Todas las fuerzas,
ostensibles u ocultas, enemigas de
nuestra España coinciden en el empeño
de hacer realidad la aventurada
afirmación de Azaña: "España ha
dejado de ser católica". A esto
aspiran francamente los que en la
actualidad empuñan las riendas del poder
estatal. Y triste es verificar que
miembros del clero uniéronse a esos
elementos hasta hacer cierta aquella
afirmación: en lo oficial con una
constitución atea y una legislación
anticristiana -negación de la
confesionalidad católica del Estado,
divorcio vincular, ley del aborto, etc.
Digo, en lo oficial, porque a pesar de la
increencia en alarmante crecimiento,
socialmente subsiste la unidad católica
en España, de tal modo que el Santo
Padre, refiriéndose a la España de
nuestros días pudo afirmar con toda
verdad que "la fe cristiana y
católica constituyen la identidad del
pueblo español". (Homilía en la
misa del peregrino, en Santiago de
Compostela).
Con mucha mayor razón es esto aplicable
a la España del pasado. Vázquez de
Mella en uno de sus maravillosos
discursos decía, a este propósito:
"No tengo más que trazar ante
vosotros las líneas más grandes y más
generales de nuestra historia para
demostraros que la Religión católica es
la inspiradora de España, la informadora
de toda su vida, la que le ha dada el
ser, y que sin ella no hay alma, ni
carácter, ni espíritu nacional"
(Obras completas, I, p. 78).
Los comienzos de la unidad
En el siglo Vl, con el Rey Recaredo,
tiene inicio, con carácter oficial, la
unidad católica de España. Pero no
habían pasado dos siglos y los árabes
mahometanos invaden toda la Península.
En Covadonga, un puñado de cristianos
valientes da comienzo a la "Cruzada
que forjó una Patria" como reza el
titulo de la hermosa obra de Rodríguez
Lois (Méjico, Difusión, 2ª ed. 1986).
La lucha prolóngase por 800 años, con
grandes alternativas y vicisitudes pero,
como prueban Menéndez Pidal y José Mª.
Maravall, la idea motriz, el ideal
permanente de la parte cristiana fue
siempre, incontestablemente, la de la
restauración de la Hispania cristiana
visigoda que se había hundido en tiempos
de Don Rodrigo.
A esta lucha secular de la Reconquista
española pondrá término la Reina
Isabel la Católica con la toma de
Granada, para restaurar la patria
española y cristiana. Al propio tiempo,
la misma Reina Católica expulsa a los
judíos no convertidos, logrando así una
plena y perfecta unidad católica que se
perpetuará hasta nuestros días.
La larga lucha por la fe
Es entonces cuando, terminada la Cruzada
ocho veces secular de la reconquista y
restaurada la unidad católica, la divina
Providencia señala a nuestra Patria un
nuevo y grandioso destino: descubrir,
colonizar y evangelizar un Nuevo Mundo.
España responde con denuedo y con
fidelidad a ese designio. Y, como nuestra
Patria "es ardiente en su fe, la fe
de España es llevada a todos los
confines del mundo por sus
misioneros" (Azorin Una hora de
España, p. 109). Ellos con inteligencia
y sacrificio, con su piedad y sus
esfuerzos crearán lo que después de
tres siglos constituye el continente de
20 naciones de unidad católica.
Pero, al tiempo de la evangelización de
América, surge en Europa la escisión de
la Cristiandad por efecto de la herejía
luterena, que rasga en dos porciones
irreconciliables la túnica inconsútil
de Cristo. España se conmueve y
estremece toda, pero, sostenida y
empujada por el aliento de su
confesionalidad católica no vacila en
empeñarse con todas sus energías en una
tenaz y dilatada lucha para conservar y
reunir de nuevo la cristiandad escindida,
de Europa.
Del Oriente surge ahora un nuevo y muy
amenazador peligro para la Cristiandad.
El terrible amago del poderío otomano
que se cierne sobre las naciones del
Mediterráneo y sobre la misma Roma. El
Sumo Pontífice, San Pío V, reclama
angustiado a los Príncipes cristianos,
en demanda de auxilio, pero la mayoría
de ellos permanece impasible (incluso el
del "Reino Cristianisimo").
Solamente España con el pequeño auxilio
veneciano, resuelve hacer frente al
Turco, y en Lepanto abate el poder de la
Media Luna, libertando así a la
cristiandad europea de la amenaza
aterradora del Islam.
Entre tanto las luchas religiosas
continúan y se extienden en Europa.
España se desdobla y multiplica en los
más variados frentes en defensa de la fe
católica. Desde Alemania, los Países
Bajos, los Estados italianos Inglaterra,
mantiene la lucha religiosa y hasta
Francia, de la que confiesa el
historiador Luis Bertrand: "Tenemos
que reconocer, aunque nos cueste que, si
Francia se mantuvo católica, a Felipe II
se lo debemos".
Es que Felipe II, además de la defensa
del patrimonio que su padre Carlos V le
legara, añadió a esto "ante todo,
dice Heer, la defensa de la fe paterna,
de la pureza y unidad de la fe católica.
Tal vez no existió pueblo, ni monarca
alguno que concibiese de modo tan
elemental, original y primario el deber
político de guardar la fe católica,
durante una vida entera en lucha, como
Felipe II, quien es, hasta hoy, el
monarca español más querido de su
pueblo" (Fr. Heer, Die Dritte Kampf,
p. 295. El europeista Heer, aunque
austríaco, muéstrase siempre adversario
de los Austrias que reinaron en España).
Las luchas religiosas prosiguieron
asolando los campos y ciudades de Europa
hasta la paz de Westfalia en 1648;
después de la cual España, exhausta que
no vencida ni convencida, abandona la
lucha por la unidad católica de Europa.
Pero no por eso dejó de guardar esa
unidad dentro de sus fronteras y en sus
dominios de ultramar.
Con la Revolución Francesa y la
invasión napoleónica la amenaza se hizo
mucho más grave, pero el pueblo español
emprendió la guerra de la Independencia
que, como reconocen la generalidad de los
historiadores, tuvo un carácter a todas
luces religioso. El pueblo se levantó en
armas no por alguna finalidad política
sino en defensa de su religión y de su
unidad católica amenazada.
Anticlericalismo y fe
En 1868 instálase en España el proceso
revolucionario que desembocaría en la
primera República traída por elementos,
en su mayoría, anticlericales. Al año
siguiente se promulga la Constitución,
por cuyo art. 21 "la nación se
obliga a mantener el culto y los
ministros de la Religión Católica"
y se garantiza "a todos los
extranjeros residentes en España el
ejercicio público o privado de cualquier
otro culto". Y añade luego, el
articulo citado, un estrambote que, de no
ser el asunto tan serio, provocaría la
hilaridad. Es la redacción condicional
del precepto constitucional: "si
algunos españoles profesaren otra
religión que la católica es aplicable a
los mismos lo dispuesto en el párrafo
anterior 'sobre los extranjeros"'.
Se ve pues por esta forma condicional
que, para los constituyentes de 1869
-varios de ellos rabiosamente
anticlericales, pero sin por eso
abandonar la religión católica- España
se mantenía íntegramente en la unidad
católica
Otro tanto podemos decir de los
constituyentes de la segunda República,
en 1931 y de la declaración de Azaña:
atacaron a las órdenes religiosas y a la
Iglesia pero todos ellos eran bautizados
en ella y muy contados los que
formalmente abjuraron de su fe católica.
Son muchos hoy los que en España y en
otros países de unidad católica, viendo
el avance avasallador del laicismo; la
falta de apoyo -cuando no de oposición-
de la declaración conciliar Dignitatis
humanae; la adhesión al liberalismo
católico por parte considerable del
clero, etc. se dejan llevar del
desaliento, hablan de la decadencia
inevitable, del agotamiento y cansancio
del viejo y batallador catolicismo
hispano; no levantan los ojos para
vislumbrar donde están las raíces del
mal y recuperando la confianza tratar de
erradicar las causas del mismo.
"El proyecto generador de España ha
sido la identificación con el
Cristianismo" (así lo afirma
Julián Marías en su bello libro España
inteligible, p. 120). Si, la clave de
nuestra historia es la unidad católica
mantenida a través de toda su historia.
El peligro actual
Hoy tenemos una Constitución laica y en
este caso más peligrosa que en los
anteriores, porque, la actual, fue
inexplicablemente patrocinada por una
mayoría del episcopado, bajo la
dirección de los Cardenales Jubany y
Tarancón. Y ya comienzan a darse en
nuestra Patria padres de familia que
dejan a sus hijos sin bautismo.
Balmes se estremecía al solo pensar en
la posible pérdida de la unidad
católica. "¡Ah! Oprímese el alma
con angustiosa pesadumbre al solo
pensamiento de que pudiera venir un día
en que desapareciese de entre nosotros
esa unidad religiosa que se identifica
con nuestros hábitos, nuestros usos,
nuestras costumbres, nuestras leyes, que
guarda la cuna de nuestra monarquía en
la cueva de Covadonga, etc." (Obras
completas, BAC, IV, 120). Por la fe
católica consumieron su vida millares de
misioneros en las selvas del Nuevo Mundo;
sus soldados libraron batallas en Europa
y en el suelo patrio y dieron su vida 13
obispos, más de 6.000 miembros del clero
y muchos millares de fervorosos seglares
católicos, en la última Cruzada.
No podemos renunciar a tal historia y a
tal herencia. Es necesario orar y luchar
por la reminiscencia de nuestro estado
católico. A ello nos anima también el
Vicario de Cristo que en su visita a
España nos regalo con el bello mensaje
con que quiero dar fin a este articulo:
"En ese contexto histórico-social
es necesario que los católicos
españoles sepáis recobrar el vigor
pleno del espíritu, la valentía de una
fe vivida, la lucidez evangélica
iluminada por el amor profundo al hombre
hermano. Para sacar de ahí fuerza
renovada que os haga siempre infatigables
creadores de diálogo y promotores de
justicia, alentadores de cultura y
elevación humana y moral del
pueblo".
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