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Las piedras labradas
Creo en la virtud de las
piedras labradas y en que el espíritu que las talló vuelve a
infundirles en el país de sus canteros, escultores y maestros de
obras, si no ha perdido totalmente la facultad de merecerlo. Un
general inglés describía hace un siglo la impresión que Italia
le había producido: "Ruinas pobladas por imbéciles".
Cuando Marinetti predicaba el incendio de los Museos es que se
daba cuenta de lo que opinaba el general inglés. Pero el general
se equivocaba. Y por eso las piedras de la Roma antigua pudieron
inspirar el Renacimiento; y las del Renacimiento han hecho surgir
la tercera Italia. La Roma de Mussolini está volviendo a ser uno
de los centros nodales del mundo. ¿No han de hacer algo parecido
por nosotros las viejas piedras de la Hispanidad?
Un día vendrá, y acaso sea pronto, en que un indio azteca,
después de haber recorrido medio mundo, se ponga a contemplar la
catedral de Méjico y por primera vez se encuentre sobrecogido
ante un espectáculo que le fue toda la vida familiar y que, por
serlo, no le decía nada. Sentirá súbitamente que las piedras
de la Hispanidad son más gloriosas que las del Imperio romano y
tienen un significado más profundo, porque mientras Roma no fue
más que la conquista y la calzada y el derecho, la Hispanidad,
desde el principio, implicó una promesa de hermandad y de
elevación para todos los hombres. Por eso se juntaron en las
piedras de la Catedral de Méjico el espíritu español y el
indígena y el estilo colonial fue desde los comienzos tan
americano como español, y la Catedral misma se distingue por la
grandeza de sus proporciones, la claridad y la serenidad, para
que en ella desaparezcan, como nimias, las diferencias del color
de la piel y se confundan las oraciones de blancos, indios y
mestizos, en un ansia común de mejoramiento y perfección,
mientras que no se alzó en Roma un sólo monumento en que los
esclavos del Africa o del Asia pudieran sentirse iguales al
senador o al magistrado.
En varios pueblos de América, en el Brasil especialmente, pero
también en alguno de nuestra aula, ha surgido un movimiento
llamado "nativista", que se propone devolver a las
razas aborígenes el pleno imperio sobre el suelo de América.
Los "nativistas" no saben lo que quieren. Su ideal no
puede consistir en el retorno a los dioses atroces que pedían
sacrificios humanos y en el aislamiento respecto de Europa de las
diversas razas de indios, sino en la elevación de los
aborígenes de América a la altura que hayan alcanzado en el
resto del mundo los hombres más civilizados, y esto fue
precisamente lo que España quiso y procuro en los siglos de su
dominación. Por eso estamos ciertos de que no ha habido en el
mundo un propósito tan generoso como el que animó a la
Hispanidad. No cabe ni comparación siquiera entre el sueño
imperial de España y el de cualquier otro país. Por eso parece
haberse escrito para nosotros el dilema que nos obliga a escoger
entre el valor absoluto y la nada absoluta. El hombre que haya
llegado a compartir nuestro ideal no puede querer otro.
Ahora bien; cuando ese supuesto azteca culto compare un día la
gran promesa que significa la Catedral de Méjico con la realidad
actual, es decir, con la miseria y la crueldad, la ignorancia y
las supersticiones de la casi totalidad de los indios del país,
es muy posible que se le ocurra renegar de la promesa y declarar
la guerra a la Iglesia Católica, y esto es lo que han hecho los
revolucionarios mejicanos, bajo el influjo de la masonería; pero
también es muy posible que vislumbre que la obra de la
Hispanidad no está sino iniciada, porque consiste precisamente
en sacar a los indios y a todos los pueblos de la miseria y la
crueldad, de la ignorancia y las supersticiones. Y acaso entonces
se le entre por el alma un relámpago de luz que le haga ver que
su destino personal consiste en continuar esa obra, en la medida
de sus fuerzas. Al reflejo de esa chispa de luz habrá surgido un
caballero de la Hispanidad, que también podrá ser un duque
castellano o un estudiante de Salamanca o un cura de nuestras
aldeas, o un hacendado brasileño, un estanciero argentino, un
negro de Cuba, un indio de Méjico o Perú, un tagalo de Luzón o
un mestizo de cualquier país de América, así como una monja o
una mujer intrépida, porque si un ideal produce caballeros
también han de nacerle damas que lo sirvan.
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"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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