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Pan copioso debéis pedirle a Dios y a nuestro mutuo esfuerzo, y con él toda la bendición de la tierra.
Hace pocas semanas que la
Unión Iberoamericana circulaba en España una comunicación en
que se quejaba de la decadencia del comercio español con las
Américas, de la competencia ruinosa de otras naciones, de los
errores cometidos por los exportadores nacionales, de lo difícil
que será recobrar para España lo que por su culpa se perdió, e
invitaba a las entidades del comercio español a una conferencia
para el presente otoño. Señores: Si cupiese en los ámbitos de
mi jurisdicción, yo diría a la Unión Iberoamericana: os envio
mi bendición de obispo español y quisiera que ella fuese prenda
de todas las bendiciones del cielo, para España y para América,
en orden a la conquista legítima de los bienes de la tierra. y
ojalá que al conjuro de esta bendición surgieran de nuestros
arsenales las escuadras pacíficas de los transatlánticos y de
los zepelines que, en su ir y venir de un mundo a otro, ataran
las naciones de la hispanidad con el hilo de oro de la
abundancia, y, al par que vaciaran en los puertos de ambos mundos
los tesoros de sus entrañas, estrecharan cada día más los
lazos espirituales que unen los pueblos de la raza. Que también
en los banquetes, en que se refocilan los cuerpos, se comunican
los espíritus y se fundan amistades duraderas.
Yo querría hablaros de las características de esta
colaboración de España y América en la obra de hispanidad: del
espíritu de continuidad histórica, porque la historia es la luz
que ilumina el porvenir de los pueblos, y si rechazan sus
lecciones, dejarán de influir en lo futuro, pues, como dice
Menéndez y Pelayo, ni un solo pensamiento original son capaces
de producir los que han olvidado su historia; de este otro
espíritu de disciplina, sin el que no se concibe una sociedad
bien organizada ni el progreso de un pueblo; porque la disciplina
de reyes, hidalgos y misioneros, cualquiera que sean las fábulas
sobre nuestra colonización, supo imprimir el sello intelectual y
moral de sus almas bien formadas, y de este otro espíritu de
perseverancia tenaz, sin el que sucumben y fracasan las empresas
mejor concebidas y empezadas, y que, en una elocuente parrafada,
negaba nuestro Costa al genio español.
Pero prefiero hablaros, para terminar, de lo que es todo esto
junto, historia, disciplina de cuerpo y alma, perseverancia
secular, que es la razón capital de la intervención de España
en América y, por lo mismo, la razón de la historia
hispanoamericana, y que no podemos repudiar si queremos hacer
hispanidad verdadera. Es el catolicismo, confesado y abrazado a
todas las esencias doctrinales de orden moral y práctico.
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