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La obra de España, obra del catolicismo.
Yo debiera demostraros ahora
que la obra de España fue, antes que todo, obra de catolicismo.
No es necesario. Aquí ésta el hecho, colosal. Al siglo de
empezada la conquista, América era virtualmente cristiana. La
cruz señoreaba, con el pendón de Castilla, las vastísimas
regiones que se extienden de Méjico a la Patagonia; cesaban los
sacrificios humanos y las supersticiones horrendas; templos
magníficos cobijaban bajo sus bóvedas a aquellos pueblos, antes
bárbaros y germinaban en nuevos y dilatados países las virtudes
del Evangelio. Jesucristo había triplicado su reino en la
tierra.
Porque España fue un Estado misionero antes que conquistador. Si
utilizó la espada fue para que, sin violencia, pasara triunfante
la cruz. La tónica de la conquista la daba Isabel la Católica
cuando a la hora de su muerte dictaba al escribano real estas
palabras: "Nuestra principal intención fue de procurar
atraer a los pueblos dellas (de las Indias) e los convertir a
nuestra sancta fe cathólica." La daba Carlos V cuando, al
despedir a los prelados de Panamá y Cartagena les decía:
"Mirad que os he echado a aquellas ánimas a cuestas; parad
mientes que deis cuenta dellas a Dios, y me descarguéis a
mí." La dieron todos los monarcas en frases que suscribía
el más ardoroso misionero de nuestra fe. La daban las leyes de
Indias, cuyo pensamiento oscila entre estas dos grandes
preocupaciones: la enseñanza del cristianismo y la defensa de
los aborígenes.
España mandó a América lo más selecto de sus misioneros.
Franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas, acá enviaron
hombres de talla y de fama europea. Los nombres de fray Juan de
Gaona, una de las primeras glorias de la iglesia americana; de
fray Francisco de Bustamante, uno de los grandes predicadores de
su tiempo; fray Alonso de Veracruz, teólogo eminente; todos
ellos eran de alto abolengo, o por la sangre o por las letras, y
dejaban una Europa que les hubiera levantado sobre las alas de la
fama.
Los mismos conquistadores se distinguieron tanto por su genio
militar como por su alma de apóstoles. Pizarro, que funda la
ciudad de Cuzco "en acrecentamiento de nuestra sancta fe
cathólica"; Balboa, que al descubrir el Pacífico, que no
habían visto ojos de hombre blanco, desde las alturas andinas,
hinca sus rodillas y bendice a Jesucristo y a su Madre y espera
para Dios la conquista de aquellas tierras y mares; Menéndez de
Avilés, el conquistador de la Florida, que promete emplear todo
lo que fuere y tuviere "para meter el Evangelio en aquellas
tierras", y otros cien, no hicieron más que seguir el
espíritu de Colón al desembarcar, por vez primera, en San
Salvador: "Yo -dice el Almirante-, porque nos tuviera mucha
amistad, porque conocí que era gente que mejor se convertía a
nuestra santa fe con amor que no por fuerza, les di unos bonetes
colorados y unas cuentas de vidrio, que se ponían al
pescuezo."
La misma nomenclatura de ciudades y comarcas, con la que se
formaría un extenso santoral; las sumas enormes que el erario
español costaron las misiones y que el padre Bayle hace montar,
en tres siglos, a seiscientos millones de pesetas; esta devoción
profunda de América a la madre de Dios, en especial bajo la
advocación de Guadalupe, trasplantada de la diócesis de Toledo
a las Américas por los conquistadores extremeños; y -¿qué
más?- esta tenacidad con que la América española, desde
Méjico, la mártir, hasta el cabo de Hornos, sostiene la vieja
fe contra la tiranía y las sectas, por encima del huracán del
laicismo racionalista, ¿qué otra cosa es más que argumento
invicto de que la forma sustancial de la obra de España en
América fue la fe católica? Arrancadla de España y América, y
no digo que nos quedamos sin la llave de nuestra historia, acá y
allá, sino que nos falta hasta el secreto del descubrimiento del
Nuevo Mundo, que arrancó de los ignotos mares España, misionera
antes que conquistadora, en el pensamiento político del Estado.
Y faltará el secreto de la raza, de la hispanidad, que o es
palabra vacía o es la síntesis de todos los valores
espirituales que, con el catolicismo, forman el patrimonio de los
pueblos hispanoamericanos.
América es obra nuestra; esta obra es esencialmente de
catolicismo. Luego hay relación de igualdad entre raza o
hispanidad y catolicismo. Vamos a señalar las orientaciones
viables en el sentido de formación del espíritu de hispanidad.
Pero antes respondamos a algunos.
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