Indice de Mística y Política de la Hispanidad

Cronología de la unidad hispanoamericana Página de Hispanidad El mensaje hispánico -

MISTICA Y POLITICA DE HISPANIDAD,

Blas Piñar

Revindicaciones políticas, económicas y territoriales

En este aspecto, estimamos un error de enfoque el considerar, como lo han hecho algunos escritores hispanoamericanos, la declaración de Salta -obsesos por sus graves problemas de vecindad con los Estados Unidos-, que lo más importante y urgente es conseguir la integridad de Hispanoamérica y luego ofrecer un status especial a los países peninsulares, toda vez que la ubicación europea de los mismos les desplazan de aquella órbita continental.

Y decimos que esta corriente de opinión es equivocada porque la urgencia por atender y cubrir frentes determinados no puede oscurecer el enfoque del movimiento y la vastedad de la estructura.

La Hispanidad, modo de ser, conjunto de principios vitales, anima y federa una comunidad, a un puñado de pueblos que de ella se alimentan con el fin de realizar, a través de los instrumentos de ayuda y de trabajo que constituyen, su qehacer histórico.

Si en la hora prima de la fundación de la Comunidad estuviera ausente alguno de nuestros pueblos, se apreciaría al instante, en ese Amazonas del espíritu a que antes hacíamos referencia, no solo una falta de caudal, sino también la especia o ingrediente propio de una forma especifica de vivir la Hispanidad por el ausente.

Por otro lado, el destino de la Hispanidad es ecumenico y necesita realizarse en todas las latitudes. Habrá pues una hispanidad operante en Europa, en América y en Asia que adoptará, acomodándose a las necesidades del clima y a las cooyunturas del momento, las formas de actuación que estime prudentes y acertadas.
Cada una de nuestras naciones, aisladas o desconfiante, devendría estéril y acabaría siendo anulada o absorbida. El ejemplo que nos ofrece la nación filipina, combatiendo a solas en el mar de la indiferencia, que ahora tan sólo comienza a transformarse en simpatía, pero que aún no ha llegado a cuajar en ayudas prácticas y concretas, es espectáculo y escándalo para todos y ejemplo bastante para no reducir y acotar nuestros puntos de mira.

El enfoque del movimiento hispánico y el conjunto de la estructura formal y jurídica en que el mismo se manifiesta, ha de reconocer como efectivo y operante el hecho de que en América constituimos, desde Méjico hasta la extremidad patagónica, como dice Federico García Godoy, "un gran todo sólidamente coohesionado" , y que en Europa los dos países hipánicos peninsulares, y en el Oriente Lejano la nación filipina están unidos por vinculos que nada ni nadie pueden desconocer o ignorar.
Estos vínculos hacen que la anhelada comunidad de naciones hispánicas sea mucho más hacedera de aquello que nosotros -encima de la menudencia y prolijidad de los hechos- nos figuramos.
Vivimos en la era de los grandes sujetos supranacionales. La Comunidad Británica, la Liga Arabe, las organizaciones de cooperación en Europa, la Agrupación Regional Soviética, la Seato, la misma Organización de Estados Americanos nos indican con claridad meridiana que ha llegado el mimento de hacer efectiva esa homogeneidad de que hacemos gala, y superar las disputas entre naciones pequeñas que sólo redundan en beneficio de las grandes; de consumar la unidad antes de que otros la consoliden y antes, incluso, de que nos sea impuesta con un signo ideológico distinto.

Porque el problema no está en si esa unión de nuestros pueblos, esa comunidad que armonice lo diverso y variado ha de consumarse. o no, sino en si tal fenómeno ha de producirse como señala Mario Amadeo bajo el lema "Cristianismo y libertad" o bajo el lema de "Comunismo y tiranía".

Vamos, pues, como dice el Padre Juan Ramón Sepich, a construir nuestro mundo según nuestro ser, a aúnar a la "gran familia", como añoraba el poeta uruguayo Alagarinos Cervantes, fundador de la "Revista española de ambos mundos", y a llevar a termino su doble tarea, una que mire hacia dentro de la comunidad y otra que mira hacia fuera.

Desde el punto de vista interno, la Comunidad tiene que partir de un hecho evidente, a saber: que bajo su rubrica no solo se federan los Estados, sino que se aglutinan también los hombres de la Hispanidad. ¡Ojo Colmeiro observa con exactitud que "los hispánicos no llegan entre si a considerarse extranjeros". Mariano PicorT Salas dice que "aún cuando empleen pabellones distintos, un chileno esta emocionalmente más cerca de un mejicano que un habitante de Australia de otro del Canada", y Calor Lacalle, avanzando aún más, estima "que es necesario fomentar la conciencia íntima de que el ser ciudadano de un país hispánico supone -con los derechos y deberes consiguientes- la afiliación a la Hispanidad".

No es -como dijera Menéndez Pelayo, todavía perplejo por la incertidumbre de su época -que "gentes con un mismo origen, un mismo culto y un mismo idioma, pueden ser de distintas naciones, pero ante Dios forman una sola familia"; no se trata de crear simplemente una pura nacionalidad literaria común que haga ciudadanos de nuestro mundo, sin vinculaciones provinciales, a Agustín de Foxa, a Enrique Larreta, a Gabriela Mistral y a Juan de Ibarbourou; no se trata, en fin, de una imprecación unamunesca: "la sangre de mi espíritu es mi lengua y mi patria esta allí donde resuene". Lo que se busca es la declaración y reconocimiento de la "común nacionalidad" que pide Barreda Laos, del hecho traslucido de que "somos parte de una misma nación", como dice Gustavo Kosling; de abolir entre hispánicos las fronteras, que el escritor salvadoreño Viera Altamirano considera malditas, y proclamar la existencia de la unidad supranacional hispánica que propugna Ycaza Tijerino, y que Menéndez Pelayo, en la villa europea de la Hispanidad, conoce por "Hispania Mayor", y José Enrique Rodó, desde la villa opuesta, denomina, con entusiasmo y con orgullo, "Magna Patria".

En esta línea, el Congreso Hispano-Luso-Americano y Filipino de Derecho Internacional, celebrado en Madrid en el año 1951, estudió la ponencia de Federico Castro Bravo sobre "El problema de la doble nacionalidad", recomendando la formación de un proyecto de ley uniforme y la concesión, por cada país, a los hispánicos de las otras naciones, de una condición jurídica especial que les separe de la rúbrica de extranjeros y les vaya gradualmente equiparando a los nacionales.

En España, la nueva Ley de 15 de julio de 1954, que ha derogado los artículos correspondientes del Código civil, admite la doble nacionalidad y, recogiendo las disposiciones especiales que se habían venido dictando, facilita la adquisición de la ciudadanía española a hispanoamericanos y filipinos.

Mas no basta, en el frente interior, con llegar, como sin duda llegaremos, a ser ciudadanos de la Hispanidad. Hace falta constituirnos en bloque cultural, económico y castrense.

El bloque cultural postula un libre intercambio y una circulación sin trabas aduaneras de libros y revistas; una depuración de nuestros textos escolares, arrancando de los mismos todo resabio de hostilidad y planteando en ellos el acontecer hispánico en un clima fraterno y de conjunto; un intercambio reciproco de profesores entre las facultades universitarias; un encuentro periódico de estudiantes, graduados, profesionales y artistas, como pretenden nuestros Colegios Mayores "Nuestra Señora de Guadalupe", "Hernán Cortes" y "Junípero Serra", y el propio Instituto de Cultura Hispánica, nacido en aquellas reuniones históricas celebradas en San Lorenzo de El Escorial en el verano de 1946; un especial interés por la pureza del idioma, apasionando en la tarea a periodistas y hombres de la radio; una validez universal de nuestros títulos académicos; una creciente unificación legislativa, que tiene su punto de arranque en un derecho histórico común y en una forma análoga de vivirlo y de aplicarlo; una sincera y eficaz colaboración en la esfera cinematográfica, y una agencia, en fin, de noticias, como aquella que propugna Fernando Mora, subdirector de Novedades, de Méjico, que transmita con fidelidad el latido diario de nuestro vivir, que evite el silencio de la noticia importante o su difusión con falta de espíritu constructivo de lo que, refiriéndose a otras agencias extrañas al mundo hispánico, se quejaba el colombiano Alberto Lleras, siendo secretario de la Organización de Estados Americanos.

En este orden, los esfuerzos de la Oficina de Educación Iberoamericana, cuyo III Congreso acaba de celebrarse en Santo Domingo, y los de la joven Asociación Iberoamericana de Periodistas, son un trampolín brindado y abierto a las mas anchas e ilusionadas ambiciones.

Y junto al bloque cultural, el bloque económico, cuyos postulados fundamentales han de ser los siguientes: la Hispanidad constituye un área económica y un mercado común. Sobre esta base, es preciso superar el estadio presente de coloniaje económico, salir del monocultivo (estaño en Bolivia, cobre y nitrato en Chile, petroleo en Venezuela, café en Colombia y Brasil, azúcar en Cuba y Santo Domingo, cane y 1ana en la Argentina y Uruguay), diversificando la producción; crear corrientes comerciales nuevas que eviten la tiranía de los monopolios, especializar la mano de obra; industrializar, de acuerdo con las necesidades generales, evitando los planes inorgánicos y haciendo posible que una fábrica de botones en Costa Rica, con una población de 800.000 habitantes, pueda construirse a sabiendas de que esta destinada no solo a saturar el reducido mercado del país, sino a suministrar el producto a una población adecuada de consumidores y de usuarios.

Las reuniones de la C. E. P. A. L. y las conferencias económicas celebradas al amparo de la Organización de Estados Americanos, han puesto de relieve la urgencia de la llamada emancipación económica. Mientras el ingreso anual per capita en los Estados Unidos excede de los 1.900 dólares, en los países iberoamericanos dicho ingreso alcanza solamente a 211,45, y ello a pesar de que Iberoamérica es hoy el mercado más grande para las exportaciones norteamericanas, la fuente principal de importaciones y el campo de mayor inversión privada en el extranjero.

Aúnque las cifras son engorrosas, tienen valor edificante y es necesario reproducirlas. Así, en el año 1953 Iberoamérica provee a los Estados Unidos del 100 por 100 del quebracho que importa; del 100 por 100 del asbesto; del 98 por 100 del cuarzo en cristales; del 65 por 100 de la bauxita; del 62 por 100 del antimonio; del 42 por 100 del berilio; del 43 por 100 del sisal; del 37 por 100 del cadmio; del 29 por 100 del cobre; del 25 por 100 del espatofluor; del 23 por 100 del manganeso; del 20 por 100 del vanadio; del 18 por 100 del estaño, y del 17 por 100 del wolframio.

En el mismo año, Iberoamérica importo de los Estados Unidos el 27 por -100 de su producción de maquinaria industrial; el 33 por 100 de la maquinaria eléctrica; el 52 por 100 de autobuses y camiones; el 43 por 100 de automóviles, y el 35 por 100 de grasas, leche, carne y otros productos alimenticios.

El desequilibrio de la balanza de pagos se debe, en gran parte, a que cuando el dólar norteamericano va a Hispanoamérica, en pago de material primas, materiales estratégicos o productos agrícolas, ese dólar sirve para pagar el salario de un hombre en un día; en cambio, cuando ese dólar retorna a los Estados Unidos solo alcanza a pagar el salario de un hombre en media hora.

El sistema actual, que se reduce, en suma, a vender barato y a precios determinados por el comprador, y a comprar cada vez mas caro, sólo puede romperse estimulando el comercio entre las naciones hispánicas, viendo la forma de autoabastecerse dentro de la Comunidad, reduciendo las tarifas aduaneras, dándose el trato reciproco de nación más favorecida, utilizando los servicios de la Organización Iberoamericana de Cooperación Económica y creando la Unión Iberoamericana de Pagos que, al facilitar la compensación múltiple, evite el movimiento improcedente de divisas y engrase y haga mas fluido el engranaje total de la economía.

Dentro de esta consideración económica, no puede olvidarse el aspecto demográfico. Hoy tiene Iberoamérica más de 160 millones de habitantes, es decir, una población absoluta superior a la de los Estados Unidos; y decimos absoluta porque la relativa es de 6,7 por kilometro cuadrado para Iberoamérica y de 27,4 pare la Unión. El aumento entre los años 1920 y: 1940 ha sido del 41 por 100 para la primera y del 26 por 100 pare los Estados Unidos. Pues bien, si el ritmo actual persiste, en 1970 las naciones americanas de origen peninsular tendrán una población de 225 millones que, unidos a los de los países fundadores y a los de Filipinas, hacen un total de 300 millones de habitantes.

Esta población no ha de verse obligada a buscar puestos de trabajo fuera de la órbita comunitaria. El caso de los "espaldas mojadas" de Méjico, que atraviesan a nado y clandestinamente el Río Bravo, y cuya situación ilegal aprovechan los granjeros norteamericanos haciéndoles efectivos salarios inferiores a los normales, es un motivo de sonrojo para la Hispanidad, como lo es, igualmente, la política de exterminio a base de prácticas neomalthusianas que oficialmente se divulgan en Puerto Rico por las entidades oficiales y por la Organizacion Mundial de la Salud, para limitar el incremento de la población puertorriqueña y cortar de raíz su inmigración a los Estados Unidos. Con una economía mas fuerte y: con un nivel de vida más alto, la Comunidad de naciones hispánicas, con tantas y tan fabulosas posibilidades, las ofrecerá sin duda y sin reservas a sus hermanos de Méjico y Puerto Rico.

En este orden de cosas, las corrientes migratorias debieran ser organizadas evitando que el ingreso masivo de grupos étnicos y espiritualmente distintos ahoguen y desfiguren la fisonomía del país. No se trata de adoptar una absurda política migratoria de puerta cerrada. Se trata de buscar una fórmula prudente que equilibre y armonice el legítimo derecho a desplazarse para encontrar un puesto de trabajo desde sitios o lugares donde dichos puestos no existen, y el derecho también legitimo a mantener la continuidad histórica de la nación.

De aquí que haya de buscarse preferentemente la cantera para las nuevas aportaciones demográficas en los países que integran la Comunidad de naciones hispánicas, o en aquellos otros que presenten con los mismos el mayor número de afinidades, pues la realidad demuestra que los grupos emigratorios muy diferenciados, se enquistan y endurecen dentro del país, hacen dentro del mismo su pequeño mundo y tardan en incorporarse plenamente al quehacer nacional. Por el contrario, la inmigración española o portuguesa a las naciones de su lengua, ha puesto de relieve que, a la primera generación se funde y entrana con el país al que estima y considera como su patria.

Todo el esfuerzo que en esta dirección se realice ha de ser coordinado y con una visión muy amplia y de gran alcance de la política migratoria. Así, nos parece equivocada, en principio, la emigración española al Canadá y a Bélgica, como nos pareció desafortunada la emigración masiva que hace unos años se produjo con dirección a Argelia y al entonces Marruecos francés. E1 balance ha sido una contribución humana de calidad insuperable al desarrollo de la riqueza de estos últimos países, y una deshispanización progresiva de los emigrantes.

Todo este potencial de riqueza y de hombres debe pensar en su defensa armada frente al agresor. No esta el mundo, desgraciadamente, en un lecho de rosas, sino en el carácter amenazador de un volcán que, de vez en cuando, manifiesta, con sus esporádicas erupciones, la temperatura del subsuelo.

En este trance, el bloque económico y cultural del mundo hispánico necesita completarse con un bloque militar. La unificación de táctica, armamento, enseñanza y altos mandos; el encuentro periódico de los Estados Mayores; la recepción por las Academias Militares de las distintas Armas y Cuerpos de alumnos procedentes de países donde tales Academias no existan y que hoy cursan sus estudios en naciones extrañas a la Comunidad; la coordinación de los ejércitos terrestres, marítimos y aereos y de sus programas de construcción y de compras en el futuro; el montaje de una industria con fines militares, cuyo secreto, como el de toda industria, no es otro que capital bastante, aprovisionamiento seguro, técnica competente y capacidad de absorción en el mercado, circunstancias todas ellas que si no concurren en cada uno de nuestros países, concurren, desde luego, en la comunidad que los integra; Y, sobre todo, la necesidad imperiosa de fortalecer en el soldado -el que combate con las armas y el que dirige la operacion -la conciencia de que sirve, no solo a su Patria-Argentina, Méjico o España-, sino a la Hispanidad entera, a la "Hispania Mayor" o a la "Magna Patria", a que antes hicimos referencia, son tareas y objetivos a través de los cuales puede y debe constituirse el bloque militar hispánico.

Pero de nada nos serviría este triple bloque cultural, económico y castrense, si los Estados que integran la Comunidad Hispánica no se proponen el servicio del bien común, si no hacen suyo un programa de justicia social de lucha y de combate contra la miseria, de aumento del nivel de vida de nuestras clases menesterosas.

Y ello por fidelidad a nuestro propio ideario, no por copia y mimetismo de proclamas sociales de signo diverso.

Toda esta atmósfera de resentimiento social y de lucha de clases que nos rodea y existe en el mundo, no puede imputarse a quienes, como nosotros, hemos permanecido ausentes del mismo. Lo que no es licito es afirmar que somos países subdesarrollados, económica y culturalmente inferiores, y luego sumarnos a la vorágine de las ideas creadas por una civilización industrial, inhumana y desaprensiva que ha nacido a nuestras espaldas.

Esa civilización y esos países que se dejaron arrastrar por el ansia de riqueza y por la filosofía de la acción, que dieron origen al proletariado de las urbes y a la alta burguesía de las grandes empresas, que asuman la responsabilidad absoluta de su obra y que nos dejen libres pare edificar nuestro mundo con un ansia de justicia social que no pretende mantener con alguna concesión determinadas prebendas, sino hacer efectiva la hermandad entre los hombres que nos predica el Evangelio.

Si vuestra justicia social -podemos decirles -es la justicia del miedo, la nuestra es y ha de ser la política del amor.

Y porque en el amor se cifra y resume todo el secreto de la convivencia fraterna y no en un amor filantrópico y vocinglero que se desmadeja y evapora al primer incidente, sino en aquel que fluye incesante de Dios, a la vez Creador, Redentor y Santificador, la Comunidad de los pueblos hispánicos tiene que vertebrales religiosamente, ahondar en Su espíritu católico romano, tradicional y verdadero, y vivirlo y practicarlo a fondo.

La época agnóstica y laica es ya, pare nosotros, anacrónica La humanidad, de vuelta de los errores del pasado, retorna la mirada a Jesucristo y entiende de nuevo que sólo en la Cruz y en el Sagrario están las palabras hermosas y los silencios humildes de la salvación y de la paz.

En este aspecto se abre todo un amplio horizonte de actuación: emprender una campaña por el denso tejido de nuestra sociedad que afiance la fibra y el sentimiento religiosos; cubrir los baches de vocación con ayudas y envíos de sacerdotes como quiere el Papa y como hace la Obra Hispanoamericana de Cooperación Sacerdotal; luchar contra quienes, con espíritu suicida, abren las fronteras a determinadas propagandas que pretender romper el don inestimable de la unidad católica del mundo hispánico; y entrañar, aún más si cabe, la devoción a la Señora, viva en nuestros pueblos, seguros de que Ella, la Madre, la regina Hispaniorum gentium arrancará del Señor todas las gracias que nos fueran precisas para el logro de tan nobles y elevados fines.

En este marco, viviremos en la "pax hispánica". Las diferencias que tienen que existir como inherentes a la contextura humana de la tarea serán dirimidas por la conversación y el arbitraje. Por ello, uno de los objetivos inmediatos de la comunidad tiene que ser el arreglo de los litigios que hoy día nos preocupan: estado permanente de ruptura de relaciones, litigios de fronteras, salidas al mar de los pueblos mediterráneos..., seguros de que la solución será fácil porque previamente, al crear el bloque cultural y económico, habrá quedado resuelta la inquietud y la desazón que provocan los mencionados conflictos.

Tal es, apresurada y casi esquemáticamente expuesta, la cara interior de la Comunidad de naciones hispánicas Pero, al lado de la misma, existe una cara exterior, un frente orientado hacia fuera que es necesario considerar.

En primer lugar, el mundo hispánico tiene que actuar, como lo viene haciendo afortunadamente, como un solo bloque, como una unidad granítica en la esfera internacional. Solo así será estimado y tenido en cuenta. Para el futuro, es decir, pare el tiempo que subsiga a la creación de la Comúnidad, las directrices de la politica externa de nuestros pueblos debe ser decidida en reuniones periódicas de Cancilleres, y en aquellas otras de urgencia que los acontecimientos históricos hagan necesario. En todos los supuestos, cuando un miembro de la organización hable o se presente a las elecciones mediante las cuales ha de ser provisto un cargo, quien habla o quien arriesga su nombre en la urna no es una nación concreta, sino el conjunto todo de la Hispanidad.

La unánime comparecencia del bloque hispánico reforzará su potencia pare exigir la plena satisfacción de las revindicaciones territoriales y aún culturales de la hispanidad.

Son muchas las situaciones de coloniaje que persisten en nuestra amplia geografía y contra las cuales han sido infructuosas las reclamaciones aisladas y aún las formulades colectivamente en la X Conferencia Interamericana de Caracas de marzo de 1954.

En el sur de la Península Ibérica, Gibraltar, que el New English Dictionary de Historics Principles, publicado por la Universidad de Oxford, define como territorio español y posesión británica y que la misma Enciclopedia de este nombre tiene que reconocer, haciendo historia de su adquisicion por los ingleses durante la guerra de sucesión, que en esa coyuntura el Gobierno de la Gran Bretaña procedió con falta absoluta de principios.

En Oceanía, la isla de Guam, en el archipiélago de las Marianas, que como indica y prueba Pastor y Santos, sigue siendo de iure tierra filipina.

En América, yendo de Norte a Sur, Belice, en manos de Inglaterra, que la sigue usurpando a Guatemala, cuya Constitución de 1945 reconoce a dicha zona como territorio nacional, considerando nacionales a aquellos que nacen en la misma.

La zona del Canal, cuya concesión a los Estados Unidos por la joven república panameña, no supone, como de hecho sucede, abandono de la soberanía.

Las Guayanas, que se acuestan sobre la ancha y extensa joroba de la América del Sur y sobre las cuales tres países europeos mantienen un sistema de explotación colonial que hasta en las zonas mas atrasadas ha entrado en fase de completa liquidación. Las Guayanas, que descubriera Yañez Pinzón y que recorrieran y colonizaran Diego de Ordaz, Jerónimo de Altar y los Gobernadores de Venezuela, pertenecen al mundo hispánico. Por ello, Venezuela ha protestado siempre contra aquel arbitraje leonino de 1889, dictado por un tribunal internacional reunido en París, que le arrebato, para la Guayana inglesa, un área de 200.000 kilómetros cuadrados, y ha hecho saber, pública y oficialmente, que continuara reclamando contra el despojo de una zona que con legítimo derecho le pertenece.

Las Islas Nuevas, Magallánicas o Malvinas, al pie de la América del Sur, ocupadas también, como un sino tragico, por Inglaterra, que las llama con el nombre extraño de Falkland. Al apoderarse de tales islas, Inglaterra no se hizo cargo de un archipiélago que mereciera la consideración de res nullius, sino de un territorio que en 1816 la Argentina soberana había heredado de la monarquía española, y que había sido parte del antiguo Virreinato del Río de la Plata.

Y más abajo, en la Antártida, de nuevo frente a la pretensión inglesa de adueñarse de su enorme extensión Chile y Argentina reivindican los sectores vecinos, y esta última, desde el año 1904 mantiene como prueba incontestable de sus legítimos derechos, servicios públicos adecuados en la zona demarcada a su propia soberanía.

Pues bien, todo este conjunto de tierras, hoy en manos foráneas, deben reintegrarse a los países de la Comunidad hispanica. Un objetivo primordial de la misma es patrocinar y hacer suyo el irredentismo con la voz incallable de la verdad y la doctrina del uti possidetis, que sirve de fundamento a una gran parte de las reivindicaciones apuntadas, y oponerse a todo intento de consagración definitiva del estado actual o de evolución hacia fórmulas ambiguas como los Estados Unidos de Guayana o la Federación Británica del Caribe.

Pero el bloque hispánico no tiene ante si únicamente revindicaciones de carácter territorial. Hay otras, tan importantes como estas, que es preciso defender con ahínco. En efecto, si un país de estirpe hispánica puede haber sufrido ciertas amputaciones materiales e incluso haberlas confirmado con su explícito asentimiento en el orden de la cultura, la Comunidad de naciones hispánicas no puede aceptar ni refrendar el desgaje y la separación. Así, la extensa faja que corre al norte del río Bravo y que integran California, Arizona, Nuevo México y Texas, actuales Estados de la Unión; la amplia zona que incluye a la Luisiana y a la Florida y que bordea el golfo de Méjico, y los archipiélagos de Carolinas, Marianas y Palaos cedidos por España el 30 de junio de 1899 al imperio alemán, pertenecen, sin perjuicio de su actual encuadramiento político, al ámbito cultural del mundo hispánico. La comunidad de nuestros pueblos no puede tolerar ni consentir el progresivo desalojo de su cultura por el simple hecho de un cambio de soberanía. Ahí están los vestigios históricos de una época gloriosa, la subsistencia de un pueblo autóctono, la conveniencia de mantener con el respeto integro hacia esa cultura, los principios de democracia y libertad que se predican, como argumentos innegables pare defender la tesis por nosotros mantenida.

Por si ello fuera poco, en este aspecto de la reivindicación cultural podría presentarse, desde un ángulo de vista distinto al acostumbrado, la misma historia de los Estados Unidos. Bastaría con seguir cronológicamente los establecimientos europeos en el territorio de la Unión y partir, no de las colonias fundadas por los peregrinos del Mayflower, sino del pueblo de San Agustín, el primero y mas antiguo de Norteamérica, fundado por españoles.. *


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