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Las misiones guaraníes
Ejemplos de lo que se puede
emprender con este espíritu nos lo ofrece la Compañía de
Jesús en las misiones guaraníes. Empezaron en 1609, muriendo
mártires algunos de los Padres. Los guaraníes eran tribus
guerreras, indómitas; avecindadas en las márgenes de grandes
ríos que suelen cambiar su cauce de año en año; vivían de la
caza y de la pesca, y si hacían algún sembrado, apenas se
cuidaban de cosecharlos; cuando una mujer guaraní necesitaba un
poco de algodón, lo cogía de las plantas y dejaba que el resto
se pudriese en ellas; ignoraban la propiedad; ignoraban también
la familia monogámica; vivían en un estado de promiscuidad
sexual; practicaban el canibalismo, no solamente por cólera,
cuando hacían prisioneros en la guerra, sino también por gula;
tenían sus cualidades: eran valientes, pero su valor les llevaba
a la crueldad; eran generosos, pero una generosidad sin
previsión; querían a sus hijos, pero este cariño les hacía
permitirles toda clase de excesos sin reprenderlos nunca... Allí
entraron los jesuitas sin ayuda militar, aunque en misión de los
reyes, que habían ya trazado el cuadro jurídico a que tenía
que ajustarse la obra misionera.
Nunca hombres blancos habían cruzado anteriormente la inmensidad
de la selva paraguaya y cuenta el P. Hernández, que al navegar
en canoa por aquellos ríos, en aquellas enormes soledades, más
de una vez tañían la flauta para encontrar ánimos con que
proseguir su tarea llena de tantos peligros y de tantas
privaciones. Y los indios les seguían, escuchándoles, desde las
orillas. Pero había algo en los guaraníes capaz de hacerles
comprender que aquellos Padres estaban sufriendo penalidades, se
sacrificaban por ellos, habían abandonado su patria y su familia
y todas las esperanzas de la vida terrena, sencillamente para
realizar su obra de bondad, y poco a poco se fue trabando una
relación de cariño recíproco entre los doctrineros y los
adoctrinados.
El caso es que a mediados del siglo XVIII aquellos pobres
guaraníes habían llegado a conocer y gozar la propiedad,
vivían en casas tan limpias y espaciosas como las de cualquier
otro pueblo de América; tenían templos magníficos, amaban a
sus jesuitas tan profundamente, que no aceptaban un castigo de
ellos sin besarles la mano arrodillados, y darles las gracias;
acudieron animosos a la defensa del imperio español contra las
invasiones e irrupciones paulistas, del Brasil; contribuyeron con
su trabajo y esfuerzo en la erección de los principales
monumentos de Buenos Aires, entre otros la misma Catedral
actual... Y solamente por la mentira, hija del odio, fue posible
que abandonaran a los Padres.
Ello fue cuando aquella Internacional Patricia, de que ha hablado
mi llorado amigo D. Ramón de Basterra, se apoderó de varias
Cortes europeas y decidió la extinción de la Compañía de
Jesús, como primer paso para aplastar "la infame".
Esta Internacional Patricia envió a Buenos Aires a un gobernador
llamado Francisco Bucareli, totalmente identificado con sus
principios. Bucareli temió que los indios impidieran que los
jesuitas se marcharan el día de aplicar la orden de expulsión
de la Compañía, que ya llevaba consigo, y para poder ejecutarla
sin tropiezo tuvo la ocurrencia de hacer que los mismos Padres
Jesuitas le enviaran inocentemente a Buenos Aires varios caciques
y cacicas, y lo primero que hizo con ellos fue vestirlos con los
trajes de los hidalgos del siglo XVIII, bastante historiados en
aquel tiempo, lo mismo en España que en París, y decirles que
ellos eran tan grandes señores como él mismo, y los demás
gobernadores y los obispos, los sentó en su mesa, les hizo oír
con él misa en la Catedral, les convenció de que no debían
dejarse gobernar por los jesuitas. Y de esta manera consiguió
que aquellos pobres incautos indios perdieran el respeto y el
cariño que habían tenido a los Padres. Por otra parte, las
precauciones de Bucareli eran inútiles, porque los jesuitas
aceptaron la orden de salir de los dominios españoles con la
impavidez, con la resignación, con la fuerza de voluntad que ha
caracterizado a la Orden en todo tiempo. El lenguaje que empleó
Bucareli con los indios, era el mismo, en el fondo, con que la
serpiente indujo a Eva a comer de la fruta del árbol prohibido:
"Eritis sicut dii" :Seréis como dioses. Si abandonáis
a los Padres Jesuitas, seréis iguales a ellos o más grandes
aún.
Durante algunos años, en efecto, como a los Jesuitas sucedieron
los Franciscanos, no menos heroicos que ellos, las Doctrinas
continuaron, aunque, naturalmente, no tan bien como antes, porque
los nuevos Padres eran primerizos en aquellos territorios y no
conocían a sus indios; pero después faltó también a los
Franciscanos la protección de las autoridades nuestras,
contaminadas de furor masónico. El resultado es que al cabo de
treinta años, las doctrinas desaparecieron, los indios volvieron
al bosque, los templos construidos se cayeron, las casas de los
indígenas se vinieron abajo y el número de aquellas pobres
gentes disminuyó rápidamente, porque se vieron obligadas a
luchar inermes contra la feroz Naturaleza, que acabó por
consumirlos. Tal es el fruto de las palabras del diablo para los
que las creen.*
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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