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La sed de Oro
Se dice, en segundo lugar, que
la llegada y la presencia hispánica no tuvo otro fin superior al
fin económico; concretamente, al propósito de quedarse con Ios
metales preciosos americanos.
Y aquí el marxismo vuelve a brindarnos otra aporía Porque sí
nosotros plantamos la existencia de móviles superiores, somos
acusados de angelistas, pero si ellos ven sólo ángeles caídos
adoradores de Mammon se escandalizan con rubor de querubines. Si
la economía determina a la historia y la lucha de clases y de
intereses es su motor interno ; si los hombres no son más que
elaboraciones químicas transmutadas, puestos para el disfrute
terreno, sin premios ni castigos ulteriores, ¿a qué viene esta
nueva apelación a la filantropía y a la caridad entre naciones.
Unicamente la conciencia cristiana puede reprobar coherentemente
y reprueba semejantes tropelías. Pero la queja no cabe en
nombre del materialismo dialéctico. La admitimos con fuerza
mirando el tiempo sub specie aeternitatis. Carece de sentido en
eI historicismo sub lumine oppresiones. Es reproche y protesta si
sabemos al hombre "portador de valores eternos", como
decía José Antonio, u homo viator, como decían Ioos Padres. Es
fría e irreprochable lógica si no cesamos de concebirlo como
homo acconomicus.
Pero aclaremos un poco mejor las cosas.
Digamos ante todo que no hay razón para ocultar los propósitos
económicos de la conquista española. No solo porque existieron
sino porque fueron lícitos. El fin de la ganancia en una empresa
en la que se ha invertido y arriesgado y trabajado
incansablemente, no está reñido con la moral cristiana ni con
el orden natural de las operaciones. Lo malo es, justamente,
cuando apartadas del sentido cristiano, las personas y las
naciones anteponen las razones finaneieras a cualquier otra, las
exacerban en desmedro de los bienes honestos y proceden con
métodos viles para obtener riquezas materiales. Pero éstas son,
nada menos, las enseñanzas y las prevenciones continuas de la
Iglesia Católica en España. Por eso se repudiaban y se
amonestaban las prácticas agiotistas y usureras, el préstamo a
interés, la "cría del dinero", las ganancias
malhabidas. Por eso, se instaba a compensaciones y reparaciones
postreras que tuvieron lugar en infinidad de casos; y
por eso, sobre todo, se discriminaban las actividades bursátiles
y financieras como sospechosas de anticatolicismo. No somos
nosotros quienes lo notamos. Son los historiógrafos
materialistas quienes han lanzado esta formidable y certera
"acusación" ni España ni los países católicos
fueron capaces de fomentar el capitalismo por sus prejuicios
antiprotestantes y antirabínicos. La ética calvinista y
judaica, en cambio, habría conducido como en tantas partes, a la
prosperidad y al desarrollo, si Austrias y Ausburgos hubiesen
dejado de lado sus hábitos medievales y ultramontanos.
De lo que viene a resultar una nueva contradicción. España
sería muy mala porque llamándose católica buscaba el oro y la
plata. Pero seria después más mala por causa de su catolicismo
que la inhabilitó para volverse próspera y la condujo a una
decadencia irremisible.
Tal es, en síntesis, lo que vino a decirnos Hamilton pese
a sí mismo hacia 1926, con su tesis sobre "Tesoro Americano
y el florecimiento del Capitalismo". Y después de él,
corroborándolo o rectificándolo parcialmente, autores como
Vilar, Simiand, Braudel, Nef, Hobsbawn, Mouesnier o el citado
Carande. El oro y la plata salidos de América (nunca se dice que
en pago a mercancías, productos y estructuras que llegaban de la
Península) no sirvieron para enriquecer a España, sino para
integrar el circuito capitalista europeo, usufructuado
principalmente por Gran Bretaña.
Los fabricantes de leyendas negras, que vuelven y revuelven
constantemente sobre la sed de oro como fin determinante de la
Conquista, deberían explicar, también, por que España llega,
permanece y se instala no solo en zonas de explotación minera,
sino en territorios inhóspitos y agrestes. Porque no se
abandonó rápidamente la empresa si recién en la segunda mitad
del siglo XVI se descubren las minas más ricas, como las de
Potosí, Zacatecas o Guanajuato. Por qué la condición de los
indígenas americanos era notablemente superior a la del
proletariado europeo esclavizado por el capitalismo, como lo han
reconocido observadores nada hispanistas como Humboldt o Dobb, o
Chaunu, o el mercader inglés Nehry Hawks, condenado al destierro
por la Inquisición en 1751 y reacio por cierto a las loas
españolistas. Por qué pudo decir Bravo Duarte que toda América
fue beneficiada por la Minería, y no así la Corona Española.
Por qué, en síntesis y no vemos argumento de mayor
sentido común y por ende de mayor robustez metafísica, si
sólo contaba el oro, no es únicamente un mercado negrero o una
enorme plaza financiera lo que ha quedado como testimonio de la
acción de España en América, sino un conglomerado de naciones
ricas en Fe y en Espíritu. El efecto contiene y muestra la
causa: éste es el argumento decisivo. Por eso, no escribimos
estas líneas desde una Cartago sudamericana amparada en Moloch y
Baal, sino desde la Ciudad nombrada de la Santísima Trinidad y
Puerto de Santa María de los Buenos Aires, por las voces
egregias de sus héroes fundadores. *
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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