiza, y sin condenar alguna, no
deja de manifestar preferencia por las que más a salvo dejan el
principio de autoridad, que está basado principalmente en la
unidad Con lo cual dicho se está que la forma más perfecta de
todas es la monarquía, que es la que más se asemeja al gobierno
de Dios y de la Iglesia. Así como la más imperfecta es la
república por la inversa razón. La monarquía exige la virtud
de un hombre solo, y la república exige la virtud de la mayoría
de los ciudadanos. Es, pues, lógicamente hablando, más
irrealizable el ideal republicano que el ideal monárquico. Este
es más humano que aquél, porque exige menos perfección humana
y se acomoda mas a la rudeza y vicios de la generalidad.
Mas para el católico de nuestro siglo la mayor de todas las
razones para prevenirle en contra de los gobiernos de forma
popular, debe ser el afán constante con que en todas partes ha
procurado implantarlos la Masonería. Por intuición maravillosa
ha conocido el infierno que éstos eran los sistemas mejor
conductores de su electricidad, y que ningunos podrán servirla
más a su gusto. Es, pues indudable que un católico debe mirar
como sospechoso todo lo que en este concepto le predica como más
acomodado a sus miras la Revolución; y que, por tanto, todo lo
que la Revolución acaricia y pregona con el nombre de
Liberalismo, hará bien en mirarlo el como tal Liberalismo,
aunque sólo de formas se trate; pues tales formas no son en este
caso más que el envase o envoltura con que se quiere que admita
en casa el contrabando de Satanás.