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XXIV Resuélvese una objeción a primera vista grave contra la doctrina de los dos capítulos precedentes.
Dificultad, a primera vista gravísima,
puede al parecer oponerse por nuestros contrarios a la doctrina
que en los anteriores capítulos acabamos de sentar. Nos conviene
dejar de esos escrúpulos (o lo que fueren) limpio y
desembarazado nuestro camino.
El Papa, dicen, es cierto, ha recomendado diferentes veces a los
periódicos católicos la templanza y moderación en las formas
de la polémica, la observancia de la caridad, el huir las
maneras agresivas, los epítetos denigrantes y las injuriosas
personalidades. Y esto dirán ahora, es lo diametralmente opuesto
a cuanto acabáis de exponer.
Vamos a demostrar que no hay contradicción ¡válganos Dios
entre estas nuestras indicaciones y los sabios consejos del Papa.
Y no nos costará, por fortuna, ponerlo patente.
En efecto: ¿a quién se ha dirigido el Papa en esas sus
repetidas exhortaciones? Siempre a la prensa católica, siempre a
los periodistas católicos, siempre suponiendo que lo son. De
consiguiente, es evidente que al dar tales consejos de
moderación y templanza, los refirió a católicos que trataban
con otros católicos cuestiones libres entre ellos; no a
católicos que sostenían contra anticatólicos declarados el
recio combate de la fe.
Es evidente que no aludió a las incesantes batallas entre
católicos y liberales; que por lo mismo que el Catolicismo es la
verdad y el Liberalismo la herejía, han de reputarse en buena
lógica batallas entre católicos y herejes. Es evidente que
quiso se entendiesen sus consejos sólo en relación con nuestras
disidencias de familia, que no pocas son por desgracia, y que no
pretendió que con los eternos enemigos de la Iglesia y de la fe
luchásemos nosotros con armas sin filo y sin punta, usadas sólo
en justas y torneos. De consiguiente, no hay oposición entre la
doctrina sentada por nosotros y la que contienen los aludidos
Breves y Alocuciones de Su Santidad Porque la oposición en buena
lógica debe ser ejusdem, de eodem el secundum idem. Y aquí nada
de esto tiene lugar.
¿Y cómo podría la palabra del Papa interpretarse rectamente de
otra manera? Es regla de sana hermenéutica que un texto de las
Sagradas Letras debe interpretarse en sentido literal, cuando a
este sentido no se opone el restante contexto de los Libros
Santos; acudiendo al sentido libre o figurado cuando aparece
dicha oposición. Análogo es lo que podemos establecer al tratar
de la interpretación de los documentos pontificios.
¿Puede suponerse al Papa en contradicción con toda la
tradición católica desde Jesucristo hasta nuestros días?
¿Pueden creerse condenados de una plumada el estilo y manera de
los más insignes apologistas y controverstista de la Iglesia,
desde San Pablo hasta San Francisco de Sales? Es evidente que no.
Y es evidente que así sería, si debiesen entenderse tales
consejos de moderación y de templanza en el sentido en que (para
su conveniencia particular) los interpreta el criterio liberal.
Es, pues, sólo admisible conclusión la de que el Papa, al dar
tales consejos (que para todo buen católico deben ser preceptos)
intentó referirse, no a las polémicas entre católicos y
enemigos del Catolicismo, como son los liberales, sino a la de
los buenos católicos en sus disidencias y diferencias entre sí.
No, no puede ser de otra manera, y lo dice el mismo sentido
común. Nunca en batalla alguna les encargó el capitán a sus
soldados que no hiriesen demasiado al adversario; nunca les
recomendó blandura con él; nunca halagos y consideraciones. La
guerra es guerra; y nunca se hizo de otra manera que ofendiendo.
Sospecha lleva de ser traidor el que en el fragor del combate
anda gritando entre las filas de los leales: "¡Cuidado con
que no se disguste el enemigo! ¡no tirarle demasiado al
corazón!"
Pero ¿qué más? El mismo Papa Pío IX nos dio por sí propio la
interpretación auténtica de aquellas palabras, y mostró de
qué manera aquellos consejos de templanza y moderación deben
aplicarse. A los sectarios de la Comuna llamó en una ocasión
solemnísima demonios, y a los del Catolicismo-liberal llamo
peores que esos demonios. Esta frase dio la vuelta al mundo, y
salida de los labios mansísimos del Papa, quedóle grabada en la
frente al Liberalismo como estigma de eterna execración.
¿Quién, después de ella. temerá excederse en la dureza de los
calificativos?
Y las mismas palabras de la Encíclica Cum multa, de que tanto ha
abusado contra los más firmes católicos la impiedad liberal,
aquellas mismas palabras en que nuestro Santísimo Padre León
XIII encarga a los escritores católicos que "las disputas
en defensa de los sagrados derechos de la Iglesia no se logran
con altercados, sino con moderación y templanza, de suerte que
dé al escritor la victoria en la contienda, más bien el peso de
las razones que la violencia y aspereza del estilo, es evidente
que no pueden entenderse más que de las polémicas entre
católicos y católicos sobre el mejor modo de servir a su causa
común, no a las polémicas entre católicos y enemigos
declarados del Catolicismo, cuales son los sectarios formales y
conscientes del Liberalismo.
Y la prueba está al ojo con sólo mirar el contexto de la
referida preciosísima Encíclica.
El Papa acaba de exhortar a que se mantengan unidas las
Asociaciones y los individuos católicos. Y después de ponderar
las ventajas de esta unión, señala como media principalísimo
para conservarla esta moderación y templanza en el estilo que
acabamos de indicar.
He aquí deducido de esto un argumento que no tiene
contestación.
El Papa recomienda la suavidad del estilo a los escritores
catóIicos para que les ayude a conservar la paz y la mutua
unión. Es así que esta paz y mutua unión sólo debe quererla
el Papa entre católicos y católicos, y no entre católicos y
enemigos del Catolicismo. Luego la suavidad y moderación que
recomienda el Papa a los escritores sólo se refiere a las
polémicas de los católicos entre sí, nunca a las que debe
haber entre católicos y sectarios del error liberal. Más claro.
Esta moderación y templanza la ordena el Papa como medio para el
fin de aquella unión. Aquel media debe, de consiguiente,
caracterizarse por este fin al que se ordena. Es así que este
fin es puramente la unión entre católicos, nunca (quia
absurdum) entre católicos y enemigos del Catolicismo. Luego
tampoco debe entenderse aplicada a otra esfera aquella
moderación.