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El mensaje hispánico
Para llevar a termino este
ambicioso programa, la comunidad de nuestros pueblos necesita de
hombres con carisma hispánico, sabedores de que en esta empresa
son portadores de un mensaje henchido de valores éticos.
Porque la Hispanidad representa, como ha dicho García Morente,
una concepción de la vida basada en el predominio de la realidad
sobre la abstracción, en el hombre, portador de valores eternos,
diferenciado y libre, frente a un mundo de enanos que pasan con
el rostro hacia el suelo, ocultos entre la mesa del rebaño.
Para ello, los portadores del mensaje habrán de vivir con el
espíritu de entrega y desprendimiento que, como apunta el
argentino Eduardo Mallea, existe siempre en el genio hispánico
en olor de heroísmo; con impaciencia de eternidad, pero sin
olvido ni abandono de las realidades terrenas.
Porque quizá uno de nuestros fallos haya sido la interpretación
literal de algunos preceptos, con olvido de que la letra mata y
el espíritu vivifica y de que, junto a la invitación que el
Maestro nos hace a no poner el corazón allí donde el ladrón y
la polilla actúan, otro mandamiento del Génesis nos dice:
"Creced, multiplicaos y sujetad la tierra".
Por ello, cuando hemos visto a una civilización racionalista
olvidar el primer mandamiento y conseguir éxitos deslumbrantes y
aparentes con la practica exclusiva del segundo, la reacción
hispánica no puede consistir en un complejo de inferioridad para
las ciencias aplicadas y experimentales o en la cuchufleta
simpática pero inútil de Miguel de Unamuno. "¡Que
inventen ellos!, porque, como dijo don Quijote a Sancho:
"Nadie es más que otro si no hace mas que otro", y
porque aun cuando es verdad que la civilización no consiste en
conservar limpias las fachadas y hacer graciosa la alineación de
la ciudad, lo cierto es que la civilización y la cultura, la
virtud y el reino del espíritu, necesitan, en este valle de
lagrimas, el logro de un cierto y moderado bienestar."
E1 secreto del mensaje hispánico radica en hacer de la riqueza,
no fin, sino instrumento; en ordenar la economía, como quiere
Nimio de Anquim, sub specie communitatis y en supeditar ese bien
común sub specie hierarchie, a los intereses más altos de la
Cristiandad.
El hombre, investido del carisma hispánico, será así en un
mundo lleno de tinieblas, el español quijotizado que vislumbrara
Miguel de Unamuno, el caballero de la Hispanidad o el caballero
cristiano que soñaran Ramiro de Maeztu y García Morente, el que
"habrá atravesado a la fuerza por el Renacimiento, la
Reforma y la Revolución, aprendiendo, sí, de ellas, pero sin
dejarse tocar el alma, conservando la herencia espiritual de
aquellos tiempos que llaman caliginosos".
E1 hombre quijotizado, dice Lain anudando palabras de Unamuno,
empeñará su existencia en dos quehaceres, uno tocante a la vida
y atañadero el otro a la muerte. En el primero luchará a favor
de la justicia y de la verdad. ¿Tropezáis con uno que miente?
Gritadle a la cara: ¡Mentira! y ¡adelante! ¿Tropezáis con uno
que robe? Gritadle: ¡Ladrón! y ¡adelante! ¿Tropezáis con uno
que dice tonterías, a quien oye toda una muchedumbre con la boca
abierta? Gritadles: ¡Estúpidos! y ¡adelante! (Unamuno)
¡Adelante siempre! Pero no tendrá sentido alguno esta empresa
terrenal del hombre quijotizado si el no sintiera como hondo
imperativo lo que atañe a la muerte, y a la inmortalidad. Por su
propia inmortalidad lucha el hombre quijotizado: "para que
Dios le salve, para que no le deje morir del todo". Y
también pare edificar una civilización inédita en que la
pasión por la inmortalidad encienda dentro del pecho de los
hombres.
Si para ser nación hace falta el aplauso universal a un pasado
histórico, como quiere Renan, o un programa de hacer colectivo,
como exige Ortega y Gasset, o una adhesión plebiscitaría a un
estilo de vida, como asegura García Morente, no vacilemos en
abrir paso a la comunidad de nuestros pueblos, porque ese hombre
quijotizado, ese caballero de la Hispanidad, ese caballero de
Cristo, pasado y futuro, modo de ser y estilo de vida, bulle y
suena en cada uno de nosotros, hombres de la estirpe Hispánica.
Dios quiera que algún día próximo, en el istmo de Panamá,
como soñara Bolivar, y en la ciudad de Colón, que lleva el
nombre del Almirante, reunidas las banderas de nuestros 23
países, veamos alzarse lentamente, majestuosamente, la bandera
de la Hispanidad del uruguayo Angel Camblor, mientras las bandas
de mil regimientos entonan el Himno de la Estirpe, del
ecuatoriano Antonio Parra Velasco, y los poetas y los niños, con
lagrimas en los ojos, recitan los versos de Ruben.
Al día siguiente, cuando aún permanezca en el alma y en el aire
la emoción, yo tengo por seguro que algún hispano de los que
tengan la dicha de asistir a la escena, repetirá modificada, al
ver nacida la Comunidad de nuestros pueblos, la estrofa
nostálgica y suave de José María Peman:
"Ramiro de Maeztu, señor y Capitán de la Cruzada: ¿Donde
estabas ayer, mi dulce amigo, que no pude encontrarte? ¿Donde
estabas? ¡Para haberte traido de la mano a las doce del día,
bajo el cielo de viento y nubes altas, a ver, para reposo de tu
eterna inquietud tu Verdad hecha ya Vida en la Plaza Mayor de las
Españas. *
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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