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Latinoamericanismo
Pero si son falsas e
inadmisibles, como acabamos de demostrar, las construcciones
doctrinales del indigenismo y del panamericanismo, no lo es menos
la tesis, más hábil, enguantada y sutil que, partiendo de una
supuesta filiación espiritual, minoriza la aportación española
a la creación de las naciones de Hispanoamérica y habla con
desenvoltura y desparpajo de América Latina.
No solo se ha intentado, por toda clase de medios, arrancar a
España la gloria del Descubrimiento de América, acotando y
aislando la figura del Almirante para centrar las ofrendas y las
conmemoraciones en torno al llamado "Día de Colon",
sino que, además, y por añadidura, quiere desconocerse el
esfuerzo, el tesón y la energía de más de trescientos años de
entrega y sacrificio. Con tal fin, se inventó la frase, hoy
vulgar y generalizada, de la América Latina, que muchos de
vosotros y de nosotros repetimos haciendo el juego a quienes con
interés y con falacia la han puesto en circulación, la han
impuesto en las organizaciones oficiales y la han vulgarizado a
través de sus medios poderosos de difusión y propaganda.
De acuerdo con su tesis, la noción de Hispanoamérica es
incomprensible, porque en la constitución espiritual de las
naciones oriundas de España, han intervenido tanto o más que
los valores españoles, los italianos y los franceses.
No es posible negar que los valores franceses e italianos, como
los alemanes, los ingleses o los eslavos, han producido un
acrecentamiento del panorama cultural de los países de
Hispanoamérica, pero negamos de una manera categórica que tales
valores hayan influido en la constitución de aquellas naciones.
Si éstas -escribe el chileno Oswaldo Lira- son cada una de
ellas, las mismas esencialmente que en los momentos de la
Independencia -cosa que ningún patriota puede poner en duda sin
renegar de si mismo-, es necesario admitir que la afluencia de
valores extranjeros no pudo tener otro alcance que el de un
prodigioso enriquecimiento adjetivo del espíritu nacional.
Los valores europeos llegaron y sus posibilidades de influjo y
asimilación se debieron a que, como afirma el peruano Alberto
Wagner de Reina las naciones americanas de origen español
habían recibido la cultura de España. Fue esta cultura, forjada
al amparo de la cruz y de las cinco declinaciones latinas la que,
al convertirse en columna medular de dichas naciones, las hizo
capaces de aprender y asimilar las otras culturas occidentales.
E1 argumento de la América Latina se vuelve así en contra de
sus defensores. Si en ella hay algo que no sea estrictamente
peninsular, algo del espíritu francés, del italiano, del
inglés o del germánico, se debe a España, que no dudo en
transferir sin reservas el tesoro de su idioma y de su bagaje
intelectual.
Hoy, esta verdad, clara y tajante, empieza a ser reconocida por
hombres ajenos a nuestro ambiente, y así Jaques de Lauwe, en su
obra LAmerique Iberique, escribe que la misma
"constituye un mundo aparte y que es mentiroso el
calificativo de Latina que se le atribuye", y Waldo Frank,
al que antes hacíamos referencia, escribe que "España esta
más próxima a América que las corrientes complejas de
París".
Por tanto, si los términos Latinoamérica y América Latina
sólo pretender con torpeza diluir el nombre español en
fórmulas amplias y genéricas que den cabida y preponderancia
-como apunta Jaime Eyzaguirre- a otras naciones, muy ilustres,
pero que estuvieron ausentes en las etapas culminantes de la
Conquista y de la Colonia, si dicha terminología supone, como
escribe Lohman, una aberración conceptual, debemos con justicia
exigir, en nombre de la historia, como pide Oswaldo Lira, y de
los principios mas elementales de la filosofía de la cultura,
que tales denominaciones son eliminadas y abolidas.
En los ambientes populares, incontaminados por los juegos del
idioma, se palpa de inmediato lo artificioso de estas
construcciones. "Vista desde Europa -dice Rodó-, -toda la
América nuestra es una sola entidad que procede históricamente
de España y que se expresa en idioma español." Y apreciada
desde dentro esta claro, como señala el argentino Enrique V.
Corominas, que, no obstante la presión artificiosa de
indigenistas, panamericanistas y latinoamericanistas, hay como
una fuerza emocional y telúrica que vincula y ata a los pueblos
de América en lo español y que los convierte en comunidades de
ciudadanos hispanoamericanos.
Toda la argumentación desemboca, pues, en el lógico e
indiscutible corolario de que la única denominación ajustada y,
a la vez, comprensiva de las naciones americanas que se
emanciparon de la Península, es precisamente la de
Hispanoamérica o Iberoamérica, bajo la cual se comprende a la
América española y a la portuguesa.
Ahora bien, si lo ibérico es algo así como la infraestructura,
lo espontáneo, lo étnico y temperamental subyacente en lo
español y portugués, y lo hispánico, en cambio, es la alta
estructura, la determinación cultural y la forma histórica de
lo español y de lo luso, resulta congruente que el vocablo más
preciso es Hispanoamérica.
Almeida Garret confirma esta tesis al decir, con harta razón:
"Somos hispanos e devemos chamar hispanos a cuantos
habitamos a peninsula hispánica". En el mismo sentido,
Ricardo Jorge dice: "Chamese Hispana a peninsula, hispano,
ao seu habitante ondequer que demore, hispanico ao que lhez diez
respeito". Y Miguel Torga, el poeta portugués de nuestro
siglo, no vacila en decir que su patria "termina en los
Pirineos".
Por su parte, el escritor brasileño Gilberto Freire escribe que
"Brasil es una nación doblemente hispánica, la nación
más hispánica del mundo por el hecho feliz de haber tenido, a
la vez, una formación española y portuguesa".
Y es que hay algo entrañable que enlaza y complementa a los dos
pueblos de la Peninsula, cantados por Camoens en la época de su
máxima extensión territorial con los versos hermosos:
"Del Tajo al Amazonas el portugués impera, de un polo al
otro el castellano yoga y ambos extremos de la terrestre esfera
dependen de Sevilla y de Lisboa.".Pero si son falsas e
inadmisibles, como acabamos de demostrar, las construcciones
doctrinales del indigenismo y del panamericanismo, no lo es menos
la tesis, más hábil, enguantada y sutil que, partiendo de una
supuesta filiación espiritual, minoriza la aportación española
a la creación de las naciones de Hispanoamérica y habla con
desenvoltura y desparpajo de América Latina.
No solo se ha intentado, por toda clase de medios, arrancar a
España la gloria del Descubrimiento de América, acotando y
aislando la figura del Almirante para centrar las ofrendas y las
conmemoraciones en torno al llamado "Día de Colon",
sino que, además, y por añadidura, quiere desconocerse el
esfuerzo, el tesón y la energía de más de trescientos años de
entrega y sacrificio. Con tal fin, se inventó la frase, hoy
vulgar y generalizada, de la América Latina, que muchos de
vosotros y de nosotros repetimos haciendo el juego a quienes con
interés y con falacia la han puesto en circulación, la han
impuesto en las organizaciones oficiales y la han vulgarizado a
través de sus medios poderosos de difusión y propaganda.
De acuerdo con su tesis, la noción de Hispanoamérica es
incomprensible, porque en la constitución espiritual de las
naciones oriundas de España, han intervenido tanto o más que
los valores españoles, los italianos y los franceses.
No es posible negar que los valores franceses e italianos, como
los alemanes, los ingleses o los eslavos, han producido un
acrecentamiento del panorama cultural de los países de
Hispanoamérica, pero negamos de una manera categórica que tales
valores hayan influido en la constitución de aquellas naciones.
Si éstas -escribe el chileno Oswaldo Lira- son cada una de
ellas, las mismas esencialmente que en los momentos de la
Independencia -cosa que ningún patriota puede poner en duda sin
renegar de si mismo-, es necesario admitir que la afluencia de
valores extranjeros no pudo tener otro alcance que el de un
prodigioso enriquecimiento adjetivo del espíritu nacional.
Los valores europeos llegaron y sus posibilidades de influjo y
asimilación se debieron a que, como afirma el peruano Alberto
Wagner de Reina las naciones americanas de origen español
habían recibido la cultura de España. Fue esta cultura, forjada
al amparo de la cruz y de las cinco declinaciones latinas la que,
al convertirse en columna medular de dichas naciones, las hizo
capaces de aprender y asimilar las otras culturas occidentales.
E1 argumento de la América Latina se vuelve así en contra de
sus defensores. Si en ella hay algo que no sea estrictamente
peninsular, algo del espíritu francés, del italiano, del
inglés o del germánico, se debe a España, que no dudo en
transferir sin reservas el tesoro de su idioma y de su bagaje
intelectual.
Hoy, esta verdad, clara y tajante, empieza a ser reconocida por
hombres ajenos a nuestro ambiente, y así Jaques de Lauwe, en su
obra LAmerique Iberique, escribe que la misma
"constituye un mundo aparte y que es mentiroso el
calificativo de Latina que se le atribuye", y Waldo Frank,
al que antes hacíamos referencia, escribe que "España esta
más próxima a América que las corrientes complejas de
París".
Por tanto, si los términos Latinoamérica y América Latina
sólo pretender con torpeza diluir el nombre español en
fórmulas amplias y genéricas que den cabida y preponderancia
-como apunta Jaime Eyzaguirre- a otras naciones, muy ilustres,
pero que estuvieron ausentes en las etapas culminantes de la
Conquista y de la Colonia, si dicha terminología supone, como
escribe Lohman, una aberración conceptual, debemos con justicia
exigir, en nombre de la historia, como pide Oswaldo Lira, y de
los principios mas elementales de la filosofía de la cultura,
que tales denominaciones son eliminadas y abolidas.
En los ambientes populares, incontaminados por los juegos del
idioma, se palpa de inmediato lo artificioso de estas
construcciones. "Vista desde Europa -dice Rodó-, -toda la
América nuestra es una sola entidad que procede históricamente
de España y que se expresa en idioma español." Y apreciada
desde dentro esta claro, como señala el argentino Enrique V.
Corominas, que, no obstante la presión artificiosa de
indigenistas, panamericanistas y latinoamericanistas, hay como
una fuerza emocional y telúrica que vincula y ata a los pueblos
de América en lo español y que los convierte en comunidades de
ciudadanos hispanoamericanos.
Toda la argumentación desemboca, pues, en el lógico e
indiscutible corolario de que la única denominación ajustada y,
a la vez, comprensiva de las naciones americanas que se
emanciparon de la Península, es precisamente la de
Hispanoamérica o Iberoamérica, bajo la cual se comprende a la
América española y a la portuguesa.
Ahora bien, si lo ibérico es algo así como la infraestructura,
lo espontáneo, lo étnico y temperamental subyacente en lo
español y portugués, y lo hispánico, en cambio, es la alta
estructura, la determinación cultural y la forma histórica de
lo español y de lo luso, resulta congruente que el vocablo más
preciso es Hispanoamérica.
Almeida Garret confirma esta tesis al decir, con harta razón:
"Somos hispanos e devemos chamar hispanos a cuantos
habitamos a peninsula hispánica". En el mismo sentido,
Ricardo Jorge dice: "Chamese Hispana a peninsula, hispano,
ao seu habitante ondequer que demore, hispanico ao que lhez diez
respeito". Y Miguel Torga, el poeta portugués de nuestro
siglo, no vacila en decir que su patria "termina en los
Pirineos".
Por su parte, el escritor brasileño Gilberto Freire escribe que
"Brasil es una nación doblemente hispánica, la nación
más hispánica del mundo por el hecho feliz de haber tenido, a
la vez, una formación española y portuguesa".
Y es que hay algo entrañable que enlaza y complementa a los dos
pueblos de la Peninsula, cantados por Camoens en la época de su
máxima extensión territorial con los versos hermosos:
"Del Tajo al Amazonas el portugués impera, de un polo al
otro el castellano yoga y ambos extremos de la terrestre esfera
dependen de Sevilla y de Lisboa.". *
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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