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Pasado y porvenir
Saturados de lecturas
extranjeras, volvemos a mirar con ojos nuevos la obra de la
Hispanidad y apenas conseguimos abarcar su grandeza. Al descubrir
las rutas marítimas de Oriente y Occidente hizo la unidad
física del mundo; al hacer prevalecer en Trento el dogma que
asegura a todos los hombres la posibilidad de salvación, y por
tanto de progreso, constituyó la unidad de medida necesaria para
que pueda hablarse con fundamento de la unidad moral del género
humano. Por consiguiente, la Hispanidad creó la Historia
Universal, y no hay obra en el mundo, fuera del Cristianismo,
comparable a la suya. A ratos nos parece que después de haber
servido nuestros pueblos un ideal absoluto, les será imposible
contentarse con los ideales relativos de riqueza, cultura,
seguridad o placer con que otros se satisfacen. Y, sin embargo,
desechamos esta idea, porque un absolutismo que excluya de sus
miras lo relativo y cotidiano, será menos absoluto que el que
logre incluirlos. El ideal territorial que sustituyó en los
pueblos hispánicos al católico, tenía también, no sólo su
necesidad, sino su justificación. Ahí que hacer responsable de
la prosperidad de cada región geográfica a los hombres que la
habitan. Mas, por encima de la faena territorial, se alza el
espíritu de la Hispanidad. A veces es un gran poeta, como
Rubén, quien nos lo hace sentir. A veces es un extranjero
eminente quien nos dice, como Mr. Elihu Root, que : "Yo he
tenido que aplicar en territorios de antiguo dominio español
leyes españolas y angloamericanas y he advertido lo irreductible
de los términos de orientación de la mentalidad jurídica de
uno y otro país". A veces es puramente la amenaza de la
independencia de un pueblo hispánico lo que suscita el dolor de
los demás.
Entonces percibimos el espíritu de la Hispanidad como una luz de
lo alto. Desunidos, dispersos, nos damos cuenta de que la
libertad no ha sido, ni puede ser, lazo de unión. Los pueblos no
se unen en la libertad, sino en la comunidad. Nuestra comunidad
no es racial, ni geográfica, sino espiritual. Es en el espíritu
donde hallamos al mismo tiempo la comunidad y el ideal. Y es la
Historia quien nos lo descubre. En cierto sentido está sobre la
Historia porque es el Catolicismo. Y es verdad que ahora hay
muchos semicultos que no pueden rezar el Padrenuestro o el Ave
María, pero si los intelectuales de Francia están volviendo a
rezarlos, ¿que razón hay, fuera de los descuidos de las
apologéticas usuales, para que no los recen los de España? Hay
otra parte puramente histórica, que nos descubre las capacidades
de los pueblos hispánicos cuando el ideal los ilumina. Todo un
sistema de doctrinas, de sentimientos, de leyes, de moral, con el
que fuimos grandes; todo un sistema que parecía sepultarse entre
las cenizas del pretérito y que ahora, en las ruinas del
liberalismo, en el desprestigio de Rousseau, en el probado
utopismo de Marx, vuelve a alzarse ante nuestras miradas y nos
hace decir que nuestro siglo XVI, con todos sus descuidos de
reparación obligada, tenía razón y llevaba consigo el
porvenir. Y aunque es muy cierto que la Historia nos descubre dos
Hispanidades diversas, que Heriot recientemente ha querido
distinguir, diciendo que era la una la del Greco, con su
misticismo, su ensoñación y su intelectualismo, y la otra de
Goya, con su realismo y su afición a la "canalla", y
que pudieran llamarse también la España de Don Quijote y la de
Sancho, la del espíritu y la de la materia, la verdad es que las
dos no son sino una, y toda la cuestión se reduce a determinar
quién debe gobernarla, si los suspiros o los eruptos. Aquí ha
triunfado por el momento, Sancho; no me extrañará, sin embargo,
que nuestros pueblos acaben por seguir a Don Quijote. En todo
caso, su esperanza está en la Historia: "Ex proeterito spes
in futurum". *
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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