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Preludio
Esta introducción fue
publicada el 15 de diciembre de 1931 como artículo-programa de
la revista Acción Española. Un jurado benévolo la escogió
para el premio «Luca de Tena» de aquel año. Al recogerla con
el asenso de la revista donde vieron la luz primera los más de
los trabajos de este libro, la he llamado "Preludio",
porque esta palabra no significa meramente lo que da principio a
una cosa, sino que sugiere también, por su uso musical, que se
trata de un comienzo especialísimo, en el que se anuncian los
temas que van a desarrollarse en el curso de la obra.
ESPAÑA es una encina media sofocada por la yedra. La yedra es
tan frondosa, y se ve la encina tan arrugada y encogida, que a
ratos parece que el ser de España está en la trepadora, y no en
el árbol. Pero la yedra no se puede sostener sobre sí misma.
Desde que España dejó de creer en su misión histórica, no ha
dado al mundo de las ideas generales más pensamientos valederos
que los que han tendido a hacerla recuperar su propio ser. Ni su
Salmerón. ni su Pi y Margall, ni su Giner, ni su Pablo lglesias,
han aportado a la filosofía del mundo un solo pensamiento nuevo
que el mundo estime válido. La tradición española puede
mostrar modestamente, pero como valores positivos y universales,
un Balmes, un Donoso, un Menéndez Pelayo, un González Arintero.
No hay un liberal español que haya enriquecido la literatura del
liberalismo con una idea cuyo valor reconozcan los liberales
extranjeros, ni un socialista la del socialismo, ni un anarquista
la del anarquismo, ni un revolucionario la de la revolución.
Ello es porque en otros países han surgido el liberalismo y la
revolución por medio de sus faltas, o para castigo de sus
pecados. En España eran innecesarios. Lo que nos hacía falta
era desarrollar, adaptar y aplicar los principios morales de
nuestros teólogos juristas a las mudanzas de los tiempos. La
raíz de la revolución en España, allá en los comienzos del
siglo XVIII, ha de buscarse únicamente en nuestra admiración
del extranjero. No brotó de nuestro ser, sino de nuestro no ser.
Por eso, sin propósito de ofensa para nadie, la podemos llamar
la Antipatria, lo que explica su esterilidad, porque la
Antipatria no tiene su ser más que en la Patria, como el
Anticristo lo tiene en el Cristo. Ovidio hablaba de un ímpetu
sagrado de que se nutren los poetas: Impetus ille sacer, qui vatum pectora nutrit. El ímpetu sagrado de que se han de
nutrir los pueblos que ya tienen valor universal es su corriente
histórica. Es el camino que Dios les señala. Y fuera de la
vía, no hay sino extravíos.
* * *
Durante veinte siglos, el camino de España no tiene pérdida
posible. Aprende de Roma el habla con que puedan entenderse sus
tribus y la capacidad organizadora para hacerlas convivir en el
derecho. En la lengua del Lacio recibe el Cristianismo, y con el
Cristianismo el ideal. luego vienen las pruebas. Primero, la del
Norte, con el orgullo arriano que proclama no necesita Redentor,
sino Maestro, después la del Sur, donde la moral del hombre se
abandona a un destino inescrutable. También los españoles
pudimos dejarnos llevar por el Kismet. Seríamos ahora lo que
Marruecos o, a lo sumo, Argelia. Nuestro honor fue abrazarnos a
la Cruz y a Europa, al Occidente, e identificar nuestro ser con
nuestro ideal. El mismo año en que llevamos la Cruz a la
Alhambra descubrimos el Nuevo Continente. Fue un 12 de octubre,
el día en que la Virgen se apareció a Santiago en el Pilar de
Zaragoza. La corriente histórica nos hacía tender la Cruz al
mundo nuevo.
Ahí están los manuscritos del padre Vitoria. El tema que más
le preocupó fue conciliar la predestinación divina con los
méritos del hombre. No podía creer que los hombres. ni siquiera
algunos hombres, fuesen malos porque la Providencia los hubiera
predestinado a la maldad. Sobre todos los mortales debería
brillar la esperanza. Sobre todos la hizo brillar el padre
Vitoria con su doctrina de la Gracia. Algunos discípulos y
colegas suyos la llevaron al concilio de Trento donde la hicieron
prevalecer. Salvaron con ello la creencia del hombre en la
eficacia de su voluntad y de sus méritos. Y así empezó la
Contrarreforma. Otros discípulos la infundieron en Consejo de
Indias, e inspiraron en ella la legislación de las tierras de
América, que trocó la conquista del Nuevo Mundo en empresa
evangélica y de incorporación a la Cristiandad de aquellas
razas a las que llamaban los Reyes de Castilla "nuestros
amigos los indios". ¿Es que se habrá agotado ese ideal?
Todavía ayer moría en Salamanca el padre González Arintero. Y
suya es la sentencia: "No hay proposición teológica más
segura que ésta: a todos sin excepción se les da "proxima"
o "remota" una gracia suficiente para la salud.."
¿Han elaborado los siglos sucesivos ideal alguno que supere al
nuestro? De la imposibilidad de salvación se deduce la del
progreso y perfeccionamiento. Decir en lo teológico que todos
los hombres pueden salvarse, es afirmar en lo ético que deben
mejorar, y en lo político, que pueden progresar. Es ya
comprometerse a no estorbar el mejoramiento de sus condiciones de
vida y aun a favorecerlo en todo lo posible. ¿Hay ideal superior
a éste?. Jamás pretendimos los españoles vincular la Divinidad
a nuestros intereses nacionales; nunca dijimos como Juana de
Arco: "los que hacen la guerra al Santo Reino de Francia,
hacen la guerra al Rey Jesús", aunque estamos ciertos de
haber peleado, en nuestros buenos tiempos, las batallas de Dios.
Nunca creímos, como los ingleses y norteamericanos, que la
Providencia nos había predestinado para ser mejores que los
demás pueblos. Orgullosos de nuestro credo, fuimos siempre
humildes respecto a nosotros mismos. No tan humildes, sin
embargo, como esa desventurada Rusia de la revolución, que
proclama el carácter ilusorio de todos los valores del espíritu
y cifra su ideal en reducir el género humano a una economía
puramente animal.
El ideal hispánico está en pie. Lejos de ser agua pasada, no se
superará mientras quede en el mundo un solo hombre que se sienta
imperfecto. Y por mucho que se haga para olvidarlo y enterrarlo,
mientras lleven nombres españoles la mitad de las tierras del
planeta, la idea nuestra seguirá saltando de los libros de
mística y ascética a las páginas de la Historia Universal.
¡Si fuera posible para un español culto vivir de espaldas a la
Historia y perderse en los cines, los cafés y las columnas de
los diarios! Pero cada piedra nos habla de lo mismo. ¿Qué somos
hoy, qué hacemos ahora cuando nos comparamos con aquellos
españoles, que no eran ni más listos ni más fuertes que
nosotros, pero creaban la unidad física del mundo, porque antes
o al mismo tiempo constituían la unidad moral del género
humano, al emplazar una misma posibilidad de salvación ante
todos los hombres, con lo que hacían posible la Historia
Universal, que hasta nuestro siglo XVI no pudo ser sino una
pluralidad de historias inconexas? ¿Podremos consolarnos de
estar ahora tan lejos de la Historia, pensando que a cada pueblo
le llega su caída y que hubo un tiempo en que fueron también
Nínive y Babilonia?
Pero cuando volvemos los ojos a la actualidad, nos encontramos,
en primer término, con que todos los pueblos que fueron
españoles están continuando la obra de España, porque todos
están tratando a las razas atrasadas que hay entre ellos con la
persuasión y en la esperanza de que podrán salvarlas; y
también con que la necesidad urgente del mundo entero, si ha de
evitarse la colisión de Oriente y Occidente, es que resucite y
se extienda por toda la faz de la Tierra aquel espíritu
español, que consideraba a todos los hombres como hermanos,
aunque distinguía los hermanos mayores de los menores; porque el
español no negó nunca la evidencia de las desigualdades. Así
la obra de España, lejos de ser ruinas y polvo, es una fábrica
a medio hacer, como la Sagrada Familia, de Barcelona, o la
Almudena, de Madrid; o, si se quiere, una flecha caída a mitad
del camino, que espera el brazo que la recoja y lance al blanco,
o una sinfonía interrumpida, que está pidiendo los músicos que
sepan continuarla.
* * *
La sinfonía se interrumpió en 1700, al cerrarse para siempre
los ojos del Monarca hechizado. Cuentan los historiadores que, a
fuerza de pasar por nuestras tierras tropas alemanas, inglesas y
francesas, aparte de las nuestras, durante catorce años, al cabo
de la guerra de Sucesión se habían esfumado todas las antiguas
instituciones españolas, excepto la corona de Castilla. España
era una pizarra en limpio, donde un Rey y una Corte extranjeros
podían escribir lo que quisieran. Mucho de lo que dijeron tenía
que decirse, porque el país necesitaba "academias y
talleres, carreteras y canales"·. Embargados en cuidados
superiores nos habíamos olvidado anteriormente de que lo primero
era vivir. Pero cuando se dijo que: "Ya no hay Pirineos",
lo que entendió la mayor parte de nuestra aristocracia es que
Versalles era el centro del mundo. Pudimos entonces economizar
las energías y esperar a que se restaurasen para seguir nuestra
obra. Preferimos poner nuestra ilusión en ser lo que no éramos.
Y hace doscientos años que el alma se nos va en querer ser lo
que no somos, en vez de ser nosotros mismos, pero con todo el
Poder asequible.
Estos doscientos años son los de la Revolución. ¿Concibe nadie
que Sancho Panza quiera sublevarse contra Don Quijote. El hombre
inferior admira y sigue al superior, cuando no está maleado,
para que le dirija y le proteja. El hidalgo de nuestros siglos
XVI y XVII recibía en su niñez, adolescencia y juventud una
educación tan dura, disciplinada y espinosa, que el pueblo
reconocía de buena gana su superioridad. Todavía en tiempos de
Felipe IV y Carlos II sabía manejar con igual elegancia las
armas y el latín. Hubo una época en que parecía que todos los
hidalgos de España eran al mismo tiempo poetas y soldados. Pero
cuando la crianza de los ricos se hizo cómoda y suave, y al
espíritu de servicio sucedió el de privilegio, que convirtió
la Monarquía Católica en territorial y los caballeros
cristianos en señores, primero, y en señoritos luego, no es
extraño que el pueblo perdiera a sus patricios el debido
respeto. ¿Qué ácido corroyó las virtudes antiguas? En el
cambio de ideales había ya un abandono del espíritu a la
sensualidad y a la naturaleza; pero lo más grave era la
extranjerización, la voluntad de ser lo que no éramos, porque
querer ser otros es ya querer no ser, lo que explica, en medio de
los anhelos económicos, el íntimo abandono moral, que se
expresa en ese nihilismo de tangos rijosos y resignación animal,
que es ahora la música popular española.
Siempre ha tenido España buenos eruditos, demasiado conocedores
de su Historia para poder creer lo que la envidia de sus enemigos
propalaba. La mera prudencia dice, por otra parte, que un pueblo
no puede vivir con sus glorias desconocidas y sus vergüenzas al
desnudo, sin que propenda a huir de sí mismo y disolverse, como
lo viene haciendo hace ya más de un siglo. Tampoco nos ha
faltado aquel patriotismo instintivo que formuló
desesperadamente Cánovas: "Con la Patria se está con
razón y sin razón, como se está con el padre y con la madre".
La historia, la prudencia y el patriotismo han dado vida al
tradicionalismo español, que ha batallado estos dos siglos como
ha podido, casi siempre con razón, a veces con heroísmo
insuperable, pero generalmente con la convicción intranquila de
su aislamiento, porque sentía que el mundo le era hostil y
contrario al movimiento universal de las ideas.
Los hombres que escribimos en Acción Española sabemos lo que se
ha ocultado cuidadosamente en estos años al conocimiento de
nuestro público lector, y es que el mundo ha dada otra vuelta y
ahora está con nosotros. Porque sus mejores espíritus buscan en
todas partes principios análogos o idénticos a los que
mantuvimos en nuestros grandes siglos. Queremos traer esta buena
noticia a los corazones angustiados. El mundo ha dado otra
vuelta. Se puede trazar una raya en 1900. Hasta entonces eran
adversos a España los más de los talentos extranjeros que de
ella se ocupaban. Desde entonces nos son favorables. Los amigos
del arte se maravillan de los esfuerzos que hace el mundo por
entender y gozar mejor el estilo barroco, que es España. Y es
que han fracasado el humanismo pagano y el naturalismo de los
últimos tiempos. La cultura del mundo no puede fundarse en la
espontaneidad biológica del hombre, sino en la deliberación, el
orden y el esfuerzo, la elección no está en hacer lo que se
quiere, sino lo que se debe. Y la física y la metafísica, las
ciencias morales y las naturales nos llevan de nuevo a escuchar
la palabra del Espíritu y a fundar el derecho y las
instituciones sociales y políticas, como; Santo Tomás y
nuestros teólogos juristas, en la objetividad del bien común. y
no en la caprichosa voluntad del que más puede. Venimos, pues, a
desempeñar una función de enlace. Nos proponemos mostrar a los
españoles educados que el sentido de la cultura en los pueblos
modernos coincide con la corriente histórica de España; que los
legajos de Sevilla y Simancas y las piedras de Santiago, Burgos y
Toledo no son tumbas de una ,España muerta, sino fuentes de
vida, que el mundo, que nos había condenado. nos da ahora la
razón, arrepentido, por supuesto, sin pensar en nosotros, sino
incidentalmente, porque hemos descuidado la defensa de nuestro
propio ser, en cuya defensa está la esencia misma del ser,
según los mejores ontologistas de hoy; porque también la
filosofía contemporánea viene a decirnos que hay que salir de
esa suicida negación de nosotros mismos, con que hemos reducido
a la trivialidad a un pueblo que vivió durante más de dos
siglos en la justificada persuasión de ser la nueva Roma y el
Israel cristiano.
Harto sabemos que nuestra labor tiene que ser modesta y pobre.
Descuidos seculares no pueden repararse sino con el esfuerzo
continuado de generaciones sucesivas. Pero lo que vamos a hacer
no podemos Por menos de hacerlo. Ya no es una mera pesadilla
hablar de la posibilidad del fin de España, y España es parte
esencial de nuestras vidas. No somos animales que se resignen a
la mera vida fisiológica, ni ángeles que vivan la eternidad
fuera del tiempo y del espacio. En nuestras almas de hombres
habla la voz de nuestros padres, que nos llama al porvenir por
que lucharon. Y aunque nos duele España, y nos ha de dotar aún
más en esta obra, todavía es mejor que nos duela ella que
dolernos nosotros de no ponernos a hacer lo que debemos. *
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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