El próximo
año de 1989 se cumplirá el XIV
Centenario de la celebración del III
Concilio de Toledo, acontecimiento de
gran trascendencia en la historia civil y
religiosa de nuestra Patria que juzgamos
debe ser conmemorado por las
consecuencias que tuvo para la fe
católica de la Península Ibérica y
aún en otras regiones de Europa
El cristianismo había sido predicado en
España desde los tiempos apostólicos y
lentamente, mediante el esfuerzo
admirable de sus pastores y el testimonio
de los mártires en la época de las
persecuciones, los pobladores de la mayor
parte de la Península los
hispano-romanos, habían ido asimilando y
propagando un concepto católico de la
vida como correspondía a la fe que
profesaban.
La Conversión de los Visigodos
La invasión de los visigodos en los
primeros años del siglo V alteró esta
situación. Con ellos entró el
arrianismo que dio lugar a la aparición
de una nueva Iglesia con las funestas
consecuencias de toda índole que traía
la división y el enfrentamiento. Hasta
que la conversión de Recaredo en 587 y
sus actuaciones posteriores hicieron
posible en 589 la celebración del III
Concilio de Toledo, la célebre asamblea
en que se hizo solemnemente la
abjuración del arrianismo y comenzó la
unidad religiosa de España en la fe
católica.
En aquella ocasión San Leandro de
Sevilla pronunció una bella homilía que
es un canto de alegría y de acción de
gracias a Dios por la incorporación de
los visigodos arrianos a la unidad de la
Iglesia Católica: "porque así como
es cosa nueva la conversión de tantos
pueblos, del mismo modo hay el gozo de la
Iglesia es más elevado que de ordinario.
Prorrumpamos, pues, todos: Gloria a Dios
en las alturas y paz en la tierra a los
hombres de buena voluntad, porque no hay
ningún don que pueda parangonarse a la
caridad, y por eso está por encima de
todo otro gozo, porque se ha hecho la paz
y la caridad, la cual tiene la primacía
entre las virtudes" (1).
Los historiadores reconocen de buen grado
que después de la conversión se produjo
un largo siglo de esplendor cultural,
igual y, en ciertos aspectos, superior al
de los otros reinos bárbaros de su
tiempo que fue obra fundamentalmente de
la Iglesia. Los nombres de Leandro e
Isidoro de Sevilla, Braulio y Tajón de
Zaragoza, Idelfonso y Eugenio de Toledo,
Quirico de Barcelona, Martín Dumiense de
Braga, Masona de Mérida... Ias escuelas
abaciales y catedralicias... Ia liturgia
hispana tan rica y floreciente... y en el
ámbito civil las disposiciones que
fueron surgiendo contra la opresión de
los oficiales de justicia y del fisco y
oponiéndose a veces al despotismo del
príncipe, hablan con elocuencia de los
logros que se iban consiguiendo.
La unidad en la Fe a lo largo de los
siglos
Esta unidad de fe se mantuvo durante los
siglos de la invasión musulmana y fue
factor decisivo de la opción de los
pueblos de España, por la que salieron
fortalecidos en sus convicciones
religiosas. Así se desarrolló,
especialmente a partir de 1492, una larga
etapa que ha llegado hasta nuestros
días, durante la cual tanto en el
interior de la Península como en el
continente americano que entonces se
descubría, se creó y propagó una
cultura católica de extraordinaria
significación y relevancia (2).
La obra realizada en España a lo largo
de estas centurias nos permite recoger
enseñanzas del pasado que nos ayudan a
reflexionar sobre el futuro ya que nada
sólido puede proyectarse en la vida de
los individuos y los pueblos, si no es a
partir de la propia tradición e
identidad.
Durante este largo periodo la Iglesia ha
prestado insignes servicios a la sociedad
española, tanto de índole espiritual
como material y humano, simplemente por
el hecho de cumplir con su misión en los
variados campos a que ésta se ha
extendido. La fe hondamente sentida, dio
lugar a una realidad social de signo
católico con características propias
junta a otros pueblos y naciones de
Europa, y en una relación
particularmente estrecha con los de
América.
No se puede entender la historia de
España sin tener presente la fe
católica con toda su enorme influencia
en la vida y cultura del pueblo español.
lo manifestamos sin arrogancia, pero con
profunda y firme convicción.
Por lo mismo consideramos que es un burdo
error y una actitud antihistórica querer
educar a las nuevas generaciones
procurando deliberadamente el olvido o la
tergiversación de aquellos hechos que,
sin la fe religiosa, no tendrán nunca
explicación suficiente.
Fue la Iglesia la que salvó de la
desaparición el patrimonio de la cultura
grecolatina, matriz donde se gestó la
nuestra occidental copiando los libros
clásicos junta con los de su propia
tradición bíblica y patristica. La fe
católica movió voluntades y
sentimientos para crear espléndidos
monumentos artísticos de que está
sembrada la geografía peninsular:
monasterios, iglesias, catedrales, en
todos los estilos, que no pueden
contemplarse sin admiración. La pintura,
la escultura, la orfebrería, la música
y todas las artes han alcanzado cimas
inigualables en su expresión religiosa y
encontraron sus mejores mecenas en
hombres de la Iglesia. Como son también
obra suya la mayor parte de las
Universidades antiguas y una vasta red de
escuelas de todo tipo, mucho antes de que
el Estado tuviera una política escolar
definida, por medio de las cuales ha
sacado de la barbarie o de la mediocridad
a millones de españoles. En el campo de
las literaturas hispánicas es
incalculable la labor de clérigos y
laicos cristianos, como es notorio a toda
persona cultivada.
La aportación en recursos y en hombres
de las grandes tareas nacionales o
consideradas como tales a lo largo de los
siglos es amplisima. En obras
asistenciales o caritativas ninguna otra
institución puede exhibir un conjunto de
realizaciones tan extenso, ni un número
tan elevado de sacerdotes, religiosos,
religiosas y laicos, con frecuencia
anónimos, que han consumido sus vidas,
sin ninguna contraprestación ni
relevancia, al servicio del pueblo y de
la fe.
De manera particular se pone esto de
manifiesto en la admirable empresa de la
evangelización de América y de otros
países de Africa y de Asia llevada a
cabo por la Iglesia española. Los
propios naturales de esos pueblos
encontraron en la Iglesia la mejor
defensa de sus derechos y de su
consideración como seres humanos.
El balance de estos catorce siglos de
unidad en la fe católica -pese a las
inevitables deficiencias inherentes a
toda obra humana- es evidentemente
positivo. Los católicos españoles
asumimos nuestra historia en su
integridad, incluso los errores y los
excesos. Estimamos que en ella son muchas
más las luces que las sombras.
Una Cultura Católica
Esa cultura católica a la que estamos
refiriéndonos fue a la vez causa y
efecto de la incorporación de todo un
pueblo a la vida de la fe sentida en lo
más íntimo de la conciencia y profesada
abierta y públicamente en todo momento.
Las vocaciones sacerdotales y religiosas
en tan gran número, los misioneros que
salían de España a todas las regiones
del mundo, los grandes fundadores o
reformadores de Ordenes religiosas como
Santo Domingo de Guzmán, San Ignacio de
Loyola, Santa Teresa de Jesús y San Juan
de la Cruz, San José de Calasanz y los
que han seguido después hasta los siglos
XIX y XX; los teólogos y juristas cuyos
libros eran estudiados y comentados en
las Universidades de Europa en muchas de
las cuales sentaron cátedra eminentes
profesores españoles fueron posibles
gracias a que había detrás una
Jerarquía y un pueblo en cuyo seno
recibían vigoroso impulso sus grandes
ideales cristianos. La familia española,
durante todos estos siglos en unidad
católica, mantuvo encendida la llama de
la fe y de la piedad con su profunda
devoción a Cristo, a la Sagrada
Eucaristía y a la Virgen María, y su
amor a la Iglesia.
Por muchos fallos que existieran,
predominó en todas las clases sociales
un hondo respeto a las exigencias del
sacramento del matrimonio y una clara y
arraigada conciencia que hacia asumir a
todos su responsabilidad en la educación
de los hijos. De estas familias y de esa
Iglesia han surgido en todo tiempo
innumerables y auténticos "testigos
del Dios vivo", es decir, santos y
santas, mártires, evangelizadores y
confesores de la fe que son motivo de
admiración y gratitud a Dios por parte
de todos los que saben apreciar el valor
de una orientación cristiana de la vida.
Esos santos no sólo han dado gloria a
Dios; también han prestado espléndidos
servicios a los hombres y a la sociedad
civil.
Reconocemos, no obstante, que en esa
sociedad católica de la que hablamos no
se prestó atención con la intensidad y
coherencia que eran exigibles, a las
obligaciones de índole económicosocial
especialmente en el ámbito de las
estructuras sociales que, de haber sido
cumplidas, quizás se habría podido
evitar en gran parte la
descristianización de grandes sectores
del pueblo en los siglos XIX y XX. Por
esto, naturalmente, no es atribuible la
unidad católica existente, sino que se
produjo a pesar de que existiese.
Nuestra Fe Católica en los nuevos
tiempos
La situación en que vivimos es muy
distinta. Tras muchas vicisitudes de
nuestra historia de los siglos XIX y XX,
podemos decir que la época de la unidad
católica y de Estado confesional, en la
forma en que se vivió en España, ha
pasado ya. Los cambios culturales y
políticos que venían produciéndose en
nuestra sociedad desde hace tiempo dieron
paso a formas de vida social ajenas a la
fe católica. Ante esta nueva situación
la Iglesia en España ha asumido sin
reticencias las enseñanzas del Concilio
Vaticano II, especialmente la doctrina de
la Declaración sobre la libertad
religiosa, la Constitución Pastoral
Gaudium et Spes y documentos sobre el
ecumenismo y sobre el diálogo con otras
religiones. Por otra parte la
Constitución de 1978 y los Acuerdos
entre la Santa Sede y el Estado Español
de 1976 y 1979, sitúan a la Iglesia en
un sistema de relaciones con el Estado y
en una perspectiva distintas de la que
secularmente hemos vivido.
Esto no obsta para que los católicos
vivamos nuestra fe con gozo, con renovado
vigor, en la unidad de la Iglesia, con
talante evangelizador. En el contexto de
la presente realidad social, en la que
existen amplios sectores influidos por
una concepción materialista y agnóstica
de la vida, hemos de procurar que se
mantenga la comunión de fe de los
católicos españoles al servicio del
Evangelio, privada y públicamente. Esta
unidad eclesial en la fe es compatible
con la legítima pluriformidad de
opciones en todo aquello que no afecta
directamente a la integridad de la fe
católica, dentro del diálogo
constructivo y de la caridad fraterna.
A pesar de los cambios mencionados, no se
ha extinguido ni se extinguirá nunca el
honor de haber contribuido a crear una
cultura católica como la nuestra y la
obligación de realizar la síntesis
entre la fe y cultura, fe y vida, en el
presente y en el futuro, en respetuosa
convivencia con grupos o sectores
sociales que no tienen una visión
cristiana de la vida. Esto exige una
actitud de discernimiento creativo ante
los nuevos valores culturales, en plena
comunión de fe con toda la Iglesia:
"la síntesis entre cultura y fe no
es sólo una exigencia de la cultura,
sino también de la fe... Una fe que no
se hace cultura es una fe no plenamente
acogida, no totalmente pensada, no
fielmente vivida" (Juan Pablo II, 3
de noviembre de 1982, en la Universidad
Complutense de Madrid).
Al evocar lo que ha sido la unidad
católica de España lo hacemos
persuadidos de que fue un gran bien que
merece ser conocido y valorado
positivamente. Pero no tratamos de
detenernos en el recuerdo del pasado.
Miramos hacia el futuro y exhortamos a
todos los que comparten nuestra fe a
vivirla con ejemplaridad, a defenderla, a
propagarla, a hacerla fecunda también
hay en obras y empresas al servicio de
Dios y de los hombres.
Es natural que la "obediencia de la
fe" (Rom 1,5) haya tenido
condicionamientos históricos,
geográficos, humanos. "Es tarea de
los estudiosos examinar y profundizar
todos los aspectos políticos, sociales
culturales y económicos que comportó la
fe cristiana". Pero al mismo tiempo
"sabemos y subrayamos que, cuando se
recibe a Cristo mediante la fe y se
experimenta su presencia en la comunidad
y en la vida individual, se producen
frutos en todos los campos de la
existencia humana. Pues el vinculo
vivificador con Cristo no es un apéndice
en la vida, ni un adorno superfluo, sino
su verdad definitiva" (Juan Pablo
II, Euntes in mundum, con ocasión del
milenio del Bautismo de la Rus de Kiev n.
2).
UNA MIRADA HACIA El FUTURO
Nuestro propósito, pues, al recordar,
con mirada de fe, el hecho histórico de
la unidad católica fraguada en el III
Concilio de Toledo, no es suscitar un
sentimiento de nostalgia, sino dar
gracias a Dios, Padre, Hijo y Espíritu
Santo por el don de la unidad en la fe e
invitar a las comunidades católicas de
los diversos pueblos de España a
reflexionar sobre lo que esta fe ha
representado en nuestra vida y en nuestra
cultura, como elementos de nuestra propia
identidad histórica a lo largo de mil
cuatrocientos años. Esta herencia de fe,
renovada a la luz de las enseñanzas del
Concilio Vaticano II, constituye una
llamada a la responsabilidad cristiana
ante el presente y el futuro de nuestra
sociedad.
Celebraremos diversos actos culturales y
religiosos de ámbito diocesano o
supradiocesano que nos ayuden a conocer
mejor nuestro pasado con la mirada puesta
en las grandes tareas evangelizadoras que
la Iglesia debe llevar a cabo en nuestro
tiempo. La nueva evangelización a la que
el Papa nos invita requiere una
renovación espiritual profunda, en la
que podemos aprender mucho de los grandes
santos, de los misioneros, de los
teólogos y juristas que supieron ser
fieles al Evangelio en su tiempo.
En nuestros documentos "Testigos del
Dios vivo", "Cristianos en la
vida pública" y "Constructores
de la paz" así como en el plan de
acción de la Conferencia Episcopal
"Anunciar a Jesucristo en nuestro
mundo con obras y palabras", hemos
expuesto cuáles son las tareas más
urgentes y cuál debe ser la presencia
pública de la Iglesia en nuestra
sociedad.
Nuestra Iglesia, en esta hora de España,
al recordar personas y acontecimientos
importantes de la historia de nuestra fe,
se siente llamada a vivir y promover para
nuestra época una cultura de la
fraternidad, de la solidaridad, de la
justicia y de la paz, del diálogo, del
desarrollo integral de la persona humana,
según las enseñanzas del Concilio
Vaticano II.
Agradecemos a Su Santidad Juan Pablo II
el explícito y reiterado reconocimiento
público que en tantas ocasiones ha hecho
de la historia de la Iglesia en España y
su proyección misionera no sólo cuando
ha visitado nuestro país sino también
en tantos lugares de América y aún de
Asia y de Africa a donde le ha llevado su
afán apostólico: "Esa historia, a
pesar de las lagunas y errores humanos,
es digna de toda admiración y aprecio.
Ella debe servir de inspiración y
estimulo para hallar en el momento
presente las raíces profundas del ser de
un pueblo. No para hacerle vivir en el
pasado, sino para ofrecerle el ejemplo a
proseguir y mejorar en el futuro.
No ignore, por otra parte, las conocidas
tensiones, a veces desembocadas en
choques abiertos que se han producido en
el seno de vuestra sociedad y que han
estudiado tantos escritores vuestros.
En ese contexto histórico-social, es
necesario que los católicos españoles
sepáis recobrar el vigor pleno del
espíritu, la valentía de una fe vivida,
la lucidez evangélica iluminada por el
amor profundo al hombre hermano. Para
sacar de ahí fuerza renovada que os haga
siempre infatigables creadores de
diálogo y promotores de justicia,
alentadores de cultura y elevación
humana y moral del pueblo. En un clima de
respetuosa convivencia con las otras
legitimas opciones, mientras exigís el
justo respeto de las vuestras".
(Juan Pablo II, 31 de octubre de 1982, en
el aeropuerto de Barajas, Madrid).
(23-lX-1988)
(1) J. VIVES, Concilios visigóticos e
hispano-romanos, Barcelona-Madrid 1963,
Concilio III de Toledo, p. 107108, MANSI
9,1005 en Historia de la Iglesia en
España, dirigida por RICARDO GARCIA
Villoslada, t. I, p. 413, ed. BAC, Madrid
1979).
(2) C'r. Historia de la Iglesia en
España dirigida por RICARDO GARCIA
Villoslada, introducción general p.
XlII-XlIX.
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