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V De los diferentes grados que puede haber y hay dentro de la unidad específica del Liberalismo .
El Liberalismo como sistema de doctrina
puede apellidarse escuela; como organización de adeptos para
difundirlas y propagarlas, secta; como agrupación de hombres
dedicados a hacerlas prevalecer en la esfera del derecho
público, partido. Pero, ya se considere al Liberalismo como
escuela, como secta, ya como partido, ofrece dentro de su unidad
lógica y específica varios grados o matices que con viene al
teólogo cristiano estudiar y exponer.
Ante todo conviene hacer notar que el Liberalismo es uno, es
decir, constituye un organismo de errores perfecta y lógicamente
encadenados, motivo por el cual se le llama sistema. En efecto,
partiendo en él del principio fundamental de que el hombre y la
sociedad son perfectamente autónomos o libres con absoluta
independencia de todo otro criterio natural o sobrenatural que no
sea el suyo propio, síguese por una perfecta ilación de
consecuencias todo lo que en nombre de él proclama la demagogia
más avanzada.
La Revolución no tiene de grande sino su inflexible lógica
Hasta los actos más despóticos, que ejecuta en nombre de la
libertad, y que a primera vista tachamos todos de monstruosas
inconsecuencias, obedecen a una lógica altísima y superior.
Porque reconociendo la sociedad por única ley social el criterio
de los más, sin otra norma o regulador, ¿cómo puede negarse
perfecto derecho al Estado para cometer cualquier atropello
contra la Iglesia siempre y cuando, según aquel su único
criterio social, sea conveniente cometerlo? Admitido que los más
son los que tienen siempre razón, queda admitida por ende como
única ley la del más fuerte, y por tanto muy lógicamente se
puede llegar hasta la última brutalidad.
Mas a pesar de esta unidad lógica del sistema, los hombres no
son lógicos siempre, y esto produce dentro de aquella unidad la
más asombrosa variedad o gradación de tintas. Las doctrinas se
derivan necesariamente y por su propia virtud unas de otras; pero
los hombres al aplicarlas son por lo común ilógicos e
inconsecuentes.
Los hombres, llevando hasta sus últimas consecuencias sus
principios, serían todos santos cuando sus principios fuesen
buenos, y serían todos demonios del infierno cuando sus
principios fuesen malos. La inconsecuencia es la que hace, de los
hombres buenos y de los malos, buenos a medias y malos no
rematados.
Aplicando estas observaciones al asunto presente del Liberalismo
diremos: que liberales completos se encuentran relativamente
pocos gracias a Dios; lo cual no obsta para que los más, aún
sin haber llegado al último límite de depravación liberal,
sean verdaderos liberales, es decir, verdaderos discípulos o
partidarios o sectarios del Liberalismo, según que el
Liberalismo se considere como escuela, secta o partido.
Examinemos estas variedades de la familia liberal.
Hay liberales que aceptan los principios, pero rehuyen las
consecuencias, a lo menos las más crudas y extremadas. otros
aceptan alguna que otra consecuencia o aplicación que les
halaga, pero haciéndose los escrupulosos en aceptar radicalmente
los principios. Quisieran unos el Liberalismo aplicado tan sólo
a la enseñanza; otros a la economía civil; otros tan sólo a
las formas políticas. Sólo los más avanzados predican su
natural aplicación a todo y para todo. Las atenuaciones y
mutilaciones del credo liberal son tantas cuantos son los
interesados por su aplicación perjudicados o favorecidos; pues
generalmente existe el error de creer que el hombre piensa con la
inteligencia, cuando lo usual es que piense con el corazón, y
aun muchas veces con el estómago.
De aquí los diferentes partidos liberales que pregonan
Liberalismo de tantos o cuantos grados, como expende el tabernero
el aguardiente de tantos o cuantos grados, a gusto del
consumidor. De aquí que no haya liberal para quien su vecino
más avanzado no sea un brutal demagogo, o su vecino menos
avanzado un furibundo reaccionario. Es asunto de escala
alcohólica y nada más. Pero así los que mojigatamente
bautizaron en Cádiz su Liberalismo con la invocación de la
Santísima Trinidad, como los que en estos últimos tiempos le
han puesto por emblema ¡Guerra a Dios! están dentro de tal
escala liberal, y la prueba es que todos aceptan, y en caso
apurado invocan, este común denominador. El criterio liberal o
independiente es uno en ellos, aunque sean en cada cual más o
menos acentuadas las aplicaciones. ¿De qué depende esta mayor o
menor acentuación? De los intereses muchas veces; del
temperamento no pocas; de ciertos lastres de educación que
impiden a unos tomar el paso precipitado que toman otros; de
respetos humanos tal vez o de consideraciones de familia; de
relaciones y amistades contraídas, etc., etc.
Sin contar la táctica satánica que a veces aconseja al hombre
no extremar una idea para no alarmar, y para lograr hacerla más
viable y pasadera; lo cual, sin juicio temerario, se puede
afirmar de ciertos liberales conservadores, en los cuales el
conservador no suele ser más que la máscara o envoltura del
franco demagogo. Mas en la generalidad de los liberales a medias,
la caridad puede suponer cierta dosis de candor y de natural
bonhomia o boteria, que si no los hace del todo irresponsables,
como diremos después, obliga no obstante a que se les tenga
alguna compasión.
Quedamos, pues, curioso lector, en que el Liberalismo es uno
solo; pero liberales los hay, como sucede con el mal vino, de
diferente color y saber.