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El genocidio indigena
Se dice, finalmente, en
consonancia con lo anterior, que la Conquista caracterizada
por el saqueo y el robo produjo un genocidio aborigen,
condenable en nombre de las sempiternas leyes de la humanidad que
rigen los destinos de las naciones civilizadas.
Pero tales leyes, al parecer, no cuentan en dos casos a la hora
de evaluar los crímenes masivos cometidos por los indios
dominantes sobre los dominados, antes de la llegada de los
españoles; ni a la hora de evaluar las purgas stalinistas o las
iniciativas multhussianas de las potencias liberales. De ambos
casos, el primero es realmente curioso. Porque es tan inocultable
la evidencia, que los mismos autores indigenistas no pueden
callarla. Sólo en un día del año 1487 se sacrificaron 2.000
jóvenes inaugurando el gran templo azteca del que da cuenta el
códice indio Telleriano-Remensis. 250.000 víctimas anuales es
el número que trae para el siglo XV Jan Gehorsam en su articulo
"Hambre divina de los aztecas". Veinte mil, en sólo
dos años de construcción de la gran pirámide de
Huitzilopochtli, apunta Von Hagen, incontables los tragados por
las llamadas guerras floridas y el canibalismo, según cuenta
Halcro Ferguson, y hasta el mismísimo Jacques Soustelle reconoce
que la hecatombe demográfica era tal que si no hubiesen llegado
los españoles el holocausto hubiese sido inevitable. Pero,
¿qué dicen estos constatadores inevitables de estadísticas
mortuorias prehispánicas? Algo muy sencillo: se trataba de
espíritus trascendentes que cumplían así con sus liturgias y
ritos arcaicos. Son sacrificios de "una belleza bárbara"
nos consolará Vaillant. "No debemos tratar de explicar esta
actitud en términos morales", nos tranquiliza Von Hagen y
el teólogo Enrique Dussel hará su lectura liberacionista y
cósmica para que todos nos aggiornemos. Está claro: si matan
los españoles son verdugos insaciables cebados en las Cruzadas y
en la lucha contra el moro, si matan los indios, son dulces y
sencillas ovejas lascasianas que expresaban la belleza bárbara
de sus ritos telúricos. Si mata España es genocidio; si matan
los indios se llama "amenaza de desequilibrio demográfico".
La verdad es que España no planeó ni ejecutó ningún plan
genocida; el derrumbe de la población indígena y que
nadie niega no está ligado a los enfrentamientos bélicos
con los conquistadores, sino a una variedad de causas, entre las
que sobresale la del contagio microbiano. La verdad es que la
acusación homicidica como causal de despoblación, no resiste
las investigaciones serias de autores como Nicolás Sánchez
Albornoz, José Luis Moreno, Angel Rosemblat o Rolando Mellafé,
que no pertenecen precisamente a escuelas hispanófilas. La
verdad es que "los indios de América", dice Pierre
Chaunu, "no sucumbieron bajo los golpes de las espadas de
acero de Toledo, sino bajo el choque microbiano y viral",.
la verdad ¡cuántas veces habrá que reiterarlo en estos
tiempos! es que se manejan cifras con una ligereza
frívola, sin los análisis cualitativos básicos, ni los
recaudos elementales de las disciplinas estadísticas ligadas a
la historia. La verdad incluso para decirlo todo es
que hasta las mitas, los repartimientos y las encomiendas, lejos
de ser causa de despoblación, son antídotos que se aplican para
evitarla. Porque aquí no estamos negando que la demografía
indígena padeció circunstancialmente una baja. Estamos negando,
sí, y enfáticamente, que tal merma haya sido producida por un
plan genocida.
Es más si se compara con la América anglosajona, donde los
pocos indios que quedan no proceden de las zonas por ellos
colonizados -¿donde están los índios de Nueva Inglaterra?-
sino los habitantes de los territorios comprados a España o
usurpados a Méjico.
Ni despojo de territorios, ni sed de oro, ni matanzas en masa. Un
encuentro providencial de dos mudos. Encuentro en el que, al
margen de todos los aspectos traumáticos que gusten recalcarse,
uno de esos mundos, el Viejo, gloriosamente encarnado por la
Hispanidad, tuvo el enorme mérito de traerle al otro nociones
que no conocía sobre la dignidad de la criatura hecha a imagen y
semejanza del Creador. Esas nociones, patrimonio de la
Cristiandad difundidas por sabios eminentes, no fueron letra
muerta ni objeto de violación constante.
Fueron el verdadero programa de vida, el genuino plan salvífico
por el que la Hispanidad luchó en tres siglos largos de
descubrimiento, evangelización y civilización abnegados.
Y si la espada, como quería Peguy, tuvo que ser muchas veces la
que midió con sangre el espacio sobre el cual el arado pudiese
después abrir el surco; y si la guerra justa tuvo que ser el
preludio del canto de la paz, y el paso implacable de los
guerreros de Cristo el doloroso medio necesario para esparcir el
Agua del Bautismo, no se hacia otra cosa más que ratificar lo
que anunciaba el apóstol: sin efusión de sangre no hay
redención ninguna.
La Hispanidad de Isabel y de Fernando, la del yugo y la flechas
prefiguradas desde entonces para ser emblema de Cruzada, no
llegó a estas tierras con el morbo del crimen y el sadismo del
atropello. No se llegó para hacer víctimas, sino para
ofrecernos, en medio de las peores idolatrías, a la Víctima
Inmolada, que desde el trono de la Cruz reina sobre los pueblos
de este lado y del otro del oceano temible. *
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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