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La defensa necesaria
Alguna vez ha protestado
España contra estas falsedades. Generalmente, las hemos dejado
circular, sin tomarnos la molestia de enterarnos. Pero esto de no
enterarnos es inconsciencia, y la inconsciencia es una forma de
la muerte. Lo característico de la conciencia es la inquietud,
la vigilancia constante, la perenne disposición a la defensa.
Ser es defenderse. La inquietud no es un accidente del ser, sino
su esencia misma. Conocida es la antigua fábula latina:
"Erase la Inquietud, que cuando cruzaba un río y vio un
terreno arcilloso, cogió un pedazo de tierra y empezó a
moldearlo. Mientras reflexionaba en lo que estaba haciendo, se le
apareció Júpiter. La Inquietud le pidió que infundiera el
espíritu al pedazo de tierra que había moldeado. Júpiter lo
hizo así de buena gana. Pero como ella pretendía ponerle a la
criatura su propio nombre , Júpiter lo prohibió y quiso que
llevara el suyo. Mientras disputaban sobre el nombre se levantó
la tierra y pidió que se llamase como ella, ya que le había
dado un trozo de su cuerpo. Los disputantes llamaron a Saturno
como juez. Y Saturno, que es el tiempo, sentenció justamente:
"Tú, Júpiter, porque le has dado el espíritu, te
llevarás su espíritu cuando se muera; tú, Tierra, como le
diste el cuerpo, te llevarás el cuerpo; tú, Inquietud, por
haberlo moldeado, lo poseerás mientras viva. Y como hay disputa
sobre el nombre, se llamará "homo", el hombre, porque
de "humus" (tierra negra) está hecho".
Vivir es asombrarse de estar en el mundo, sentirse extraño,
llenarse de angustia ante la contingencia de dejar de ser,
comprender la constante probabilidad de extraviarse, la necesidad
de hacer amigos entre nuestros conseres, la contingencia de que
sean enemigos, y estar alerta a lo genuino y a lo espúreo, a la
verdad y al error. La inquietud no es un accidente, que a unos
les ocurre y a otros no. Esta es la esencia misma de nuestro ser.
Y por lo que hace a la patria, en cuanto la patria es espíritu y
no tierra, es el ser mismo. Nuestra inquietud respecto de la
patria es, en verdad, su quinta esencia. Somos nosotros, y no
ella, los que hemos de vivir en centinela; nos hemos de anticipar
a los peligros que la acechan, sentir por ella la angustia
cósmica con que todos los seres vivos se defienden de la muerte,
velar por su honra y buena fama y reparar, si fuese necesario,
los descuidos de otras generaciones.
No fue meramente humildad nuestra, sino incuria, la razón de que
se nos borrara del espíritu el sentido ecuménico de España.
Incuria nuestra y actividad de nuestros enemigos. Mirabeau
descubrió en la Asamblea Nacional que la fama da Luis XIV se
debía en buena parte a los 3.414.297 francos (calculados al tipo
de 52 francos el marco de plata) que distribuyó entre escritores
extranjeros para que pregonasen sus méritos. Luis XIV fue
seguramente el enemigo más obstinado y cruel que jamás tuvo
España. Al mismo tiempo que colocaba a su nieto en el trono de
Madrid decía secretamente a su heredero en sus
"Instrucciones al Delfín": "El estado de las dos
coronas de Francia y España se halla de tal modo unido que no
puede que no puede elevarse la una sin que cause perjuicio a la
otra". De otra parte explicaba a su hijo la razón de haber
auxiliado a Portugal, después de haberse comprometido con
España a no hacerlo, diciendo que: "Dispensándose de
cumplir a la letra los tratados, no se contraviene a ellos en
sentido riguroso". La tesis de Luis XIV es falsa. A España
no le perjudica que Francia sea fuerte. Lo que le dañaría es
que fuera tan débil y atrasada como Marruecos. Ni Francia ha
perdido nada por la pujanza de Italia, ni tampoco se debilitaría
con el poder de España. Pero todavía Donoso Cortés tuvo que
contestar a un publicista francés que aseguraba que el interés
de Francia consistía en que España no saliera de su impotencia,
para no tener que atender al Pirineo en caso de pelear con
Alemania.
Ello es exagerado, y todo lo exagerado es insignificante, decía
Talleyrand. Si no hubiera más política internacional que
debilitar al vecino, como afirmaba Thiers, bien pronto
desaparecería toda política, porque los vecinos se
confabularían contra la nación que la emprendiera, y el mundo
se descompondría en la guerra de todos contra todos. La defensa
de la patria no excluye, sino que requiere, el respeto de los
derechos de las otras patrias. Pero la apologética no es
exagerada sino cuando se hace exageradamente. Es tan esencial a
las instituciones del Estado y a los valores de la nación como a
la vida de la Iglesia. Si no se sostiene, caen las instituciones
y perecen los pueblos. Es más importante que los mismos
ejércitos, porque con las cabezas se manejan las espadas, y no a
la inversa. Esto que aquí inició la "Acción
Española", que es la defensa de valores de nuestra
tradición, es lo que ha debido ser, en estos dos siglos, el
principal empeño del Estado, no sólo en España, sino en todos
los países hispánicos. Desgraciadamente no lo ha sido. No
defendimos lo suficiente nuestro ser. Y ahora estamos a merced de
los vientos.*
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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