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La Patria es espíritu
Digamos, desde luego, que antes
de ser un ser, la patria es un valor, y, por lo tanto, espíritu.
Si fuera un ser del que nosotros formáramos parte, no podríamos
discutirla, como no discutimos sus elementos ónticos. Cada uno
ha nacido donde ha nacido y es hijo de sus padres. Por lo que
hace a los elementos ónticos, el Sr. Maura tenía razón:
"la patria no se elige". Pero la patria es, ante todo,
espíritu. Y ante el espíritu es libre el alma humana. Así la
hizo su Creador.
España empieza a ser al convertirse Recaredo a la religión
católica el año 586. Entonces hace San Isidoro el elogio de
España que hay en el prólogo a la Historia de los godos,
vándalos y suevos: "¡Oh España! Eres la más hermosa de
todas las tierras... De ti reciben luz el Oriente y el
Occidente..." Pero a los pocos años llama a los sarracenos
el Obispo don Opas y les abre la puerta de la Península el Conde
D. Julián. La Hispanidad comienza su existencia el 12 de octubre
de 1492. Al poco tiempo surge entre nuestros escritores la
conciencia de que algo nuevo y grande ha aparecido en la historia
del mundo. Pero muchos de los marinos de Colón hubieran deseado
que las tres carabelas se volvieran a Palos de Moguer, sin
descubrir tierras ignotas. Con ello se dice que la patria es un
valor desde el origen, y por lo tanto, problemática para sus
mismos hijos, como el alma, según los teólogos, es espiritual
desde el principio, ab initio.
Antes de la hazaña creadora de la patria hay ciertamente hombres
y tierra, con los que la hazaña crea la patria, pero todavía no
hay patria. Hasta que Recaredo no deparó el vínculo espiritual
en que habían de juntarse el Gobierno y el pueblo de España,
aquí no había más que pueblos más o menos romanizados y
sujetos a un Gobierno godo, al que tenían que considerar como
extranjero y enemigo. Gobernantes y gobernados habitaban la misma
tierra, comunidad insuficiente para constituir la patria. Pero
desde el momento en que los gobernantes aceptaron la fe, que era
también la ley, de los gobernados, surgió entre unos y otros el
lazo espiritual que unió a todos sobre la misma tierra y en la
misma esperanza. Los hombres, la tierra, los sucesos anteriores,
la conquista y colonización romanas, la misma propaganda del
Cristianismo en la Península no fueron sino las condiciones que
posibilitaron la creación de España. Tampoco sin ellas hubiera
habido patria, porque el hombre no crea sus obras de la nada.
Pero la patria es espíritu; España es espíritu; la Hispanidad
es espíritu: aquella parte del espíritu universal que nos es
más asimilable, por haber sido creación de nuestros padres en
nuestra tierra, ahora llena de signos, que no cesan de evocarlo
ante nuestras miradas.
La patria es espíritu como lo es la proposición de que dos y
dos son cuatro, y esta es la razón de que nos equivoquemos tan a
menudo en las cuentas. También es espíritu el principio que
dice que, de dos proposiciones contradictorias, una, por lo
menos, es falsa, lo que no impide que frecuentemente, sin darnos
cuenta de ello, sigamos sobre un mismo asunto dos corrientes
contradictorias de pensamiento. Toda la ciencia no es sino uno de
los modos universales del espíritu. Pero ocurre, además, que el
alma, "nuestra alma intelectiva es por sí y esencialmente
la forma del cuerpo humano", como enseña Santo Tomás, y es
artículo de fe desde los tiempos del Concilio de Viena de 1312,
por lo que su formación y educación y salvación están ligadas
también a las condiciones tempo-espaciales de su cuerpo, que es
la razón de que desde el principio de los tiempos la Historia
Universal sea la historia de los distintos pueblos y cada uno de
ellos aprenda mejor la lección del holocausto en la vida de los
propios héroes, que se sacrificaron por defender sus gentes y su
tierra, que en la de los héroes de otros pueblos.
Como las obras de nuestros mayores han formado o transformado el
medio físico y espiritual en que nos criamos, nos son también
más fácilmente comprensibles que las de otros países. La
patria es un patrimonio espiritual en parte visible, porque
también el espíritu del hombre encarna en la materia, y ahí
están para atestiguarlo las obras de arte plástico: iglesias,
monumentos, esculturas, pinturas, mobiliario, jardines, y las
utilitarias, como caminos, ciudades, viviendas, plantaciones;
pero en parte invisible, como el idioma, la música, la
literatura, la tradición, las hazañas históricas, y en parte
visible e invisible, alternativamente, como las costumbres y los
gustos. Todo ello junto hace de cada patria un tesoro de valor
universal, cuya custodia corresponde a un pueblo. Puede
compararse, si se quiere, al original de un libro antes de
haberse impreso y cuando su autor trabaja en él. Ella,
naturalmente, mientras: "No es Babilonia, ni Nínive,
enterrada en olvido y en polvo". Mejor fuera decir que cada
patria es un melodía inacabada, que cada hombre conoce y siente
más o menos, en proporción de su memoria y su afición. Hay
almas que recuerdan muchos más compases que las otras y las que
mejor se saben la música ya oída suelen ser las que más
intensamente anhelan la que les falta oír y las más capaces de
componerla.
Al decir que la patria es una sinfonía o sistema de hazañas y
valores culturales queda rechazada la pretensión que desearía
fundar las naciones exclusivamente en la voluntad de los
habitantes de una región cualquiera, ya constituidos en Estado
independiente o deseoso de hacerlo. Al término de la guerra
europea se intentó modificar con arreglo a este principio, la
geografía política de la nueva Europa. Fue el Presidente de los
Estados Unidos, Mr. Wilson, quién dedicó a esta finalidad cinco
de los Catorce Puntos que propuso a los beligerantes,
olvidándose quizás, de que su país libró la más sanguinarias
de sus guerras al sólo efecto de impedir que se salieran con la
suya los Estados del Sur, que quisieron vivir de propia cuenta.
Así han surgido las repúblicas de Estonia y de Livonia y caído
en la miseria las poblaciones del antiguo Imperio
austro-húngaro. Y es que si las naciones no se basan más que en
la voluntad, pueden triunfar los cantonalismos más absurdos.
Vitigudino proclamará su independencia y hasta es posible que
los pueblos vecinos la reconozcan, si están poseídos de la
doctrina de que los derechos a la soberanía sólo se basan en la
voluntad de quién los alega. Solo que los pueblos mudan de
parecer y luego ocurre que sólo se mantienen las nacionalidades
que pueden defenderse contra la ambición de sus vecinos, que
también suelen ser las que encarnan algún valor de Historia
Universal, cuya conservación interesa al conjunto de la
humanidad.
En Francia tiene muchos adeptos la explicación voluntarista de
las nacionalidades. La frase de Renan que considera las naciones
como "plebiscitos permanentes", le incluye entre los
voluntaristas. M. Boutroux ha tratado de sistematizar este
pensamiento diciendo que la unidad de la nación está
constituida "por la voluntad común, consciente y libre de
los ciudadanos de vivir juntos y formar una comunidad
política". Peor a este intento de definición ha podido
objetar triunfalmente el alemán Max Scheler que no tiene sentido
decir que la unidad de una persona espiritual colectiva consiste
en la voluntad consciente y libre de sus partes, porque así no
se constituye persona alguna. Si las partes de la nación, los
individuos, son personas es precisamente porque su unidad no
depende de "la voluntad consciente y libre" de las
células que las constituyen. Sólo que al dar su solución
frente a la doctrina de Bountroux, cae Max Scheler en un
misticismo colectivista de aceptación difícil para una mente
clara. Porque en su opúsculo:"Nation und
Weltanschauung", escribe:
"La nación es una persona colectiva espiritual que convive
originariamente en todos sus miembros (es decir, en sus
familiares, linajes, y pueblos, porque los individuos no son
nunca miembros) y ello de tal manera que lo que forma la esencia
moral de la nación no es la responsabilidad de las voluntades
individuales que pertenecen a ella, sin la solidaria
responsabilidad original de cada miembro en la existencia, el
sentido y el valor del conjunto."
En esta definición se salva el escollo de reducir la nación a
un acto de voluntad coincidente de los individuos, pero se crea,
en cambio, una responsabilidad colectiva de los linajes y los
pueblos, que sólo puede tener carácter metafórico, como la
sangre y el cuerpo de Francia, de que nos ha hablado M. Daniel
Rops, porque la verdad es que no conocemos más responsabilidad
que la de los individuos. Tal vez fuera deseable que todas las
familias se sintieran responsables de los destinos de un pueblo,
pero son muy contadas aquellas cuyos miembros sienten todos la
patria de la misma manera. Lo que haca Max Scheler es imaginar un
alma colectiva, a la que Renan hubiera querido enriquecer
dotándola de conciencia propia. El pasaje de Renán se encuentra
en el capítulo de "Sueños", de sus "Diálogos
filosóficos":
"Las naciones, como Francia, Alemania, Inglaterra, las
ciudades, como Atenas, Venecia, Florencia, París, actúan como
personas que tienen carácter, espíritu, intereses determinados;
se puede razonar acerca de ellas como de una persona; tienen,
como los seres vivos, un instinto secreto, un sentimiento de su
esencia y de su conservación, al punto que, independientemente
de la reflexión de los políticos, una nación, una ciudad,
pueden compararse a los animales, tan ingeniosos y profundos
cuando se trata de salvar su ser y de asegurar la perpetuidad de
su especie... La célula es ya una pequeña concentración
personal: al consonarse juntas varias células, forman una
conciencia de segundo grado (hombre o animal). Al agruparse las
conciencias de segundo grado forman las conciencias de tercer
grado: conciencias de ciudades, conciencias de Iglesias,
conciencias de naciones, producidas por millones de individuos
que viven la misma idea y tienen comunes sentimientos."
Es un razonamiento que cae por su base cuando uno se pregunta si
es verdad que la conciencia que Renan llama de segundo grado, la
del hombre, se crea por la consonancia de las células y cuando
se reflexiona que tampoco es cierto que se formen conciencias de
ciudades o de naciones al agruparse los individuos. No hay almas
colectivas. No hay conciencias colectivas. Lo que hay es valores
colectivos cuya conservación interesa a los individuos y a las
familias y a los pueblos. Maeterlinck ha escrito que: "Los
hombres, como las montañas, sólo se unen por la parte más
baja. Lo más elevado que poseen se eleva solitario al
infinito". Este dicho no es del todo cierto. Cuando rezan
juntos unos cuantos hombres se están uniendo por la parte más
alta. Pero, entendámonos, lo que se une de ellos son las
finalidades de sus almas y no las almas mismas. Las almas no se
unen entre sí; se unen en Dios o se unen en la patria. Mientras
peregrinan por el mundo no pueden unirse en almas superiores,
porque no hay en la tierra almas superiores a la humana. En el
acto de la oración nuestra alma se eleva solitaria: "sola
cum solo". Sólo de Dios espera la salud. De los santos no
pedimos más que la intercesión. Y tampoco hace falta considerar
a la patria como una diosa, para vivir y morir por ella. Nadie
reza a su patria, pero todos estamos obligados a rezar por ella y
de hecho rezamos, aunque sin darnos cuenta de ello, cuando
pedimos el pan de cada día, porque de la patria lo recibimos
casi siempre, lo mismo el del cuerpo que el del alma.
Por eso es insuficiente el patriotismo que sólo se refiere a la
tierra o a nuestros compatriotas, aunque sea muy provechoso
estimularlo todo lo posible. Es cosa excelente que los hombres se
enternezcan el recuerdo del pasaje natal, que crean que las
mujeres de su tierra son las más hermosas del mundo, que cifren
su confianza en la honradez y virtudes de sus compatriotas y que
estén seguros de que no hay alimento comparable a los de su
región. También son valores los biológicos, aparte de que
contribuyen a la felicidad de cada pueblo. Hasta pudiera decirse
que con la conciencia de estos valores biológicos se forma el
patriotismo de la patria chica, de la región nativa. Pero lo que
forma la patria única es un nexo, una comunidad espiritual, que
es al mismo tiempo un valor de Historia Universal. Imaginémonos
un territorio habitado por gentes heterogéneas, sin unidad de
lenguaje ni de ideales. Pues no constituirán una patria.
Pensemos que están unidas por un espíritu de mutua defensa y
por lazos de consanguinidad, pero no por la conciencia de valor
universal alguno. Pues serán una tribu, pero no una patria,
porque un día vendrán gentes que tengan verdaderamente patria y
hablarán a la parte superior del alma de estos cabileños y los
incorporarán a su nación. La patria se hace -perdóneseme si lo
repito- con gentes y con tierra, pero la hace el espíritu y con
elementos también espirituales. España la crea Recaredo al
adoptar la religión del pueblo. La Hispanidad es el Imperio que
se funda en la esperanza de que se puedan salvar como nosotros
los habitantes de las tierras desconocidas. Los elementos
ónticos, tierra y raza, no son sino prehistoria, condiciones
sine qua non. El ser empieza con la asociación de un valor
universal o de un complejo de valores a los elementos ónticos.
Toda patria, en suma, es una encarnación.
El valor de la patria es anterior al ser. Aquí también han de
entenderse las cosas a derechas. Desde un punto de vista
cronológico es evidente que nada del ser es anterior al ser.
Pero el nacimiento de la patria se debe a una idea que se expresa
en un acto y el mantenimiento de la patria es un sistema de
ideas, expresadas también en actos, que se acumulan en apoyo de
la idea originaria o de lo que haya de esencial en ella. En sus
"Diálogos filosóficos" dice Renán: "Yo creo, en
efecto, que hay una resultante del mundo, una capitalización de
los bienes de la humanidad y del universo, que se forma por
acumulaciones lentas y sucesivas, con enormes desperdicios, pero
con un acrecentamiento incesante, como en la nutrición del
adolescente". Añade que sólo dura lo que se hace por el
ideal y que anula el resto: "Como los egoísmos rivales se
hacen en el mundo un contrapeso exacto, no queda para crear un
efecto útil más que la suma imperceptible de la acción
desinteresada". La patria es también una acumulación de
todas las actividades que la crean, sostienen engrandecen. Lo que
no puede sostenerse es que sea una acumulación incesante o
fatal. Renan supone con plácido optimismo que los actos
egoístas se contrapesan con exactitud. Lo supone, pero no lo
demuestra, ni la experiencia lo confirma. Lo que la Historia
Universal nos dice es que las naciones se engrandecen por
acumulaciones sucesivas de acciones valiosas, que aumentan su
valor original, pero que disminuyen y se disipan con las
ruindades colectivas y los vicios individuales. El ser de las
patrias se funda en el bien y en el bien se sostiene, no en
ninguna clase de "sagrado egoísmo nacional". Los actos
generosos, la contribución de cada pueblo al universal
crecimiento del espíritu, es lo que le vale el fervor de sus
hijos y aun el de los amigos que le sostendrán en la hora de la
necesidad. Y si es cierto que la justicia internacional no
prevalece siempre de momento, tampoco las injusticias pueden
durar perpetuamente. Al cabo de tres siglos y medio de
difamaciones, vemos rehabilitarse la memoria de Felipe II y con
ella el buen nombre de España. No durará tanto la popularidad
de las naciones que se dejan guiar por el egoísmo en sus
relaciones con el resto del mundo y procuran después cubrir su
desamor con la propaganda de mentiras o de lemas sonoros, pero
sin ningún significado.
*
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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