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Resumen Final del asunto
Hay, en resumen, tres posibles
sentidos del hombre. El de los que dicen que ellos son los
buenos, por estarles vinculadas la bondad en alguna forma de la
divina gracia; y es el de los pueblos o individuos que se
atribuyen misiones exclusivas y exclusivos privilegios en el
mundo. Esta es la posición aristocrática y particularista. Hay,
también, la actitud niveladora de los que dicen que no hay
buenos ni malos, porque no existe moral absoluta y lo bueno para
el burgués es malo para el obrero, por lo que han de suprimirse
las diferencias de clases y fronteras para que sean iguales los
hombres. Es la posición igualitaria y universalista, pero
desvalorizadora. Y hay, por último, la posición ecuménica de
los pueblos hispánicos, que dice a la humanidad entera que todos
los hombres pueden ser buenos y no necesitan para ello sino creer
en el bien y realizarlo. Esta fue la idea española del siglo
XVI. Al tiempo que la proclamábamos en Trento y que peleábamos
por ella en toda Europa, las naves españolas daban por primera
vez la vuelta al mundo para poder anunciar la buena nueva a los
hombres del Asia, del Africa y de América.
Y así puede decirse que la misión histórica de los pueblos
hispánicos consiste en enseñar a todos los hombres de la tierra
que si quieren pueden salvarse, y que su elevación no depende
sino de su fe y su voluntad.
Ello explica también nuestros descuidos. El hombre que se dice
que si quiere una cosa, la realizará, cae también fácilmente
en la debilidad de no quererla, en la esperanza de que se le
antoje cualquier día. Esta es la perenne tentación que han de
vencer los pueblos nuestros. No parecemos darnos cuenta de que el
tiempo perdido es irreparable, por lo menos en este mundo
nuestro, en que la vida del hombre ésta medida con tan estrecho
compás. Solemos dejar pasar los años, como si dispusiéramos de
siglos para arrepentirnos y enmendarnos. Y a fuerza de querer
matar el tiempo nos quedamos atrás y el tiempo es quién nos
mata.
Porque el mundo, entonces, se nos echa encima. Nadie nos cree
cuando decimos que podemos, pero que no queremos. El poder se
demuestra en el hacer. La potencialidad que no se actualiza no
convence a nadie. La rechifla de los demás se nos entra en el
alma y los más sensitivos de entre nosotros mismos, que por
esencial convencimiento nunca nos creímos superiores, acabamos
por creernos inferiores al compartir las críticas de los demás
respecto de nosotros. Esta es nuestra historia de los dos siglos
últimos. Si logramos salir de este período de depresión del
ánimo será, en primer término, porque nuestro pueblo no
compartió nunca el escepticismo de los intelectuales, y,
además, porque la misma cultura nos revela que nuestra labor en
lo pasado no en inferior a la de ningún otro pueblo de la
tierra.
En estos años nos está descubriendo el estudio del siglo XVI un
espíritu ecuménico que no se sospechaba entre las gentes
cultas. Nada es más revelador a este respecto que el entusiasmo
con que un hombre de cultura moderna, como el profesor Barcia
Trelles, encuentra en el Padre Vitoria y en Francisco Suárez las
verdaderas fuentes del Derecho Internacional contemporáneo.
Estamos descubriendo la quinta esencia de nuestro Siglo de Oro.
Podemos ya definirla como nuestra creencia en la posibilidad de
salvación de todos los hombres de la tierra. De ella nacía el
impetuoso anhelo de ir a comunicársela. En esa creencia vemos
también ahora la piedra fundamental del progreso humano, porque
los hombres no alzarán los pies del polvo si no empiezan por
creerlo posible.
Esta creencia es el tesoro que llevan al mundo los pueblos
hispánicos. Sólo que ella se funda en otra creencia antecedente
y fundamental, sobre la cual ha de entenderse previamente las
inteligencias directoras de los pueblos hispánicos, y de ella se
deriva una consecuencia: la de que el mundo no creerá en el
valor de nuestro tesoro si no lo demostramos con nuestras obras.
De la creencia antecedente y de la consecuencia práctica hemos
de tratar, pero estoy persuadido de que el descubrimiento de la
creencia nuestra en las posibilidades superiores de todos los
hombres, ha de empujarnos a realizarlas en nosotros mismos, para
ejemplo probatorio de la verdad de nuestra fe, y que la lección,
que dimos ya en nuestro gran siglo, volveremos a darla para
gloria de Dios y satisfacción de nuestros históricos anhelos. *
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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