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Las ideas del siglo XVIII
Ahora está el espíritu de la
Hispanidad medio disuelto, pero subsistente. Se manifiesta de
cuando en cuando como sentimiento de solidaridad y aun de
comunidad, pero carece de órganos con que expresarse en actos.
De otra parte, hay signos de intensificación. Empieza a hacer la
crítica de la crítica que contra él se hizo y a cultivar mejor
la Historia. La Historia está llamada a transformar nuestros
panoramas espirituales y nunca ha carecido de buenos cultivadores
en nuestros países. Lo que no tuvimos, salvo el caso único e
incierto de Oliveria Martins, fueron hombres cuyas ideas supieran
iluminar los hechos y darles su valor y sentido. Hasta ahora, por
ejemplo, no se sabía, a pesar de los miles de libros que sobre
ello se han escrito, cómo se había producido la separación de
los países americanos. Desde el punto de vista español parecía
una catástrofe tan inexplicable como las geológicas. Pero hace
tiempo que entró en la geología la tendencia a explicarse las
transformaciones por causas permanentes, siempre actuales. ¿Y
por qué no han de haber separado de su historia a los países
americanos las mismas causas que han hecho lo mismo con una parte
tan numerosa del pueblo español? Si Castelar, en el más
celebrado de sus discursos ha podido decir: "No hay nada
más espantoso, más abominable, que aquel gran imperio español
que era un sudario que se extendía sobre el planeta", y
ello lo había aprendido D. Emilio de otros españoles, ¿por
qué no han de ser estos intrépidos fiscales los maestros
comunes de españoles e hispanoamericanos? Si todavía hay
conferenciantes españoles que propalan por América paparruchas
semejantes a las que creía Castelar, ¿por qué no hemos de
suponer que, ya en el siglo XVIII, nuestros propios funcionarios,
tocados de las pasiones de la Enciclopedia, empezaron a
propagarlas? Pues bien, así fue. De España salió la
separación de América. La crisis de la Hispanidad se inició en
España. Un libro todavía reciente, Los Navíos de la
Ilustración, de D. Ramón de Basterra, empezó a transformar el
panorama cultural. Basterra se encontró en Venezuela con los
papeles de la Compañía Guipuzcuana de Navegación, fundada en
1728, y vio que los barcos del conde Peña Florida y del marqués
de Valmediano, de cuya propiedad fueron después partícipes las
familias próceres de Venezuela, como los Bolívar, los Toro,
Ibarra, La Madrid y Ascanio, llevaban y traían en sus camarotes
y bodegas los libros de la Enciclopedia francesa y del siglo
XVIII español. Por eso atribuyó Basterra la independencia de
América al hecho de haberse criado Bolívar en las ideas de los
Amigos del País de aquel tiempo. Su error fue suponer que
acaeció solamente en Venezuela lo que ocurría al mismo tiempo
en toda la América española y portuguesa, como consecuencia del
cambio de ideas que el siglo XVIII trajo a España. Al régimen
patriarcal de la Casa de Austria, abandonado en lo económico,
escrupuloso en lo espiritual, sucedió bruscamente un ideal nuevo
de ilustración, de negocios, de compañías por acciones, de
carreteras, de explotación de los recursos naturales. Las Indias
dejaron de ser el escenario donde se realizaba un intento
evangélico para convertirse en codiciable patrimonio. Pero, ¿no
se originó el cambio en España?
Un erudito inglés, Mr. Cecil Jane, ha desarrollado recientemente
la tesis de que la separación de América se debe a la
extrañeza que a los criollos produjeron las novedades
introducidas en el gobierno de aquellos países por los virreyes
y gobernadores del siglo XVIII. El hecho de que los propios
monarcas españoles incitaran a Jorge Juan y a Ulloa a poner en
berlina todas las instituciones, así como los usos y costumbres,
en sus "Noticias Secretas de América", destruyó, a
juicio de Mr. Jane, el fundamento mismo de la lealtad americana:
"Desde ese momento ganó terreno la idea de disolver la
unión con España, no porque fuese odiado el Gobierno español,
sino porque parecía que el Gobierno había dejado de ser
español, en todo, salvo el nombre". Pero antes de Jorge
Juan y Ulloa, antes de la Compañía Guipuzcuana de Navegación,
cuenta D. Carlos Bosque, el historiador español (muerto hace
poco en Lima para retardo de nuestras reivindicaciones), que el
marqués de Castelldosrius fue nombrado virrey del Perú por
recomendación del propio Luis XIV, por haber sido uno de los
aristócratas catalanes que abrazaron contra el Archiduque la
causa de Felipe V. Castelldosrius fue a Lima con la condición de
permitir a los franceses un tráfico clandestino contrario al
tradicional régimen del virreinato. Al morir Castelldosrius y
verse sustituido por el Obispo de Quito, fue éste procesado por
haber suprimido el contrabando francés, que era perjudicial para
el Perú y para el Rey. El proceso culpa al obispo de haber
prohibido pagar cuentas atrasadas del virrey. Es un dato que
revela el cambio acontecido. Los virreyes empiezan a ir a
América para poder pagar sus deudas antiguas. Así se pierde un
mundo.
* * *
Todos los conocedores de la historia americana saben que el hecho
central y decisivo del siglo XVIII fue la expulsión de los
jesuitas. Sin ella no habría surgido, por lo menos entonces, el
movimiento de la independencia. Lo reconoce, con lealtad
característica, D. Leopoldo Lugones, poco afecto a la retórica
hispanófila. La avaricia del marqués de Pombal, que quería
explotar, en sociedad con los ingleses, los territorios de las
misiones jesuíticas de la orilla izquierda del río Uruguay, y
el amor propio de la marquesa de Pompadour, que no podía
perdonar a los jesuitas que se negasen a reconocerla en la Corte
una posición oficial, como querida de Luis XV, fueron los
instrumentos que utilizaron los jansenistas y los filósofos para
atacar a la Compañía de Jesús. El conde Aranda, enérgico,
pero cerrado de mollera, les sirvió en España sin darse cuenta
clara de lo que estaba haciendo. "Hay que empezar por los
jesuitas como los más valientes", escribía D'Alembert a
Chatolais. Y Voltaire a Helvecio, en 1761: "Destruidos los
jesuitas, venceremos a la infame". La "infame",
para Voltaire, era la Iglesia. El hecho es que la expulsión de
los jesuitas produjo en numerosas familias criollas un horror a
España, que al cabo de seis generaciones no se ha desvanecido
todavía. Ello se complicó con el intento, en el siglo XVIII, de
substituir los fundamentos de la aristocracia en América. Por
una de las más antiguas Leyes de Indias, fechada en Segovia el 3
de julio de 1533, se establecía que: "Por honrar las
personas, hijos y descendientes legítimos de los que se
obligaren a hacer población (entiéndase tener casa en
América)..., les hacemos hijosdalgos de solar conocido..."
Por eso, las informaciones americanas sobre noblezas
prescindieron en los siglos XVI y XVII, de los "abuelos de
España", deteniéndose, en cambio, a referir con todo lujo
de detalles, como dice el genealogista Lafuente Machain, las
aventuras pasadas en América; y es que la aspiración durante
aquellos siglos, era tener sangre de Conquistador, y en ellas se
basaba la aristocracia americana. El siglo XVIII trajo la
pretensión de que se fundara la nobleza en los señoríos
peninsulares, por medio de una distinción que estableció entre
la hidalguía y la nobleza, según la cual la hidalguía era un
hecho natural e indeleble, obra de la sangre, mientras la nobleza
era de privilegio o nombramiento real. La aristocracia criolla se
sintió relegada a segundo término, hasta que con las luchas de
la independencia surgió la tercera nobleza de América,
constituida por "los próceres", que fueron los
caudillos de la revolución.
Hubo también otros criollos que siguieron las lecciones de los
españoles, y se enamoraron de los ideales de la Enciclopedia, y
su número fue creciendo tanto durante el curso del siglo XIX,
que un estadista uruguayo, D. Luis Alberto de Herrera, podía
escribir en 1910, que la América del Sur "vibra con las
mismas pasiones de París, recogiendo idénticos sus dolores, sus
indagaciones y sus estallidos neurasténicos. Ninguna otra
experiencia se acepta; ningún otro testimonio de sabiduría
cívica o de desinterés humano se coloca a su altura
excelsa". Ha de reconocerse que Francia tiene su parte de
razón cuando recaba para sí la primacía, como cabeza de la
latinidad y principal protagonista de la revolución, diciendo a
los hijos de la América hispánica: "Vous n'êtes pas les
fils de l'Espagne vous êtes les fils de la Révolution
francaise". Bueno; ya no hay franceses, por lo menos entre
los intelectuales distinguidos, que se entusiasmen con su
revolución. Lo que hacen los de ahora es buscar en la música de
la Marsellesa, que es el único himno sin Dios, entre los grandes
himnos nacionales, la misma inspiración con que le hablaban a
Juana de Arco las voces de Domrémy. Y empieza a haber no sólo
españoles, sino americanos, que vislumbran que la herencia
hispánica no es para desdeñada *
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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