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El humanismo materialista
Hay también un humanismo que
suprime todas las esencias que venían considerándose superiores
al hombre, como el bien y la verdad, por no ver en ellas sino
palabras hueras, aunque no inofensivas, porque son, según
piensa, los pretextos que han servido para justificar el
ascendiente de unas clases sociales sobre otras. Frente a las
jerarquías tradicionales proclama este humanismo la divisa
revolucionaria: borrón y cuenta nueva. Se propone establecer la
igualdad de los hombres en la tierra, en lo que se parece al
humanismo español, pero con una diferencia. Los españoles
quisiéramos, dentro de lo posible y conveniente, la igualdad de
los hombres, porque creemos en la igualdad esencial de las almas.
Estos humanistas, al contrario, postulan la igualdad esencial de
los cuerpos. Puesto que rige una misma fisiología para todos los
hombres, puesto que todos se nutren, crecen, se reproducen y
mueren, ¿por qué no crear una sociedad en que las diferencias
sociales sean suprimidas inexorablemente, en que se trate a todos
los hombres de la misma manera, todo sea de todos, trabajen todos
para todos y cada uno reciba su ración de la comunidad?
Ahora sabemos, con el saber positivo de la experiencia
histórica, que ese sueño comunista no ha podido realizarse. La
desigualdad es esencial en la vida del hombre: no hay más rasero
nivelador que el de la muerte. El hombre no es un borrego, cuya
alma pueda suprimirse para que viva contento con el rebaño. El
campesino no se contenta con poseer y trabajar la tierra en
común con los otros campesinos, sino que se aferra a su ideal
antiguo de poseerla en una parcela que le pertenezca. Tampoco el
obrero de la ciudad se presta gustoso a trabajar con interés en
talleres nacionales, donde no se pague su labor en proporción a
lo que valga, ni aunque se declare el trabajo obligatorio y se
introduzcan las bayonetas en las fábricas para restablecer la
disciplina. Al cabo de las experiencias infructuosas el fundador
del comunismo exclamó un día: " ¡Basta de socialistas!
¡Vengan especialistas!", y entonces se produjo el
espectáculo de que un gobierno comunista, que abolió el
capitalismo como enemigo del género humano, ofreciese las
riquezas de su patria a los capitalistas extranjeros, como
únicos capaces de explotarlas, y que estos capitalistas, salvo
excepciones vergonzosas, rechazaran la oferta, porque un gobierno
que había abolido la propiedad privada no podía brindar a otros
propietarios las garantías necesarias.
Y así ese gobierno tendrá que ser una sombra que viva de las
riquezas creadas en el pasado, bajo un régimen de propiedad
individual, y de las que continúe creando o conservando el
espíritu de propiedad de los campesinos, que la experiencia
comunista no se habrá atrevido a desafiar, u organizando la
producción en un Estado servil, a base de capitalismo de Estado
y de trabajo obligatorio, que es un retorno al despotismo y a la
esclavitud, como ya lo había profetizado Hilario Belloc, en
1912, al publicar El Estado Servil bajo el apotegma de que:
"Si no restauramos la Institución de la Propiedad tendremos
que restaurar la Institución de la esclavitud: no hay un tercer
camino". La razón del fracaso comunista es obvia. La
economía no es una actividad animal o fisiológica, sino
espiritual. El hombre no se dedica a hacer dinero para comer
cinco comidas diarias, porque sabe que no podría digerirlas,
sino para alcanzar el reconocimiento y la estimación de sus
conciudadanos. La economía es un valor espiritual, y en un
régimen donde todas las actividades del espíritu están
menospreciadas, decae fatalmente, hasta extinguirse, el bienestar
del pueblo.
Cuentan los viajeros veraces que en Rusia no se ríe. La razón
de ello es clara. En una sociedad donde se quiera suprimir el
alma humana es imposible que se ría mucho. Inevitablemente se
rebelará el alma contra el régimen que quiera suprimirla; el
alma antes que el cuerpo, por mucha hambre y frío y ejecuciones
capitales que la carne padezca. Cuando no puedan sublevarse, las
almas se reunirán para rezar. El amor de los jóvenes no se
dejará tampoco reducir a pura fisiología, sino que pedirá
versos y flores e ilusión. Lo que las bocas digan primero a los
oídos, lo proclamarán a grito herido en cuanto puedan. Y
entonces se considerará este intento de suprimir el alma como lo
que es en realidad: una segunda caída de Adán, una caída en la
animalidad, y no es la ciencia del bien y del mal. La humanidad
entera, por lo menos, lo mejor de la humanidad, se avergonzará
del triste episodio, como reconociendo que todos habremos tenido
alguna culpa en su posibilidad. Lo peor es que no se trata
meramente de agua pasada que no mueve molino. Todavía hay muchas
gentes que no quieren creer que pueda fracasar una organización
social estatuída sobre la base de una negociación niveladora de
las diferencias de valor. Durante más de un siglo se ha soñado
en el mundo que el socialismo mejoraría la condición de los
trabajadores. No la mejora, pero hay muchos cientos de miles de
almas que no querrán verlo, hasta que no hayan sustituido por
algún otro su frustrado sueño.
De otra parte, aunque la condición de los desposeídos no haya
mejorado, no todo ha sido en vano, porque, los antiguos rencores
se han saciado, la tortilla se ha vuelto y los que estaban abajo
están encima. Todos los hombres desean mejorar de condición,
ganar más dinero y disfrutar de más comodidades. Esta ambición
es síntoma de lo que hay en el hombre de divino, que sólo con
el infinito se contenta. Pero hay también muchos que se
preocupan, sobre todo, de mejorar su situación relativa. Más
que estar bien o mal, lo que les importa es encontrarse mejor que
el vecino. Si éste se halla ciego, no tienen pesar en verse
tuertos. Este aspecto de la naturaleza humana es el que incita a
las revoluciones niveladoras. Pensad en el agitador que pasa de
la cárcel o de la emigración a ser dueño de vidas y haciendas.
¿Qué le importan las privaciones ocasionales y la miseria del
país, si su voluntad es ley y los antiguos burgueses y
aristócratas tienen que hacer lo que les mande? *
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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