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VII En qué consiste probablemente la esencia o intrínseca razón del llamado Catolicismo liberal.
Si bien se considera, la íntima esencia
del Liberalismo llamado católico, por otro nombre llamado
comúnmente Catolicismo liberal consiste probablemente, tan sólo
en un falso concepto del acto de fe. Parece, según dan razón de
la suya los católico liberales, que hacen estribar todo el
motivo de su fe, no en la autoridad de Dios infinitamente veraz e
infalible, que se ha dignado revelarnos el camino único que nos
ha de conducir a la bienaventuranza sobrenatural sino en la libre
apreciación de su juicio individual que le dicta al hombre ser
mejor esta creencia que otra cualquiera. No quieren reconocer el
magisterio de la Iglesia, como único autorizado por Dios para
proponer a los fieles la doctrina revelada y determinar su
sentido genuino sino que, haciéndose ellos jueces de la
doctrina, admiten de ella lo que bien les parece, reservándose
el derecho de creer la contraria, siempre que aparentes razones
parezcan probables ser hay falsa lo que ayer creyeron como
verdadero.
Para refutación de lo cual baste conocer la doctrina fundamental
De Fide, expuesta sobre esta materia por el santo Concilio
Vaticano.
Por lo demás se llaman católicos, porque creen firmemente que
el Catolicismo es la única verdadera revelación del Hijo de
Dios; pero se llaman católicos liberales o católicos libres,
porque juzgan que esta creencia suya no les debe ser impuesta a
ellos ni a nadie por otro motivo superior que el de su libre
apreciación. De suerte que, sin sentirlo ellos mismos,
encuéntranse los tales con que el diablo les ha sustituido
arteramente el principio sobrenatural de la fe por el principio
naturalista del libre examen. Con lo cual, aunque juzgan tener fe
de las verdades cristianas, no tiene tal fe de ellas, sino simple
humana convicción, lo cual es esencialmente distinto.
Síguese de ahí que juzgan su inteligencia libre de creer o de
no creer, y juzgan asimismo libre la de todos los demás. En la
incredulidad, pues, no ven un vicio, o enfermedad, o ceguera
voluntaria del entendimiento, y más aún del corazón, sino un
acto lícito de la jurisdicción interna de cada uno, tan dueño
en eso de creer, como en lo de no admitir creencia alguna. Por lo
cual es muy ajustado a este principio el horror a toda presión
moral o física que venga por fuera a castigar o prevenir la
herejía, y de ahí su horror a las legislaciones civiles
francamente católicas. De ahí el respeto sumo con que entienden
deben ser tratadas siempre las convicciones ajenas, aun las más
opuestas a la verdad revelada; pues para ellos son tan sagradas
cuando son erróneas como cuando son verdaderas, ya que todas
nacen de un mismo sagrado principio de libertad intelectual. Con
lo cual se erige en dogma lo que se llama tolerancia, y se dicta
para la polémica católica contra los herejes un nuevo código
de leyes, que nunca conocieron en la antigüedad los grandes
polemistas del Catolicismo.
Siendo esencialmente naturalista el concepto primario de la fe,
síguese de eso que ha de ser naturalista todo el desarrollo de
ella en el individuo y en la sociedad. De ahí el apreciar
primaria, y a veces casi exclusivamente, a la Iglesia por las
ventajas de cultura y de civilización que proporciona a los
pueblos; olvidando y casi nunca citando para nada su fin primario
sobrenatural, que es la glorificación de Dios y salvación de
las almas. Del cual falsa concepto aparecen enfermas varias de
las apologías católicas que se escriben en la época presente.
De suerte que, para los tales, si el Catolicismo por desdicha
hubiese sido causa en algún punto de retraso material para los
pueblos, ya no sería verdadera ni laudable en buena lógica tal
Religión. Y cuenta que así podría ser, como indudablemente
para algunos individuos y familias ha sido ocasión de verdadera
material ruina el ser fieles a su Religión, sin que por eso
dejase de ser ella cosa muy excelente y divina.
Este criterio es el que dirige la pluma de la mayor parte de los
periódicos liberales, que si lamentan la demolición de un
templo, sólo saben hacer notar en eso la profanación del arte,
si abogan por las ordenes religiosas, no hacen más que ponderar
los beneficios que prestaron a las letras; si ensalzan a la
Hermana de la Caridad, no es sino en consideración a los
humanitarios servicios con que suaviza los horrores de la guerra;
si admiran el culto, no es sino en atención a su brillo exterior
y poesía; si en la literatura católica respetan las Sagradas
Escrituras, es fijándose tan sólo en su majestuosa sublimidad.
De este modo de encarecer las cosas católicas únicamente por su
grandeza, belleza, utilidad o material excelencia, síguese en
recta lógica que merece iguales encarecimientos el error cuando
tales condiciones reuniere, como sin duda las reúne
aparentemente en más de una ocasión alguno de los falsos
cultos.
Hasta a la piedad llega la maléfica acción de este principio
naturalista, y la convierte en verdadero pietismo, es decir, en
falsificación de la piedad verdadera. Así lo vemos en tantas
personas que no buscan en las prácticas devotas más que la
emoción, lo cual es puro sensualismo del alma y nada más. Así
aparece hoy día en muchas almas enteramente desvirtuado el
ascetismo cristiano, que es la purificación del corazón por
medio del enfrentamiento de los apetitos. y desconocido el
misticismo cristiano, que no es la emoción, ni el interior
consuelo, ni otra alguna de esas humanas golosinas, sino la
unión con Dios por medio de la sujeción a su voluntad
santísima Y por medio del amor sobrenatural.
Por eso es Catolicismo liberal, o mejor, Catolicismo falso, gran
parte del Catolicismo que se usa hoy entre ciertas personas. No
es Catolicismo, es mero Naturalismo, es Racionalismo puro, es
Paganismo con lenguaje y formas católicas, si se nos permite la
expresión .