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XII De algo que pareciendo Liberalismo no lo es, y de algo que lo es aunque no lo parezca.
Es gran maestro el diablo en artes y
embelecos, y lo mejor de su diplomacia se ejerce en introducir en
las ideas la confusión. La mitad de su poderío sobre los
hombres perdería el maldito con que las ideas, buenas o malas,
apareciesen francas y deslindadas. Adviértase de paso que
llamarle al diablo de esta manera no es moda hoy, tal vez porque
el Liberalismo nos ha acostumbrado a tratar aun al señor diablo
con cierto respeto. El diablo, pues, en tiempos de cismas y
herejías, lo primero que procuró fue que barajasen y
trastocasen los vocablos; medio seguro para traer desde luego
mareadas y al retortero la mayor parte de las inteligencias. Esto
pasó con el Arrianismo, en términos que varios obispos de gran
santidad llegaron a suscribir en el Concilio de Milán una
fórmula en que se condenaba al insigne Atanasio, martillo de
aquella herejía. Y aparecerían en la historia como verdaderos
autores de ella si Eusebio Mártir, legado pontificio, no hubiese
acudido a tiempo a desenredar de tales lazos lo que el Breviario
llama captivatam simplicitatem de alguno de aquellos candorosos
ancianos. Lo mismo sucedió con el Pelagianismo; lo mismo con el
Jansenismo tiempo atrás; lo mismo acontece hay con el
Liberalismo.
Liberalismo son para unos las formas políticas de cierta clase;
Liberalismo es para otros cierto espíritu de tolerancia y
generosidad opuestas al despotismo y tiranía; Liberalismo es
para otros la igualdad civil, salva la inmunidad y fuero de la
Iglesia; Liberalismo es, en fin, para muchos una cosa vaga e
incierta, que pudiera traducirse sencillamente por lo opuesto a
toda arbitrariedad gubernamental Urge, pues, volver a preguntar
aquí: ¿Qué es el liberalismo? O mejor ¿qué no es?
En primer lugar; no son ex se Liberalismo las formas políticas
de cualquier clase que sean, por democráticas o populares que se
las suponga. Cada cosa es lo que es. Las formas son formas, y
nada más. Una república unitaria o federal, democrática,
aristocrática o mixta; un Gobierno representativo o mixto, con
más o menos atribuciones del poder Real, o con el máximun o
minimum de rey que se quiera hacer entrar en la mixtura; la
monarquía absoluta o templada, hereditaria o electiva, nada de
eso tiene que ver ex se (repárase bien este ex se) con el
Liberalismo. Tales Gobiernos pueden ser perfecta e íntegramente
católicos. Como acepten sobre su propia soberanía la de Dios y
reconozcan haberla recibido de El, y se sujeten en su ejercicio
al criterio inviolable de la ley cristiana, y den por
indiscutible en sus Parlamentos todo lo definido, y reconozcan
como base del derecho público la supremacía moral de la Iglesia
y el absoluto derecho suyo en todo lo que es de su competencia;
tales Gobiernos son verdaderamente católicos, y nada les puede
echar en cara el más exigente ultramontismo, porque son
verdaderamente ultramontanos. La historia nos ofrece repetidos
ejemplos de poderosísimas repúblicas, fervorosísimas
católicas. Ahí está la aristocrática de Venecia; ahí la
mercantil de Génova y ciertos cantones suizos.
Como ejemplo de monarquías mixtas muy católicas, podemos citar
nuestra gloriosísima de Cataluña y Aragón, las más
democráticas y a la vez la más católicas del mundo en los
siglos medios, la antigua de Castilla hasta la Casa de Austria;
la electiva de Polonia hasta la inicua desmembración de este
religiosísimo reino. Es una preocupación creer que las
monarquías han de ser ex se más religiosas que las repúblicas.
Precisamente los más escandalosos ejemplos de persecución al
Catolicismo los han dado en los tiempos modernos monarquías como
la de Rusia y la de Prusia. Un Gobierno de cualquier forma que
sea, es católico si basa su Constitución y legislación y
política en principios católicos; es liberal si basa su
Constitución, su legislación y su política en principios
racionalistas. No en que legisle el rey en la monarquía, o en
que legisle el pueblo en la república, o en que legislen ambos
en las formas mixtas, está la esencial naturaleza de una
legislación o Constitución; sino en que se haga o no se haga
todo bajo el sello inmutable de la fe y conforme a lo que manda a
los Estados como a los individuos la ley cristiana. Así como lo
mismo puede ser católico un rey con su púrpura, un noble con
sus blasones o un trabajador con su blusa de algodón; de igual
suerte los Estados pueden ser católicos, sea cual fuere la
clasificación que se les dé en el cuadro sinóptico de las
formas gubernativas. De consiguiente, tampoco tiene que ver el
ser liberal o no serlo, con el horror natural que todo hombre
debe profesar a la arbitrariedad y tiranía, con el deseo de la
igualdad civil entre todos los ciudadanos, salva la eclesiástica
inmunidad, y mucho menos con el espíritu de tolerancia y
generosidad, que (en su debida acepción) no son sino virtudes
cristianas. Y sin embargo, todo esto en el lenguaje de ciertas
gentes, y aun de ciertos periódicos, se llama Liberalismo. He
aquí, pues, una cosa, que pareciendo Liberalismo, no lo es en
manera alguna.
Hay en cambio alguna cosa que, no pareciéndose a Liberalismo,
efectivamente lo es. Suponed una monarquía absoluta, como la de
Rusia, o como la de Turquía, si os parece mejor; o suponed un
Gobierno de los llamados conservadores de hoy, el más
conservador que os sea dable imaginar, y suponed que tal
monarquía absoluta o tal Gobierno conservador tengan establecida
su Constitución y basada su legislación, no sobre principios de
derecho católico, ni sobre la indiscutibilidad de la fe, no
sobre la rigurosa observancia del respeto a los derechos de la
Iglesia, sino sobre el principio, o de la voluntad libre del rey,
o de la voluntad libre de la mayoría conservadora. Tal
monarquía y Gobierno conservador son perfectamente liberales y
anticatólicos.
Que el librepensador sea un monarca, con sus ministros
responsables, o que lo sea un ministro responsable, con sus
Cuerpos colegisladores, para el efecto es igual. En uno y otro
caso anda aquélla informada por el criterio librepensador, y de
consiguiente liberal Que tenga o no tenga, por sus miras,
aherrojada la prensa; que azote por cualquier nonada al país;
que rija con vara de hierro a sus vasallos, podrá no ser libre
aquel mísero país, pero será perfectamente liberal Tales
fueron los antiguos imperios asiáticos; tales varios modernas
monarquías; tal el Imperio alemán de hoy, como lo sueña
Bismarck; tal la actual monarquía española, cuya Constitución
declara inviolable a Dios. Y he aquí el caso de algo que
pareciendo no ser Liberalismo, lo es sin embargo, y del más
refinado y del más desastroso, por lo mismo que no tiene
apariencia de tal.
Por donde se verá con qué delicadeza se ha de proceder cuando
se tratan tales cuestiones. Es preciso ante todo definir los
términos del debate y evitar el equívoco, que es lo que más
favorece al error.