Página de aborto e interrupción voluntaria del embarazo

CONCLUSIONES Y LLAMAMIENTO A LAS CONCIENCIAS

La responsabilidad humana y social, natural y sobrenatural con el feto .

No es el aborto solución a ninguno de los problemas examinados, sino la antisolución. Ni siquiera la pauta de los indicaciones es válida, porque la realidad es que en la mayoría de los supuestos el aborto no es terapia, ni eugenesia, ni cuestión de honor, sino simple y brutalmente el deseo de desembarazarse, de desmadrarse, de no querer al hijo, al que se considera como una carga de momento y como un estorbo después.

La responsabilidad, ha escrito monseñor Guerra Campos (Instrucción de 28-I-1983), es «de los propagandistas y sembradores de confusión, pero (se concentra) en los autores de la ley: el presidente del Gobierno y su Consejo de Ministros, los parlamentarios que la voten y el Jefe del Estado que la sanciona», el cual, como añadiera, en otro sitio («El Alcázar», 8 de marzo de 1983), puede encontrarse en una situación límite, ya que aun cuando carente de responsabilidades jurídicas y políticas, según el texto constitucional (art. 56), no queda liberado de su responsabilidad en conciencia.

Por su parte, la Comisión Permanente del Episcopado Español, en su declaración de 5 de febrero de 1983, afirmaba: «No podrán escapar a la calificación moral de homicidio lo que hay se llama aborto provocado o, de forma encubierta, interrupción voluntaria del embarazo.»

En esta misma línea condenatoria del aborto se han pronunciado numerosas instituciones, y entre ellos la Hermandad sacerdotal Española («Roca Viva», 1983, pág. 332), que explícitamente ha dicho que «todo cambio social que sea racional y humano busca salvar la vida». «Y ninguna vida más desamparada que la que vive y se desarrolla en el vientre de la madre. La ley del aborto se convierte así en la ley del más fuerte.» (Ve la «Declaración de la Unión seglar», en «Iglesia-Mundo» de 25 de mayo de 1983, págs. 13 y s.)

¡ Con qué capacidad de síntesis, Pío XII, en su famoso discurso a los comadronas (29-XI-1951, n.° 8), dijo: «No existe ningún hombre, ninguna autoridad humana, ninguna ciencia, ninguna indicación médica, eugenésica, social, económica y moral que pueda presentar o dar título jurídico valedero para disponer de modo deliberado y directo de una vida inocente»!

Vamos a concluir, pero a concluir elevándonos un poco hacia algo que me parece importante en una sociedad en proceso de descristianización; porque si el aborto se presenta hay como fenómeno masivo, incluso en naciones de conformación y configuración histórica cristianas, resulta evidente que los propagandistas de la confusión han logrado éxitos amparados, sin duda, por la autoridad moral de su oficio.

Por ello, conviene presenter la vida como un don de Dios. si la «humanae vitae tradendae» corresponde a la pareja, es Dios, como narra el Genesis (2,7), el que «inspiravit... spiraculum vitae et factus est home». La pareja, como el conmutador eléctrico, da paso a la luz, pero no la produce. Pues bien, ese hombre ya concebido, «in animam viventem», es tan «image Del» como cualquiera de nosotros. Por eso, el aborto borra una imagen de Dios y contesta negativamente, con un gesto de oposición y de rechazo, al «sí» divino otorgado a esa vida personal y naciente (Ve Juan Pablo II, 7II- 1982).

Más aún, los concebidos y no nacidos son los más niños entre los niños, a los que se impide con el aborto que se acerquen a Cristo, negándoles el bautismo, incluso el de deseo. De otro lado y en contrapunto, si, como recuerda san Mateo (25,40), «lo que hicisteis con alguno de mis hermanos más pequeños («fratribus meis minimus») conmigo lo hicisteis», lo que se hace abortando, eliminando y arrancando la vida a la criatura que allenta en el seno materno es algo que con propósito aniquilador se hace contra ese «alter Christus» que es el «nasciturus».

El aborto, pues, para un cristiano no es sólo un delito contra la vida, contra la persona —bien jurídico que, contra toda duda, ha de ser objeto de protección por el derecho penal— (Ve Martinez del Val: «El sujeto pasivo en el delito de aborto», en «Rev. Gral. de Leg. y Jurisprudencia», 1957, págs. 400 y s.), sino que es una transgresión de la ley divina, del «no matarás», que considera la vida del hombre, nacedero o nacido, como sagrada. El aborto es un pecado que excluye y destierra de la comunidad de amor que es la Iglesia, por ser un atentado contra la «image Dei» y contra el Cristo, que la criatura humana representa y con la que el señor ha querido identificarse.

La bienaventuranza del seno, que en un instante jubiloso proclama una mujer israelita (Luc. 11,27) dirigéndose al Maestro, y el salto gozoso del niño en el vientre de Isabel (Luc. 1,41), son cantos bellísimos, evangélicos y populares a la vida, respaldados, más tarde, por la tierna devoción a nuestra señora del Buen Parto, cuyas imágenes grávidas y devotas he venerado en España y America, y ante los que he vista rezar a mujeres jóvenes en estado de buena esperanza.

¡Qué contraste más rudo entre ese canto fervoroso a la vida, propio del Evangelio y de la civilización cristiana, que suena jubiloso a villancico, y ese otro canto funeral, amedrentado y desesperanzado ante la vida, de una sociedad que se envilece, y que suena a responso por ella misma! A veces, comparando el misterio de la gracia con el misterio de la iniquidad, a la Vida y a la Muerte—con mayúsculos—, al gozo del niño que nace y al dolor del niño al que se niega el nacimiento, me ha venido a la memoria la simbología del vagido y el estertor, de la cuna y el ataúd, del «Te Deum» y del «Miserere».

Dios no sólo creó, sino que se recreó en su obra; si «in principio creavit», al terminar la creación «viditque Dens cuncta quae facerat, et erant valde bona» (Gen. 1,1 y 31). Pues bien, Dios no sólo da la vida a cada hombre en el instante de la fecundación germinal, sino que también se recrea, complaciéndose, en esa imagen microscópica de «sí» mismo, brote inicial que es apenas un punto de alfiler o quizá una pepita de manzana. ¡No importa que los imágenes divinas sean pequeñas o grandes, macroscópicas o microscópicas! Más aun, es posible que esa imagen, apenas perceptible, sea a sus ojos más querida que otra mayor, porque el diamante, que es un trozo de la naturaleza cósmica, es más apreciado también por el hombre que una montaña de granito, parte igualmente del cosmos, que está llamada a dominar. Pues bien, por esa miniatura, a la que Dios ama, el Hijo de Dios se hizo hombre, se hizo su hermano, la proclamo coheredera de su patrimonio celeste y le conquistó, con sangre y en la cruz, una morada en la ciudad eterna, feliz luminosa, de su Padre. ¿se comprenderá ahora la razón por la cual el aborto se califica de «crimen abominable»? («Gaudium et spas», n.° 51).

Permitidme tres citas finales, la de un médico, la de sacerdote y la del mismo Dios:

La del médico corresponde a Antonio Garrido Letache, que en su obra, a la que ya aludí, «El quehacer de cada día», recuerda el drama de Ionesco —«El rey se muere»—y pone en los labios de el niño nacedero los palabras conocidas, dirigiéndolos a su madre dispuesta a abortar: «Decidme, a qué viene ese aire desolado? ¿Al corriente de que debéis ponerme? ¿Qué os ocurre?». Y veremos vas a tener valor de responder a tu propio hijo «señor, debo anunciaros que vas a morir.» «Madre no me heches de tu casa —grita el niño con palabra que el médico le presto— porque "vocavit et r nuisti", porque me llamaste a la vida y me arrebatas.»

· La del sacerdote corresponde a nuestro queridísimo padre Cué, s. J. En su precioso «Villancico a los abortistas», con el desgarro de su alma apostólica, nos dice:

«En cada aborto se mata a un cristo-niño, otra vez».

Y recordando, ya que su madre no quiere recordarle, poeta le dedica estos versos cargados de lirismo:

«su niño muerto no tiene nombre, tumba ni ciprés. Quejido eterno en la noche: —Me matas, mamá, ¿por qué?»

La cita a lo divino la tomo nuevamente del Gènesis (4,10). Parece dirigida a todos los que procuran y no sólo realizan instrumentalmente el aborto: «¿Qui fecisti? Vox sanguini fratris tui clamat ad me de terra.» Y Dios, juez y vengador de la sangre inocente, recoge ese clamor que demanda justicia no sólo en la otra vida, sino también en la presente, y responde con esta frase que produce escalofrío: «Maledictus eris super terra».» (Gen. 4,11) *


Ordenamiento jurídico español Aborto e interrupción voluntaria del embarazo El llamado derecho a una muerte digna: La eutanasia

Autorizada la reproducción total o parcial de estos documentos siempre citando la fuente y bajo el criterio de buena fe.