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Conciencia colectiva
En esa vida diaria y popular,
lejos de las urbes abigarradas y cosmopolitas, se conserva
profundo y enraizado el sentimiento hispánico de las nacientes
soberanías. En los campos abiertos, en la pampa, en la sabana y
en el llano sobre los corceles que arrancan su linaje de los
caballos andaluces que sirvieron de cabalgadura a los hombres de
la conquista, los vaqueros de Méjico, los guasos de Chile, los
gauchos del Río de la Plata, los llaneros de Venezuela y los
cow-boys de los Estados Unidos, contribuyen, con su anónimo
cabalgar, a la extensión de las fronteras.
La estampa airosa del caballo sirve de trampolín para el
recuerdo de la conquista. "después de Dios, debemos la
victoria a los caballos" había escrito Bernal Díaz.
"A la Jineta -asegura el Inca Garcilaso -se gaño mi
patria"
Sin duda por ello, Santos Chocano canta la epopeya de los
corceles andaluces:
"¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!
Sus pescuezos eran finos y sus ancas
relucientes y sus cascos musicales.
¡No! No han sido los guerreros solamente
de corazas y penachos y tizonas y estandartes
los que hicieron la conquista
de las selvas y los Andes.
Los caballos andaluces, cuyos nervios
tienen chispas de la raza voladora de los árabes.
estamparon sus gloriosas herraduras
en los secos pedregales,
en los húmedos pantanos,
en los nos resonantes,
en las nieves silenciosas,
en las pampas, en las sierras y en los bosques y en los valles
Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!"
Todo aquello que sirve de talismán y de piedra de toque para que
el alma del pueblo, sin engaño y sin artificio, se manifiesta y
se desborda, trasluce de inmediato una misma conformación
espiritual. Y así, el cine, ese espectáculo de masas, a pesar
de la técnica y del respaldo económico de los que han convenido
en llamarse países adelantados, no tiene eco y resonancia de
taquilla, no desborda las salas de espectáculos, hasta que
Cantinflas, Sandrini o José Luis Ozores no reproducen la
comicidad de nuestros ambientes, hasta que Pedro Armendariz o
Pablito Calvo no representan en la pantalla todo el tramado de
pasión y de ingenuidad de nuestros hombres, hasta que María
Féelix o Carmen Sevilla no dibujan, con su donaire y con su
garbo, un modo especial de entender la belleza.
Este transfondo de unidad se palpa cuando lo "nuestro",
lo de "todos", tiene que luchar y que enfrentarse con
una circunstancia hostil o indiferente. Así, en Nueva York,
todos los años se celebra el desfile de los
"hispánicos", cuyo contingente más numeroso, los
emigrados de Puerto Rico, han hecho del castellano un idioma
familiar en la urbe y obligatorio en las escuelas; y en Los
&AACUTEngeles, donde los nietos de mejicanos continúan
hablando su lengua de origen, y donde los "espaldas
mojadas", al rellenar los cuestionarios oficiales, ponen
orgullosamente en la. casilla señalada para el país de
procedencia, spanish, es decir, "hispánico".
Hombres de nuestros países luchan y trabajan en los países
ajenos como en el propio. Los reveses de la fortuna o de la
política no impelen ni constriñen a una radical expatriación,
porque, sobre unas fronteras artificiales, se repite y reproduce
el ambiente de familia.
Hay fenómenos que, no obstante afectar de un modo directo e
inmediato a una de las naciones que integran nuestro mundo, dan
origen en todas ellas a una tensión unánime, profunda y
general. La guerra de España, el justicialismo de Perón, el A.
P. R. A. del Perú, los movimientos políticos de Belice y el
fidelismo cubano son hechos palpables y suficientes que explican,
sin aclaraciones ni comentarios, la realidad operante de esta
conciencia colectiva de los pueblos hispánicos.
Esa conciencia colectiva está como traspasada e impregnada de
una profunda religiosidad. Los avatares de la Independencia, la
ausencia de clero y su falta de ejemplaridad en muchos casos, la
instigación y la propaganda de las sectas, el Estado agnóstico
o beligerante en la persecución y la escuela laica, no han sido
capaces de arrancar el sentido católico romano de nuestros
pueblos. Aúnque es verdad, como alguien ha dicho, que son muchos
los hispánicos que no acuden a las iglesias, la realidad es que,
en su inmensa mayoría, en su unidad moral, viven en la Iglesia y
se saben miembros de su mística corporeidad.
Por mucho que se haya intentado identificar a la Iglesia con la
antigua Monarquía española, dando a entender que era
patriótico luchar contra ambas, lo cierto es, como demuestra
Hichard Patte, que la Independencia de las naciones
hispanoamericanas. nada tuvo que ver con la Iglesia como tal; no
hubo entonces, durante las jornadas difíciles y turbulentas de
la emancipación, ni un solo caso de anticlericalismo ni de
hostilidad a la Iglesia, y el mismo Bolívar, en sus consejos,
tantas veces, por cierto, desatendidos, dice textualmente:
"Me permitiréis que mi último acto sea el recomendaros que
protejáis la santa religión que profesamos y que es el
manantial abundante de las bendiciones del cielo."
Entre esas bendiciones, aquella que ha servido para mantener esa
confirmación católica del Continente americano de origen
español, ha sido, sin temor a dudas, la devoción a la Virgen.
Bajo el signo de María se descubre América. La jornada
memorable del descubrimiento estaba ya bajo el dulce y amoroso
patrocinio de la Señora y como si ello no fuera bastante la
misma Señora alzó en aquella mañana todo un mundo nuevo
arrancado de las tinieblas de lo desconocido, pare elevarlo aún
más alto en el trono de su reinado maternal.
Bajo el signo de María se fundan las ciudades como La Paz, La
asunción o Nuestra Señora del Buen Aire, se bautizan ríos y
ensenadas, se erigen escuelas y universidades, y en la roca del
Tepeyac se aparece nuestra Madre al indio Juan Diego, se dibuja y
reproduce en su tilma y, como queriendo refrendar desde la altura
la Hispanidad naciente, le habla al indio en castellano e inunda
su mantón, cuando el Obispo Zumarraga le exige las pruebas del
prodigio, con un manojo fragante de rosas de Castilla.
María deviene así la Regina Hispaniarum Gentium E1 Gobierno
independiente de Caracas jura defender; como lo habían hecho
tantos municipios españoles, el privilegio de la Concepción
Inmaculada de la Señora, y la Señora, bajo las bellas y
emotivas advocaciones de Lujan, del Carmen y la Aparecida, de la
Caridad del Cobre, de la Alta Gracia, de Caacupé, de Copacabana,
de Chiquinquira, de Coromoto, de Suyapa, , de la Merced, es
proclamada Patrona Celestial de los países soberanos e
independientes de Hispanoamérica.
Este fenómeno de la unidad, lleno de vida y palpitación, no
podía por menos de conmover y subyugar a quienes en América
hispana y Filipinas advenían a la cultura libres de prejuicios y
con lealtad, valor e intrepidez bastantes pare hacer tabla rasa
de los mismos. Ellos son los que integran esa generación de la
esperanza a que antes aludíamos, una generación cuya perenne
fidelidad nos asegura, para un futuro quizá próximo e
inmediato, un trueque de rotulo y bandera. Porque la esperanza,
como la fe, en frase de San Pablo, son virtudes para la dureza,
la austeridad, la zozobra y la incertidumbre del camino, y siendo
la caridad la virtud que permanece a la llegada, cuando la unión
y la entrega se consuman, nos es lícito entender que a muchos de
estos esforzados caballeros de la Hispanidad, entrevistos por la
mirada soñadora de Maeztu cabrá en suerte la providencial tarea
de tejer y edificar, con su amor y su talento, la continuidad de
los pueblos hispánicos. *
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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