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VI Del llamado Liberalismo católico o Catolicismo liberal.
De todas las inconsecuencias y antinomias
que se encuentran en las gradaciones medias del Liberalismo, la
más repugnante de todas y la más odiosa es la que pretende nada
menos que la unión del Liberalismo con el Catolicismo, para
formar lo que se conoce en la historia de los modernos desvaríos
con el nombre de Liberalismo católico o Catolicismo liberal. Y
no obstante han pagado tributo a este absurdo preclaras
inteligencias y honradísimos corazones, que no podemos menos de
creer bien intencionados. Ha tenido su época de moda y
prestigio, que, gracias al cielo, va pasando o ha pasado ya.
Nació este funesto error de un deseo exagerado de poner
conciliación y paz entre doctrinas que forzosamente y por su
propia esencia son inconciliables enemigas. El Liberalismo es el
dogma de la independencia absoluta de la razón individual y
social; el Catolicismo es el dogma de la sujeción absoluta de la
razón individual y social a la ley de Dios. ¿Cómo conciliar el
sí y el no de tan opuestas doctrinas? A los fundadores del
Liberalismo católico pareció cosa fácil. Discurrieron una
razón individual ligada a la ley del Evangelio, pero
coexistiendo con ella una razón pública o social libre de toda
traba en este particular. Dijeron: "EI Estado como tal
Estado no debe tener Religión, o debe tenerla solamente hasta
cierto punto que no moleste a los demás que no quieran tenerla.
Así, pues, el ciudadano particular debe sujetarse a la
revelación de Jesucristo; pero el hombre público puede portarse
como tal, de la misma manera que si para él no existiese dicha
revelación. De esta suerte compaginaron la fórmula célebre de:
La Iglesia libre en el Estado libre, fórmula para cuya
propagación y defensa se juramentaron en Francia varios
católicos insignes, y entre ellos un ilustre Prelado; fórmula
que debía ser sospechosa desde que la tomó Cavour para hacerla
bandera de la revolución italiana contra el poder temporal de la
Santa Sede; fórmula de la cual, a pesar de su evidente fracaso,
no nos consta que ninguno de sus autores se haya retractado aún.
No echaron de ver estos esclarecidos sofistas, que si la razón
individual venía obligada a someterse a la ley de Dios, no
podía declararse exenta de ella la razón pública o social sin
caer en un dualismo extravagante, que somete al hombre a la ley
de dos criterios opuestos y de dos opuestas conciencias. Así que
la distinción del hombre en particular y en ciudadano,
obligándole a ser cristiano en el primer concepto, y
permitiéndole ser ateo en el segundo, cayó inmediatamente por
el suelo bajo la contundente maza de la lógica íntegramente
católica. El Syllabus, del cual hablaremos luego, acabó de
hundirla sin remisión. Queda todavía de esta brillante pero
funestísima escuela, alguno que otro discípulo rezagado, que ya
no se atreve a sustentar paladinamente la teoría
católico-liberal, de la que fue en otros tiempos fervoroso
panegirista, pero a la que sigue obedeciendo aún en la
práctica; tal vez sin darse cuenta a sí propio de que se
propone pescar con redes que, por viejas y conocidas, el diablo
ha mandado ya recoger.