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La acción de los Reyes
Ahora bien, al realizar esta
función no hacían las Ordenes Religiosas sino cumplir las
órdenes expresas de los Reyes. En 1534, por ejemplo, al conceder
Carlos V la capitulación por las tierras del Río de la Plata a
D. Pedro de Mendoza, estatuía terminantemente que Mendoza había
de llevar consigo a religiosos y personas eclesiásticas, de los
cuales se había de valer para todos sus avances; no había de
ejecutar acción ninguna que no mereciera previamente la
aprobación de estos eclesiásticos y religiosos, y cuatro o
cinco veces insiste la capitulación en que solamente en el caso
de que se atuviera a estas instrucciones, le concedía derecho
sobre aquellas tierras; pero que, de no atenerse a ellas, no se
lo concedía.
Los términos de esta capitulación de 1534 son después
mantenidos y repetidos por todos los Monarcas de la Casa de
Austria y los dos primeros Borbones. No concedían tampoco
tierras en América como no fuera con la condición expresa y
terminante de contribuir a la catequesis de los indios,
tratándolos de la mejor manera posible. Y así se logró que los
mismos encomenderos, no obstante su codicia de hombres
expatriados y en busca de fortuna, se convirtieran realmente en
misioneros, puesto que a la caída de la tarde reunían a los
indios bajo la Cruz del pueblo y les adoctrinaban. Y ahí estaban
las Ordenes Religiosas para obligarles a atenerse a las
condiciones de los Reyes y respetar el testamento de Isabel la
Católica y la Bula de Alejandro VI, que no se cansaron de
recordar en sus sermones, en cuantos siglos se mantuvo la
dominación española en América.
La eficacia, naturalmente, de esta acción civilizadora,
dependía de la perfecta compenetración entre los dos poderes:
el temporal y el espiritual; compenetración que no tiene ejemplo
en la Historia y que es la originalidad característica de
España ante el resto del mundo.
El militar español en América tenía conciencia de que su
función esencial e importante, era primera solamente en el orden
del tiempo; pero que la acción fundamental era la del misionero
que catequizaba a los indios. De otra parte, el misionero sabía
que el soldado y el virrey y el oidor y el alto funcionario, no
perseguían otros fines que los que él mismo buscaba. Y, en su
consecuencia, había una perfecta compenetración entre las dos
clases de autoridades, las eclesiásticas y las civiles y las
militares, como no se han dado en país alguno. El P. Astrain, en
su magnífica Historia de la Compañía de Jesús, describe en
pocas líneas esta compaginación de autoridades:
"Al lado de Hernán Cortés, de Pizarro, y de otros
capitanes de cuentas, iba el sacerdote católico, ordinariamente
religioso, para convertir al Evangelio los infieles, que el
militar subyugaba a España, y cuando los bárbaros atentaban
contra la vida del misionero, allí estaba el capitán español
para defenderle y para escarmentar a los agresores."
Y de lo que era el fundamento de esta compenetración nos da idea
un agustino, el P. Vélez, cuando hablando de Fr. Luis de León
nos dice, con relación a la Inquisición:
"Para justificar y valorar adecuadamente la Inquisición
española, hay que tener en cuenta, ante todo, las propiedades de
su carácter nacional, especialmente la unión íntima de la
Iglesia y del Estado en España durante los siglos XVI y XVII,
hasta el punto de ser un estado teocrático, siendo la ortodoxia
deber y ley de todo ciudadano, como cualquier prescripción
civil."
Pues bien, este Estado teocrático -el más ignorante, el más
supersticioso, el más inhábil y torpe, según el juicio de la
Prensa revolucionaria- acaba por lograr lo que ningún otro
pueblo civilizador ha conseguido, ni Inglaterra con sus hindús,
ni Francia con sus árabes, ni Holanda con sus malayos en las
islas de Malasia, ni los Estados Unidos con sus negros e indios
aborígenes: asimilarse a su propia civilización cuantas razas
de color sometió. Y es que en ningún otro país ha vuelto ha
producirse una coordinación tan perfecta de los poderes
religioso y temporal, y no se ha producido por una falta de una
unidad religiosa, en que los Gobiernos tuvieran que inspirarse.
Estas cosas no son agua pasada, sino un ejemplo y la guía en que
ha de inspirarse el porvenir. Pueblos tan laboriosos y sutiles
como los de Asia y tan llenos de vida como los de Africa, no han
de contentarse eternamente con su inferioridad actual. Pronto
habrá que elegir entre que sean nuestros hermanos o nuestros
amos, y si la Humanidad ha de llegar a constituir una sola
familia, como debemos querer y desear y éste es el fin hacia el
cual pudieran converger los movimientos sociales y históricos
más pujantes y heterogéneos, será preciso que los Estado
lleguen a realizar dentro de sí, combinando el poder religioso
con el temporal, al influjo de este ideal universalista, una
unidad parecida a la que alcanzó entonces España, porque sólo
con esta coordenación de los poderes se podrá sacar de su
miseria a los pueblos innumerables de Asia y corregir la vanidad
torpe y el aislamiento de las razas nórdicas, por lo que el
ejemplo clásico de España no ha de ser meramente un
espectáculo de ruinas, como el de Babilonia o Nínive, sino el
guión y el modelo del cual han de aprender todos los pueblos de
la tierra.*
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
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