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Nuestro humanismo en la historia
Esto no es solamente un
supuesto. Cuando Alonso de Ojeda desembarcó en las Antillas, en
1509, pudo haber dicho a los indios que los hidalgos leonenses
eran de una raza superior. Lo que les dijo textualmente fue esto:
"Dios Nuestro Señor, que es único y eterno, creó el cielo
y la tierra y un hombre y una mujer, de los cuales vosotros, yo y
todos los hombres que han sido y serán en el mundo,
descendemos". El ejemplo de Ojeda los siguen después los
españoles diseminados por las tierras de América: reúnen por
la tarde a los indios, como una madre a sus hijuelos, bajo la
cruz del pueblo, les hacen juntar las manos y elevar el corazón
a Dios.
Y es verdad que los abusos fueron muchos y grandes, pero ninguna
legislación colonial extranjera es comparable a nuestras leyes
de Indias. Por ellas se prohibió la esclavitud, se proclamó la
libertad de los indios, se les prohibió hacerse la guerra, se
les brindó la amistad de los españoles, se reglamentó el
régimen de Encomienda para castigar los abusos de los
encomenderos, se estatuyó la instrucción y adoctrinamiento de
los indios como principal fin e intento de los Reyes de España,
se prescribió que las conversiones se hiciesen voluntariamente y
se transformó la conquista de América en difusión del
espíritu cristiano.
Y tan arraigado está entre nosotros este sentido de
universalidad, que hemos instituido la fecha del 12 de octubre,
que es la fecha del descubrimiento de América, para celebrar el
momento en que se inició la comunidad de todos los pueblos:
blancos, negros, indios, malayos o mestizos que hablan nuestra
lengua y profesan nuestra fe. Y la hemos llamado "Fiesta de
la Raza", a pesar de la obvia impropiedad de la palabra,
nosotros que nunca sentimos el orgullo del color de la piel,
precisamente para proclamar ante el mundo que la raza, para
nosotros, está constituida por el habla y la fe, que son
espíritu, y no por las oscuridades protoplásmicas.
Los españoles no nos hemos creído nunca pueblo superior.
Nuestro ideal ha sido siempre trascendente a nosotros. Lo que
hemos creído superior es nuestro credo en la igualdad esencial
de los hombres. Desconfiados de los hombres, seguros del credo,
por eso fuimos también siempre institucionistas. Hemos sido una
nación de fundadores. No sólo son de origen español las
órdenes religiosas más poderosas de la Iglesia, sino que el
español no aspira sino a crear instituciones que estimulen al
hombre a realizar lo que cada uno lleva de bondad potencial. El
ideal supremo del español en América es fundar un poblado en el
desierto e inducir a las gentes a venir a habitarle. La misma
Monarquía española, en sus tiempos mejores, es ejemplo eminente
de este espíritu institucional en que el fundador no se propone
meramente su bien propio, sino el de todos los hombres. El gran
Arias Montano, contemporáneo de Felipe II, define de esta suerte
la misión que su Soberano realiza:
"La persona principal, entre todos los Príncipes de la
tierra que por experiencia y confesión de todo el mundo tiene
Dios puesta para sustentación y defensa de la Iglesia Católica
es el Rey Don Philipo, nuestro señor, porque él solo,
francamente, como se ve claro, defiende este partido, y todos los
otros príncipes que a él se allegan y lo defienden hoy, lo
hacen o con sombra y arrimo de S.M o con respeto que le tienen: y
esto no sólo es parecer mío, sino cosa manifiesta, por lo cual
lo afirmo, y por haberlo así oído platicar y afirmar en Italia,
Francia, Irlanda, Inglaterra, Flandes y la parte de Alemania que
he andado..."
Ni por un momento se le ocurre a Arias Montano pedir a su Monarca
que renuncie a su política católica o universalista, para
dedicarse exclusivamente a los intereses de su reino, aunque esto
es lo que hacen otras monarquías católicas de su tiempo, al
concertar alianzas con soberanos protestantes o mahometanos. El
poderío supremo que España poseía en aquella época se dedica
a una causa universal, sin que los españoles se crean por ello
un pueblo superior y elegido, como Israel o como el Islam, aunque
sabían perfectamente que estaban peleando las batallas de Dios.
Es característica esta ausencia de nacionalismo religioso en
España. Nunca hemos tratado de separar la Iglesia española de
la universal. Al contrario, nuestra acción en el mundo religioso
ha sido siempre luchar contra los movimientos secesionistas y
contra todas las pretensiones de gracias especiales. Ese fue el
pensamiento de nuestros teólogos en Trento y de nuestros
ejércitos en la Contrarreforma. Y este es también el
sentimiento más constante de los pueblos hispánicos, y no sólo
en sus períodos de fe, sino también en los de escepticismo. El
llamamiento de la República Argentina a todos los hombres, para
que pueblen las soledades de la tierra de América, se inspira
también en este espíritu ecuménico. Lo que viene a decir es
que el llamamiento lo hacen hombres que no se creen de raza
superior a la de los que vengan. A todos se dirige la palabra de
llamamiento: "Sto ad ostium, et pulso". (Estoy en el
umbral y llamo). Y también a todas las profesiones. No sólo
hacen falta sacerdotes y soldados, sino agricultores y letrados,
industriales y comerciantes. Lo que importa es que cada uno
cumpla con su función en el convencimiento de que Dios le mira.
Es posible que los padecimientos de España se deban, en buena
parte, a haberse ocupado demasiado de los demás pueblos y
demasiado poco de sí misma. Ello revelaría que ha cometido, por
omisión, el error de olvidarse de que también ella forma parte
del todo y que lo absoluto no consiste en prescindir de la tierra
para ir al cielo, sino en juntar los dos, para reinar en la
creación y gozar del cielo. Sólo que esto lo ha sabido siempre
el español, con su concepto del hombre como algo colocado entre
el cielo y la tierra e infinitamente superior a todas las otras
criaturas físicas. En los tiempos de escepticismo y decaimiento,
le queda al español la convicción consoladora de no ser
inferior a ningún otro hombre. Pero hay otros tiempos en que oye
el llamamiento de lo alto y entonces se levanta del suelo, no
para mirar de arriba a abajo a los demás, sino para mostrar a
todos la luz sobrenatural que ilumina a cuantos hombres han
venido a este mundo. *
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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