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El despojo de la tierra
Se dice en primer lugar, que
España se apropió de las tierras indígenas en un acto típico
de rapacidad imperialista.
Llama la atención que, contraviniendo las tesis leninistas, se
haga surgir al Imperialismo a fines del siglo XV. Y sorprende
asimismo el celo manifestado en la defensa de la propiedad
privada individual. Pero el marxismo nos tiene acostumbrados a
estas contradicciones y sobre todo, a su apelación a la
conciencia cristiana para obtener solidaridades. Porque, en
efecto, sin la apelación a la conciencia cristiana que
entiende la propiedad privada como un derecho inherente de las
criaturas, y sólo ante el cual el presunto despojo sería
reprobable ¿a qué viene tanto afán privatista y
posesionista? No hay respuesta.
La verdad es que antes de la llegada de los españoles, los
indios concretos y singulares no eran dueños de ninguna tierra,
sino empleados gratuitos y castigados de un Estado idolatrizado y
de unos caciques despóticos tenidos por divinidades supremas.
Carentes de cualquier legislación que regulase sus derechos
laborales, el abuso y la explotación eran la norma, y el saqueo
y el despojo las prácticas habituales. Impuestos, cargas,
retribuciones forzadas, exacciones virulentas y pesados tributos,
fueron moneda corriente en las relaciones indígenas previas a la
llegada de los españoles. El más fuerte sometía al más débil
y lo atenazaba con escarmientos y represalias. Ni los más
indigentes quedaban exceptuados, y solían llevar como estigmas
de su triste condición, mutilaciones evidentes y distintivos
oprobiosos. Una "justicia" claramente discriminatoria,
distinguía entre pudientes y esclavos en desmedro de los
últimos y no son éstos, datos entresacados de las crónicas
hispanas, sino de las protestas del mismo Carlos Marx en sus
estudios sobre "Formaciones Económicas Precapitalistas y
Acumulación Originaria del Capital". Y de comentaristas
insospechados de hispanofilia como Eric Hobsbawn, Roberto
Oliveros Maqueo o Pierre Chaunu.
La verdad es también, que los principales dueños de la tierra
que encontraron los españoles mayas, incas y aztecas
lo eran a expensas de otros dueños a quienes habían invadido y
desplazado. Y que fue ésta la razón por la que una parte
considerable de tribus aborígenes carios, tlaxaltecas,
cempoaltecas, zapotecas, otomíes, cañarís, huancas,
etcétera se aliaron naturalmente con los conquistadores,
procurando su protección y el consecuente resarcimiento.
Y la verdad, al fin, es que sólo a partir de la Conquista, los
indios conocieron el sentido personal de la propiedad privada y
la defensa jurídica de sus obligaciones y derechos. Es España
la que se plantea la cuestión de los justos títulos, con
autoexigencias tan sólidas que ponen en tela de juicio la misma
autoridad del Monarca y del Pontífice. Es España -con ese
maestro admirable del Derecho de Gentes que se llamó Francisco
de Vitoria la que funda la posesión territorial en las
más altos razones de bien común y de concordia social, la que
insiste una y otra vez en la protección que se le debe a los
nativos en tanto súbditos, la que garantiza y promueve un
reparto equitativo de precios, la que atiende sobre abusos y
querellas, la que no dudó en sancionar duramente a sus mismos
funcionarios descarriados, y la que distinguió entre posesión
como hecho y propiedad como derecho, porque sabía que era cosa
muy distinta fundar una ciudad en el desierto y hacerla propia,
que entrar a saco a un granero particular. Por eso, sólo hubo
repartimientos en tierras despobladas y encomiendas "en las
heredades de los indios". Porque pese a tantas fábulas
indoctas, la encomienda fue la gran institución para la custodia
de la propiedad y de los derechos de los nativos. Bien lo ha
demostrado hace ya tiempo Silvio Zavala, en un estudio
exhaustivo, que no encargó ninguna "internacional
reaccionaria", sino la Fundación Judía Guggenheim, con
sede en Nueva York. Y bien queda probado en infinidad de
documentos que sólo son desconocidos para los artífices de las
leyendas negras.
Por la encomienda, el indio poseía tierras particulares y
colectivas sin que pudieran arrebatárselas impunemente. Por la
encomienda organizaba su propio gobierno local y regional, bajo
un régimen de tributos que distinguía ingresos y condiciones, y
que no llegaban al Rey que renunciaba a ellos sino a
los Conquistadores. A quienes no les significó ningún
enriquecimiento descontrolado y si en cambio, bastantes dolores
de cabeza, como surgen de los testimonios de Antonio de Mendoza o
de Cristóbal Alvarez de Carvajal y de innumerables jueces de
audiencias. Como bien ha notado el mismo Ramón Carande en "Carlos
V y sus banqueros", eran tan férrea la protección a los
indios y tan grande la incertidumbre económica para los
encomenderos, que América no fue una colonia de repoblación
para que todos vinieran a enriquecerse fácilmente. Pues una
empresa difícil y esforzada, con luces y sombras, con probos y
pícaros, pero con un testimonio que hasta hoy no han podido
tumbar las monsergas indigenistas: el de la gratitud de los
naturales. Gratitud que quien tenga la honestidad de constatar y
de seguir en sus expresiones artísticas, religiosas y
culturales, no podrá dejar de reconocer objetivamente
No es España la que despoja a los indios de sus tierras. Es
España la que les inculca el derecho de propiedad, la que les
restituye sus heredades asaltadas por los poderosos y
sanguinarios estados tribales, la que los guarda bajo una
justicia humana y divina, la que Ios pone en paridad de
condiciones con sus propios hijos, e incluso en mejores
condiciones que muchos campesinos y proletarios europeos Y esto
también ha sido reconocido por historiógrafos no hispanistas.
Es España, en definitiva, la que rehabilita la potestad India a
sus dominios, y si se estudia el cómo y el cuándo esta potestad
se debilita y vulnera, no se encontrará detrás a la conquista
ni a la evangelización ni al descubrimiento, sino a las
administraciones liberales y masónicas que traicionaron el
sentido misional de aquella gesta gloriosa. No se encontrará a
los Reyes Católicos, ni a Carlos V, ni a Felipe II. Ni a los
conquistadores, ni a los encomenderos, ni a los adelantados, ni a
los frailes. Sino a Ios enmandilados Borbones iluministas y a sus
epígonos, que vienen desarraigando a América y reduciéndola a
la colonia que no fue nunca en tiempos del Imperio Hispánico. *
"ARBIL,
Anotaciones de Pensamiento y Crítica", es editado por el
Foro Arbil
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