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XXIII Si es conveniente al combatir el error, combatir y desautorizar la personalidad del que lo sustenta y propala .
Pero dirá alguno: "Pasa esto con
las doctrinas en abstracto", ¿es conveniente el combatir el
error, por más que sea error cebarse y encarnizarse en la
personalidad del que lo sustentan.
Responderemos a eso, que muchísimas veces sí, es conveniente, y
no sólo conveniente, sino indispensable y meritorio ante Dios y
ante la sociedad. Y aunque bien pudiera deducirse esta
afirmación de lo que llevamos anteriormente expuesto, queremos
todavía tratarla exprofeso aquí, pues es grandísima su
importancia.
En efecto; no es poco frecuente la acusación que se hace al
apologista católico de andarse siempre con penalidades; y cuando
se le ha echado en cara a uno de los nuestros lo de que comete
una personalidad, paréceles a los liberales y a los resabiados
de Liberalismo, que ya no hay más que decir para condenarle.
Y no obstante no tienen razón; no, no la tienen. Las ideas malas
han de ser combatidas y desautorizadas, se las ha de hacer
aborrecibles y despreciables y detestables a la multitud, a la
que intentan embaucar y seducir. Mas da la casualidad de que las
ideas no se sostienen por sí propias en el aire, ni por sí
propias se difunden y propagan, ni por sí propias hacen todo el
daño a la sociedad. Son como las flechas y balas que a nadie
herirían si no hubiese quien las disparase con el arco o con el
fusil. Al arquero y al fusilero se deben dirigir, pues,
primeramente los tiros del que desee destruir su mortal
puntería, y todo otro modo de hacer la guerra sería tan liberal
como se quisiese, pero no tendría sentido común. Soldados con
armas de envenenados proyectiles son los autores y propagandistas
de heréticas doctrinas; sus armas son el libro, el periódico,
la arenga pública, la influencia personal. No basta, pues,
ladearse para evitar el tiro, no; lo primero y más eficaz es
dejar inhabilitado al tirador. Así, conviene desautorizar y
desacreditar su libro, periódico o discurso; y no sólo esto,
sino desautorizar y desacreditar en algunos casos su persona.
Sí, su persona, que este es el elemento principal del combate,
como el artillero es el elemento principal de la artillería, no
la bomba, ni la pólvora, ni el cañón. Se le pueden, pues, en
ciertos casos sacar en público sus infamias, ridiculizar sus
costumbres, cubrir de ignominia su nombre y apellido Sí, señor;
y se puede hacer en prosa, en verso, en serio y en broma, en
grabado y por todas las artes y por todos los procedimientos que
en adelante se puedan inventor. Sólo debe tenerse en cuenta que
no se ponga en servicio de la justicia la mentira. Eso no; nadie
en esto se salga un punto de la verdad, pero dentro de los
límites de ésta, recuérdese aquel dicho de Crétineau-Joly: La
verdad es la única caridad permitida a la historia; y podría
añadir: La defensa religiosa y social.
Los mismos Santos Padres que hemos citado prueban esta tesis.
Aún los títulos de sus obras dicen claramente que, al combatir
las herejías, el primer tiro procuraban dirigirlo a los
heresiarcas Casi todos los títulos de las obras de San Agustín
se dirigen al nombre del autor de la herejía: Contra Fortunatum
manichoeum; Adversus Adamanctum; Contra Felicem; Contra
Secundinum; Quis fuerit Petilianus; De gestis Pelagii; Quis
fuerit Julianus, etc. De suerte que casi toda la polémica del
grande Agustín fue personal, agresiva, biográfica, por decirlo
así, tanto como doctrinal; cuerpo a cuerpo con el hereje tanto
como contra la herejía. Y así podríamos decir de todos los
Santos Padres.
¿De dónde ha sacado, pues, el Liberalismo la novedad de que al
combatir los errores se debe prescindir de las personas, y aun
mimarlas y acariciarlas? Aténgase a lo que le enseña sobre esto
la tradición cristiana, y déjenos a los ultramontanos defender
la fe como se ha defendido siempre en la Iglesia de Dios. ¡Que
hiera la espada del polemista católico, que hiera y que vaya
derecha al corazón; que esta es la única manera real y eficaz
de combatir! .