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El dilema de ser o valer
Sería mucha pretensión
imaginarse que al tratar de definir la Hispanidad nos estemos
aventurando "por mares nunca de antes navegados". El
tema de la patria, de la nación o de la "ciudad" es
tan antiguo como la cultura. El intento de definirlo, sin
embargo, tropieza con dificultades que aún no han sido vencidas.
Aquí los mapas nos sirven de poco. Hasta hace pocos años
figuraba en ellos Polonia como parte de Rusia, Alemania y
Austria, lo que no la impedía seguir siendo Polonia. La India es
una de las colonias de Inglaterra, lo que no quita para que
ningún inglés admita a un indio entre sus compatriotas. Y la
Hispanidad aparece dividida en veinte Estados, lo que no logra
destruir lo que hay en ellos de común y constituye lo que
pudiera denominarse la hispanidad de la Hispanidad. Si este
espíritu de las naciones o de los grupos nacionales fuera tan
visible y evidente como el Ministerio de la Gobernación o la
Dirección de Seguridad, no habría problema. Pero algo eludible
y fugitivo debe de haber en su constitución cuando tantos
españoles e hispanoamericanos de aguda inteligencia pueden vivir
como si no existiera. Esa mariposa volandera es lo que
quisiéramos apresar entre los dedos, para mirarla con
detenimiento.
Este es un tema de tal naturaleza, que en cuanto se nos quiere
simplificar se nos escapa. Cuando un joven francés de talento,
como M. Daniel Rops, nos dice en su libro último Les années
tournantes, que: "La patria no es un Moloch...Es un ser de
carne y de sangre, de nuestra carne y nuestra sangre", no se
sabe si M. Rops ha meditado bien las consecuencias de su aserto,
porque si la Patria es un ser de carne y sangre, como sólo
metafóricamente se puede hablar de la carne y la sangre de
Francia, mientras que la carne y la sangre de los franceses son
de una realidad indiscuti ble, resultará que Francia no es más
que un nombre y que no hay más realidad que la de los franceses,
con lo que se suprime la cuestión, que consiste precisamente en
esclarecer en qué consiste la esencia de las naciones, la
esencia de Francia. De las palabras de M. Rops se deduciría que
no existe y que el patriotismo de los franceses no les obliga
más que a ayudarse unos a otros, lo que es insuficiente, porque
esta ayuda mutua puede ser muy cómoda para los que la reciben,
pero muy incómoda para los que la dan, lo que hará
probablemente preguntarse a éstos por la razón de que se hayan
de sacrificar por sus hermanos, y a esta pregunta ya no hay
respuesta, porque la razón de los deberes de solidaridad de los
compatriotas ha de buscarse en la autoridad superior de la
Patria, de la misma manera que las obligaciones de hermandad de
los hombres dependen de la paternidad de Dios.
Esta autoridad superior de la Patria sobre los individuos es lo
mismo que quiso expresar nuestro Cánovas con su magnífica
sentencia: "Con la Patria se está con razón y sin razón,
como se está con el padre y con la madre." Sólo que estas
palabras no se deben entender literalmente, sino en su sentido
polémico. Lo que quería decir Cánovas es que se debe estar con
la Patria, porque de hecho su discurso se dirigía también a
algunas gentes que no estaban conformes con su política ni con
su sentido de la Patria. Quizás penetrara mejor en el espíritu
de las naciones Mauricio Barrés al definirlas como "la
tierra y los muertos", aunque tampoco se le ha de entender
al pie de la letra, porque en ese caso describirían sus palabras
más la esencia de un cementerio que la de una nación. Los
muertos de Barrés no son los cadáveres, sino las obras, las
hazañas, los ideales de las generaciones pasadas, en cuanto
marcan orientaciones y valores para la presente y las que han de
sucederla.
Pero lo mismo estos conceptos que el de D. Antonio Maura, cuando
decía que "la Patria no se elige", envolvían cierta
confusión entre la región de los valores y la de los seres, que
conviene desvanecer de una vez para siempre, precisamente para
que no se frustren los propósitos patriotas que animaban a tan
excelsas personalidades, ya que lo mismo Cánovas que Maura que
Barrés concibieron su patriotismo en disputa con los
antipatriotas o los tibios, que no querían se sacrificaran
intereses particulares en aras de una patria demasiado exigente.
Así también se escriben estas páginas pensando en los
muchísimos españoles e hispano-americanos de talento que han
perdido el sentido de las tradiciones hispánicas, pero de
ningún modo hemos de decirles, como Cánovas, Maura o Barrés,
que tienen que estar de todos modos con la tierra y los muertos,
sea su voluntad la que fuere, y que este es un hecho que está
por encima del albedrío individual, aunque haya en este
argumento su parte de verdad, porque es evidente, de otra parte,
que el hecho de que aquellas gentes talentudas se coloquen frente
a las tradiciones de su madre Patria o continúen ignorándolas,
es por sí mismo prueba plena de que se pierde el tiempo
diciéndoles que tienen que estar donde no están, como lo
perdería el que dijese a ciegos, cojos o sordos que los hombres
no pueden ser ciegos, ni cojos, ni sordos, y lo único que
probaría es que estaba confundiendo el ideal con la realidad.
Ahora bien: mentes esclarecidas no caerían en esta confusión si
no fuera porque se trata de una materia en la que se entrelazan
íntimamente el mundo del ser y el de los valores. Por eso es
posible que un espíritu tan fino como el de M. Charles Maurras,
en su Diccionario Político y Crítico, siga a nuestro Cánovas
al considerar la Patria como un ser de la misma naturaleza que
nuestro padre y nuestra madre. He aquí sus palabras:
"Es verdad; hace falta que la Patria se conduzca justamente.
Pero no es el problema de su conducta, de su movimiento, de su
acción el que se plantea cuando se trata de considerar o de
practicar el patriotismo, sino la cuestión de su ser mismo, el
problema de su vida o de su muerte. Para ser justa (o injusta) es
preciso primero que sea. Es sofístico introducir el caso de la
justicia, de la injusticia o de cualquier otro atributo de la
Patria en el capítulo que trata solamente de su ser. Hay que
agradecer y honrar al padre y a la madre, independientemente de
su título personal a nuestra simpatía. Hay que respetar y
honrar a la Patria, porque es ella, y nosotros somos nosotros,
independientemente de las satisfacciones que pueda ofrecer a
nuestro espíritu de justicia o a nuestro amor de gloria. Nuestro
padre puede ir a presidio; hay que honrarle. Nuestra patria puede
cometer grandes faltas; hay que empezar por defenderla, para que
esté segura y libre. La justicia no perderá nada con ello,
porque la primera condición de una patria justa, como de toda
patria, es la de existir, y la segunda, la de poseer la
independencia de movimiento y la libertad de acción, sin las
cuales la justicia no es más que un sueño."
Con los sentimientos que inspira a M. Maurras podemos simpatizar
de todo corazón, sin asentir a sus palabras, ni mucho menos
compartir sus conceptos. Francia es un país central, que ha
estado en todo tiempo rodeado de pueblos poderosos, a veces
rivales y enemigos suyos. Los franceses han tenido que vivir
desde hace bastantes siglos en constante centinela. Para resistir
el ímpetu de estos vecinos han necesitados unirse íntimamente.
Y por ese puede decir M. Maurras, en otra cláusula de su
artículo, que: "El amor de la Patria pone de acuerdo a los
franceses: católicos, librepensadores o protestantes;
monárquicos o republicanos. La Patria es lo que une, por encima
de todo lo que divide." Pero hasta en Francia hace falta
predicar constantemente el patriotismo, y por eso pide M. Maurras
que se conjure al Estado "a enseñar la Patria, la Patria
real, concreta, el suelo sagrado en donde duermen los huesos de
los padres y la semilla de los nietos, los siglos encadenados de
la historia de Francia y las perspectivas de nuestra
civilización venidera"; y añade que " la enseñanza
de la Patria es la enseñanza y la defensa del nombre, de la
sangre, del honor y del territorio francés." También tiene
Francia sus antipatriotas. Contra ellos se yergue vigoroso,
legítimo, inexpugnable, el ideal nacionalista.
Para defender la patria francesa contra sus enemigos externos e
internos, M. Maurras cree conveniente alzar la categoría suprema
de su pensamiento, que probablemente, en su filosofía
positivista, es la de la realidad, la de la sustancia tangible y
ponderable. Por eso dice que antes de la justicia o de la
injusticia está el ser, lo que en los términos de nuestro modo
de pensar equivale a afirmar la primacia o superioridad del ser
sobre el valer. Ahora bien: al decir que la Patria es un ser
positivo, que ha de defenderse a toda costa, M. Maurras está
diciendo algo que coincide con el pensar común de los hombres,
sobre todo en países como Francia, que han sufrido diversas
invasiones en estas generaciones y donde la defensa nacional
constituye una de las mayores preocupaciones de los hombres
públicos y buen número de ciudadanos. Todo parece comprobar la
idea de que la Patria es un ser: ahí están el territorio, la
población, con sus características corpóreas, el lenguaje
propio, los recuerdos personales de la última guerra, las
memoria verbales y escritas de las guerras anteriores. De otra
parte, esta filosofía, que hace preceder el ser a los valores,
se acopla sin esfuerzo al sentir ordinario que supone que
también en los hombres es anterior el ser a las obras de mérito
o desmérito de que se hagan responsables en su vida. Este modo
corriente de pensar halla su confirmación en las teorías
evolucionistas, que hacen creer en la existencia de hombres y
acaso de sociedades humanas anteriores a toda cultura, a toda
obra del espíritu. Innecesario añadir que en la actualidad hay
muchos millones de hombres que son evolucionistas, y aun
darvinianos, sin tener una idea precisa de lo que se significa
con esas palabras. Se trata de ideas que están en el aire, como
la interpretación marxista o económica de la historia, lo que
no quiere decir que sean verdaderas.
Porque también hay otra filosofía que supone que el espíritu
es anterior a todo, y que en la ontología de la nación o de la
Patria, el valor es anterior al ser. En Francia, por ejemplo, es
también posible suponer que nació la patria francesa el día en
que Clodoveo, rey de los francos, hizo de París su capital y
adoptó la religión cristiana, porque entonces se efectuó la
infusión de la ley sálica sobre sucesión de tierras en el
derecho romano y el canónico, la del espíritu militar
germánico en la civilización latina, la de un acento nórdico
en una lengua romana y la de la religión católica en el
espíritu racista y aristocrático de los pueblos
septentrionales. Antes de Clodoveo no veo en el país vecino sino
tierras y razas, elementos que contribuyen a formar la patria
francesa, pero que no son todavía Francia. Francia surge con la
amalgama físico-espiritual, que hace el rey Clodoveo, de
elementos nórdicos, meridionales y universales, amalgama que
tiene que ser de gran valor humano, porque su armonía y
resistencia se han probado en el curso de mil cuatrocientos años
de historia, al cabo de los cuales sigue siendo Francia la misma
esencialmente, y aún parece dispuesta a resistir otros catorce
siglos el oleaje del tiempo.
Al decir esto no se pretende resolver desde luego el problema de
si el ser de las naciones es anterior a su valor o si es su
valor, por el contrario, lo que crea y conserva su existencia. Lo
que se afirma es que hay en ello una cuestión genérica, es
decir, relativa a todas las naciones, que ha de esclarecerse
antes que la específica de la Hispanidad. Y para precisarla
mejor se ha de empezar por dejar establecido que en todas las
naciones el patriotismo es complejo y se refiere al mismo tiempo
al territorio, a la raza y a los valores culturales, tales como
las letras y las artes, las tradiciones, las hazañas
históricas, la religión, las costumbres, etc. El patriotismo
del hombre normal se dirige al complejo de todo ello: territorio,
raza y valores culturales. Ama el territorio natal porque es el
que le ha nutrido, y su propio cuerpo viene a ser un pedazo de la
tierra nativa. Quiere a las gentes de su raza porque son también
pedazos de su tierra y se le parecen más que las de otros
países, por lo cual las entiende mejor. Aprecia más que otros
los valores culturales patrios porque su alma se ha criado en
ellos y los encuentra más compenetrados con su tierra, su gente
y el alma de su gente que los de otras naciones. Pero en este
afecto hacia la territorio, la raza y los valores hay sus más y
sus menos. Los pueblos quieren más el territorio y la raza; las
gentes cultivadas, los valores. Entre los pueblos, el patriotismo
de los nórdicos -ingleses, alemanes, escandinavos- es más
racial que territorial; el de los latinos, más territorial.
Entre los mismos españoles, el sentimiento de los catalanistas
es más territorial que racial, mientras que el de los
bizcaitarras, más racial que territorial. El hombre medio
considera como su Patria el complejo de territorio, raza y
valores culturales a los que pertenece, y no se pone a discurrir
que lo constituyen elementos heterogéneos, de los cuales unos
son "ónticos": el territorio y la raza, mientras que
los culturales son espirituales o valorativos. Pero de esta
heterogeneidad surge el problema.
El pensador -y a veces también el político, el escritor y todo
el que intente ejercitar alguna influencia sobre sus
compatriotas- tiene que preguntarse si en este complejo de la
patria es lo primero y más fundamental el territorio, la raza o
los valores culturales. ¿Cómo vamos a poner en tela de juicio
el ser del Quijote o el de la batalla del Salado? No se trata de
eso, sino de comprenderlos, para fijar su orden genético, para
lo cual hay que dilucidar si el ser de la Patria, mezcla de
elementos ónticos o de los valorativos, surge de sus elementos
ónticos o de los valorativos. La consecuencia práctica de
adoptar una u otra solución será de inmensa trascendencia, como
hemos de ver más adelante. Se trata de uno de los máximos
dilemas que pueden presentársenos en la bifurcación de los
caminos: el de la primacía del valor o la del ser. En último
término, hay que elegir entre pensar que en el principio era el
Verbo, como dice San Juan, y que "el Espíritu de Dios
flotaba sobre las aguas", como describe el Génesis, o
suponer que nuestro verbo y conciencia y presunciones morales
emergen inexplicablemente de la "tierra desnuda y vacía y
de las tinieblas sobre el haz del abismo"... Pero la
cuestión de la Patria no es tan complicada y será resuelta sin
gran dificultad.
*
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
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