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La falta de ideal
Lo esencial es que aquel
relámpago sea, a la vez, la chispa mística en que el alma se
siente liberada del mundo, es decir, de la sensualidad y de sus
halagos y unida al Espíritu. Bergson ha escrito que la religión
es a la mística lo que la vulgarización es a la ciencia. ¿Qué
pensaría de este concepto nuestro padre Arintero, que dedicó la
vida a pregonarlo? En su "Evolución doctrinal" está
dicho: "Hay una luz (sobrenatural) de Dios que ilumina a
todo hombre que viene a este mundo (Joan,I,9); y a todos se
dirige la palabra de llamamiento: Sto ad ostium, et pulso (Apoc,
3, 20). Así, no hay proposición teológica más segura que
esta: "A todos, sin excepción, se les da -proxime o remote-
una gracia suficiente para la salud..." El versículo del
Apocalipsis dice: "He aquí que estoy a la puerta, y llamo:
si alguno oyere mi voz, y me abriere la puerta entraré a él, y
cenaré con él y él conmigo". Esa Voz no se oye, si acaso,
sino en raros momentos de aflicción profunda o de completa
abnegación, cuando por una u otra causa nos despegamos de todos
los bienes y goces de la vida y sentimos que el alma nuestra
queda libertada de sus prisiones, y al encontrarse libre se
identifica con la Cruz. Ello ocurre cuando no se es santo, en
instantes tan efímeros como un abrir y cerrar de ojos, pero que
nos iluminan largos trechos de vida. Y me parece muy difícil que
pueda sentir con plenitud la Hispanidad el que no sepa, de
experiencia propia, que sólo la Verdad nos hace libres. Otros
patriotismos podrán desligarse de la fe. En muchos casos viene a
ser el patriotismo el sustituto de la religión perdida. El de la
Hispanidad no puede serlo. La Hispanidad no es en la historia
sino el Imperio de la fe.
Lo que sí se puede separar es la fe del patriotismo. La
apostasía de parte de la aristocracia de España en los reinados
de Fernando VI y Carlos III tuvo que sembrar en los espíritus
piadosos el germen de una desconfianza invencible respecto de los
poderes temporales. Por lo mismo que había puesto la Iglesia en
la Monarquía Católica de España, su desilusión debió de ser
proporcionada al ver que sus gobernantes no se cuidaban sino de
entrar a saco en los bienes eclesiásticos y de apartar a España
de la tutela espiritual de Roma, porque pensaban, como
gráficamente dijo en 1753 el embajador Figueroa, desde el
Vaticano, en carta dirigida al marqués de la Ensenada: "Que
es más conquista apartar a los romanos de España que la
expulsión de los moros", y respecto al concordato de aquel
año, que: "En dos siglos nadie tuvo espíritu para
emprender esta redención del Reino. V. E.lo pensó y consiguió
en dos años y medio". Al Concordato de 1753 fueron
siguiendo el comienzo de la desamortización, los cambios en la
orientación de la enseñanza, la infiltración y propaganda de
las ideas revolucionarias, la expulsión de los jesuitas, etc..
No es extraño que tantas almas escogidas, que son precisamente
las que han sentido la independencia de su yo interior respecto
de los bienes del mundo, hayan vuelto la espalda a los vaivenes
de los Gobiernos temporales, para fijar sus miradas en lo alto.
Pero con ello se olvidan de que el alma consiste en haberse
abandonado el gobierno de los pueblos a las ideas de la
revolución y de que debe de haber alguna razón de orden
superior, para que esta alma nuestra, independiente como es de
todo el resto de la creación, no nos haya sido dada para vivir
fuera del mundo, sino para actuar en el mundo y reformarlo, por
lo que es deber suyo ejercitar su libertad, independencia y
soberanía en disputar el régimen de los Estados a la
revolución y restablecer la norma de los principios que hicieron
grande a España y a los que tendrán que acogerse cuantos
pueblos aspiren a salvarse.
Es evidente que todos nuestros males se reducen a uno sólo: la
pérdida de nuestra idea nacional. Nuestro ideal se cifraba en la
fe y en su difusión por el haz de la tierra. Al quebranto de la
fe siguió la indiferencia. No hemos nacido para ser kantianos.
Ningún pueblo inteligente puede serlo. Si la chispa de nuestra
alma no se identifica con la Cruz, mucho menos con ese vago
Imperativo Categórico que sólo nos obligaría a desear la
felicidad del mayor número, aunque el mayor número se
compusiera de cínicos e hijos del placer. A falta de ideal
colectivo, nos contentamos con vivir como podemos. Y así se nos
encoge la existencia, al punto de que han dejado de influir
nuestros pueblos en la marcha del mundo.¿Qué podemos esperar de
gentes que contemplan impávidas la quema de conventos, como si
no les fuera nada en ella? Lo mismo que de las aristocracias que
se gastan sus rentas en el extranjero o de los intelectuales que
viven de prestado, sin preguntarse nunca si tienen algo propio
que decir. Esta España no es excusable, aunque sí explicable.
Su flojera es hija de la falta de ideal, o cuando menos, de su
relajamiento. "No está en forma",como dicen los
deportistas, y es que para estar en forma tendría que proponerse
algún objeto. Y no se lo propone, porque se siente
desnacionalizada.
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"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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